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España en la OTAN: de la oposición a la presidencia

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SociedadPolítica

Tras un intenso debate que provocó multitudinarias manifestaciones, enfrentamientos en el seno de la izquierda, y una fuerte controversia intelectual, por fin se celebró el popular referéndum de 1986, donde el SÍ ganó por escaso margen.

A principios de los 80, en plena transición política, España era un lugar difícil. La izquierda había heredado una ideología que, con el abandono del marxismo duro y su reconversión en “socialdemocracia”, estaba en pleno proceso de transformación en el resto de Europa. Esta evolución fue adoptada a tiempo por el PSOE de Felipe González en una histórica maniobra política de asalto al poder que le valió la aprobación masiva de las clases medias en 1982.

Pero el PSOE fue también heredero de una etapa confusa y contestataria, prolongada artificialmente en España por el interminable franquismo, y alimentada románticamente por los deseos de cambio que marcaron la llegada de los socialistas al “otro lado del río”, el lugar del poder, la orilla prohibida e inalcanzable durante años.

Retrospectivamente, cabe decir que estas ataduras ideológicas, que abonaron fértilmente el atractivo perfil de un partido joven y desligado al antiguo régimen fascista, terminaron por conformar unos extraños meandros que el PSOE, ya seriamente convertido en partido de poder, tuvo que ir sorteando –y superando- no sin el rencor extremo y la sensación de engaño por parte muchos sectores de la izquierda.

Uno de estos escollos, trampa que el propio PSOE se tendió a sí mismo sin la perspectiva histórica suficiente (tal vez por la juventud e inexperiencia de sus noveles dirigentes), que provocó una voltereta espectacular en la reciente historia política española, y que hoy día es casi visto con cierta sensación de lejana ingenuidad, fue la entra en la OTAN. Del activismo casi revolucionario, de las manifestaciones masivas, las consignas catastrofistas y uno de los gritos de guerra más populares dela historia de nuestra democracia, ¨bases no, OTAN fuera¨, y mediando la archiconocida (y cumplida) promesa electoral de referéndum liberador del yugo yanqui en un futuro glorioso conducido por los socialistas (que les ayudó en su carrera hacia la Moncloa), los dirigentes del PSOE, ya bajo el peso del poder y la oficialidad, bajo la presión de la responsabilidad y la realidad internacional, pasaron a defender la entrada en la OTAN que tanto criticaron al anterior gobierno de UCD.

La ruptura de la izquierda

Sin embargo, este cambio de rumbo ideológico tuvo su coste político. La OTAN pasó a ser cuestión de Estado. La supuesta ¨traición¨ de los socialistas, que encabezaron en sus años de oposición muchas de esas manifestaciones y protestas anti-OTAN, y que en el nuevo escenario defendieron el ingreso de España en la Alianza como método de acercamiento a las grandes instituciones internacionales (conscientes de que la OTAN era un más que conveniente acompañamiento a la entrada en la UE) dio lugar al inicio de un ¨izquierda de taifas¨, una izquierda pluripartita, constituida por organizaciones medias o pequeñas, situadas en los márgenes progresivamente abandonados por el PSOE y que, con Izquierda Unida a como núcleo nacional, y con el posterior surgimiento de los partidos de la izquierda nacionalista (BNG o ERC) fagocitó a los votantes más radicales defraudados por el socialismo ¨centrado¨ del PSOE. La cuestión de la OTAN en España no es singular sino por su procedimiento, el del referéndum, que, posteriormente el propio Felipe González declaró como ¨error¨ político, y que dividió a la sociedad española provocando una escisión irrecuperable en la izquierda. En este sentido cabe destacar que la victoria del SI, mínima a la postre (se ganó con un 52% de los votos) y arrastrada por el tirón electoral de un PSOE en la cresta de la ola, fue rechazada en El País Vasco, donde se perpetuó la tradición de voto contrario a la mayoría nacional como forma de reivindicación de su singularidad política, incluso en contra de la racionalidad y la conveniencia desde el punto de vista de la estrategia política, social y económica.

Entrada con condiciones

Aunque la entrada en la OTAN estuvo condicionada por España a varios puntos, que incluían la progresiva reducción de la presencia militar en el territorio nacional, así como la limitación de España en la participación efectiva en la estructura militar, lo cierto es que este ingreso reforzó la posición de nuestra joven democracia en el contexto internacional occidental donde había puesto su punto de mira, y facilitó su imbricación en los procesos de creación de una UE que, carente de estructura militar común, no se concebía sin el manto protector de la OTAN. Posteriormente, los acontecimientos se sucedieron de manera imprevisible: el muro de Berlín cayó junto con el Telón de Acero y la Guerra Fría dejó de ser una amenaza real, tema y motivo del surgimiento de la Alianza, para convertirse en un socorrido entorno de las películas de 007 con la estética y la atmósfera mítica y nostálgica de las épocas lejanas. El mundo gestaba un cambio de configuración en su orden internacional que no se definiría hasta la caída de las Torres Gemelas el 11S, confeccionando así un nuevo enemigo plurinuclear y amorfo que hacía casi obsoleta a las organizaciones militares internacionales, como la OTAN, y reclamaban (reclaman en la actualidad más ardiente) una estratégica integral formada simultáneamente por frentes judiciales, policiales y políticos a nivel internacional. O lo que es lo mismo, una globalización no sólo de las economías y los mercados, sino de la justicia y la coordinación política.

Parte de ese periodo de transformación estuvo liderado por Javier Solana. Este nombramiento implicó a España aún más en la Alianza internacional, y constituyó un reconocimiento al talante internacionalista y aperturista de los gobiernos que capitanearon la transición, tanto socialistas como centristas. Posteriormente, Solana ha desempeñado el cargo de hombre PESC, responsable de la política exterior de la UE. Estos nombramientos vienen a sellar simbólicamente el paralelismo de dos instituciones que fueron dos objetivos rabiosos para una España aislada durante años, y cuya transición no pasaba sólo por el cambio político, sino por la integración efectiva en el contexto internacional, del que tan lejos habíamos permanecidos durante cuarenta oscuros años.