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España, el reino de las lecciones magistrales

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La educación universitaria en España goza de buena salud, lo cual no implica que no esté aquejada de varios problemas endémicos como la falta de clases prácticas, que puede tener serias repercusiones en el futuro.

En un intento por implementar las directrices reflejadas en la Declaración de Bolonia, una Comisión de expertos está debatiendo sobre cómo adaptar el sistema universitario español al futuro Espacio Común Europeo de Educación Superior. Este Espacio trata de homogeneizar tanto la duración como la tipología de estudios, además de implantar un sistema estándar de créditos dentro de la Unión.

¿Modelo ineficaz?

A la vista de la actual maraña de planes de estudios heredados de sucesivas reformas educativas que cohabitan entre sí de manera más o menos polivalente, parece obvio que esta enésima reforma es necesaria. Sin embargo, sigue dejando a un lado una de las principales reclamaciones de la comunidad estudiantil: la falta de clases prácticas, o lo que es lo mismo, la oportunidad para aplicar los conocimientos adquiridos con anterioridad a su incorporación al mercado laboral.

Soledad, una chica ya diplomada en Educación Especial lo tiene claro: "Hubiera preferido que mis estudios duraran un año más si ese año hubiera sido de prácticas". Alberto es aún más tajante: "Mira, este es mi último año en Derecho y aún no sé qué pinta tiene un juzgado por dentro". El fenómeno de la falta de prácticas es más agudo en los estudios de humanidades, pero no exclusivos de ellos. Diego, estudiante de Ingeniería Industrial nos lo sintetiza así "¿Prácticas? Bueno, alguna hay, pero ni un 10% de las que serían necesarias".

El exceso de clases teóricas está estrechamente ligado a la falta de interactividad entre profesores y alumnos. Por lo general, "los profesores llegan, apenas admiten interrupciones, dan su charla y se van": el que nos habla es David, estudiante de Filología inglesa. Esta falta de conexión entre profesorado y alumnado tiene su origen en la masificación sufrida durante los años ochenta. Hasta bien entrados los noventa, era fácil encontrar clases con 200 alumnos o más, incluso sentados en los pasillos. Es comprensible que la interactividad o la organización de lecciones prácticas con tal número de estudiantes fuera entonces un gran problema logístico. No obstante, años después, la natalidad ha bajado. A modo de ejemplo, la Universidad de Sevilla ha pasado de tener más de 75.000 alumnos hace 10 años a poco más de 63.000 el curso pasado.

¿Hacia dónde encaminarnos?

Hay que replantearse el tipo de clases que queremos que se impartan en nuestras universidades. Cada vez hay menos alumnos por aula, por lo que ahora es el momento de aparcar para siempre las lecciones magistrales para fomentar la participación. Puede resultar difícil, los alumnos ya están habituados al viejo sistema y se limitan a aprobar exámenes. No es extraño que no se involucren cuando se topan con algún profesor que intenta que las clases sean más participativas. Por eso hace falta un plan de actuación integral que remodele por completo la forma como hemos entendido la Universidad hasta ahora. Un sistema basado en la evaluación continua (no sólo en los exámenes finales) y en la realización de trabajos prácticos, ya sean individuales o por grupo. Un plan que incluya acuerdos con el sector privado para que los alumnos de los últimos cursos concluyan sus estudios con unas prácticas en empresas, y a ser posible facilitando que éstas se lleven a cabo durante los meses de verano. En definitiva, conectar la universidad con el mercado laboral. Algo imposible si se dedica un 4,3% del PIB a educación y si los alumnos se tienen que dedicar casi en exclusiva a memorizar para aprobar exámenes.

El Reino Unido: la excepción a la regla

Por lo general, la situación en el resto de la Unión no difiere demasiado del panorama español. La masificación de las aulas francesas acarrea una fuerte falta de interactividad, y por ende hay pocas prácticas. En Italia, la universidad también es bastante más teórica que práctica y el sentimiento de desconexión entre ésta y el mercado laboral está muy presente entre los estudiantes. En Alemania, todo depende bastante de la universidad y la región en la que se estudie, aunque el sentimiento generalizado es que la universidad debería ser mucho más práctica. En la actualidad, una gran mayoría de los Länders están reformando sus planes de estudios con lo que se podría abrir la puerta a un mayor número de prácticas. El Reino Unido parece ser la excepción a la regla. Sus aulas suelen tener grupos reducidos de alumnos, posibilitando un sistema muy práctico e interactivo, ya sea a nivel individual o colaborando en grupos de trabajo. Pero este sistema tiene también sus puntos flacos: estudiar en las Universidades Británicas suele resultar bastante más caro que hacerlo en las de la Europa continental.

Han colaborado en este artículo: desde Bruselas, Babieche Gielen y Vanessa Witkowski; desde Berlín, Rahel Weingärtner; desde Budapest, Judit Jaràdi; desde Praga, Andrea Fialková y desde Florencia, Letizia Gambini.