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Esos clandestinos que Atenas no quiere ver

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Sociedad

En el cruce ente Occidente y Oriente, Atenas se ha convertido en el destino de muchas migraciones. La comunidad albanesa, la más numerosa, es también la más estigmatizada en Grecia. Historia de un malentendido.

La plaza Omonia, las banderas y sus pequeños grupos aglutinados. Los atenienses, habituados a las manifestaciones no prestan mucha atención a lo que sucede. Gazmend Elezi, un albanés venido de Exarchia, el barrio estudiante cool de la capital griega, no puede menos que detenerse. Hace 10 años decidió venirse a Grecia, atravesando a pie las montañas, mientras su hermano hacía lo propio hacia Italia: “Grecia estaba más cerca y era menos caro; no hacían falta pasantes: sólo atravesar la montaña”, cuenta Gazmend, de 30 años.

Hoy, protesta al igual que otros albaneses, venidos a Omonia a protestar contra lo que consideran un “timo por parte del Estado, que pide 150 euros por cada permiso de residencia y que los expide cuando ya no son válidos. Un verdadero problema, porque yo me quedo sin papeles si seguimos así. De modo que no podría ir a Albania para visitar a mi familia, bajo riesgo de no poder volver a territorio griego.” En los últimos meses, Gazmend ha decidido abandonar los empleos en la economía sumergida para inscribirse en la universidad y estudiar.

“La extrema complejidad del procedimiento y la lentitud de la burocracia desaniman a las gentes cuando se trata de regularizar su situación”, señala Vassilis Chronopoulos, miembro de la asociación Sócrates, que se ocupa de guiar a los inmigrantes en los dédalos que componen la administración griega. “Otro problema es el empleo sumergido, que se ha expandido en Grecia, creando una legión de indocumentados. La mayoría no puede justificar un salario declarado y no está cubierta por la seguridad social. O están en la imposibilidad de probar que ha trabajado para renovar su permiso de residencia.”

600.000 albaneses viven en Grecia a día de hoy, es decir, las dos terceras partes del total de inmigrantes en este país, y llegaron tras la caída del régimen comunista albanés en 1990 y después de la quiebra del sistema de préstamos piramidales en vigor durante los años 90 en Albania.

Matilda Kouramano, de 19 años, también es albanesa, pero posee la nacionalidad griega. Procede de Sarandë, en el “Imperio del Norte”, nombre que los griegos dan a ese sur de Albania, poblado por comunidades griegas. Cruz ortodoxa alrededor del cuello, Matilda admite que no ha encontrado las mismas dificultades que sus antiguos compatriotas: “Yo me fui de allí en 1997, durante la guerra civil. En mi ciudad, todos los jóvenes quieren irse”, nos confía. “Gracias al origen griego de mi padre y de mi madre, yo me he integrado enseguida”.

Coexistencia migratoria

En efecto, dos situaciones coexisten en Grecia con respecto a la inmigración, una de origen griego, proveniente de Albania, Georgia, Armenia, Kazajstán, etc., y otra, la de los no griegos que provienen también de Albania, Bulgaria, Pakistán o de Nigeria. “Hay una discriminación positiva hacia los griegos porque el país continúa privilegiando el derecho de consanguinidad, dificultando por otro lado las relaciones entre comunidades y su integración mutua”, afirma Anna Triandafyllidou, investigadora sobre inmigración en el Instituto Eliamep.

Y es que para los no griegos las reglas continúan siendo muy estrictas: “Los niños no-griegos deben solicitar un permiso de residencia cumplidos los 18 años, da igual que hayan nacido en Grecia”, explica. “El verdadero problema es renovarlo luego, pues hace falta acumular 400 días de trabajo en dos años para ello.”

Se nota una mala preparación de Grecia -un país con tradición emigratoria- para afrontar el problema de la inmigración. “En 1992, Grecia invitó a volver a los griegos residentes en el extranjero. El gobierno se dio cuenta enseguida de que no era una buena idea, ya que desencadenó importantes flujos de población hacia el país y una competición por saber quién era 'el más' griego”, añade Triandafyllidou.

Estas llegadas masivas tomaron muy pronto el aspecto de una invasión en los medios de comunicación, ya que algunos criminales que habían sido liberados de prisiones albanesas pasaron la frontera y se criticó que los albaneses tiraban de los salarios hacia abajo. Por último, el reciente escándalo sobre una película que mostraba a dos albaneses maltratados por policías griegos ha hecho resurgir esta cuestión albanesa al primer plano.

No podemos funcionar así

Si le pedimos su opinión a Anna Triandafyllidou sobre la política de inmigración, su respuesta es franca: “No podemos funcionar más así, a base de olas de regularizaciones, como en 1998, 2001 ó 2005. Cada vez que deben renovar su permiso de residencia, recaemos en la misma espiral. Es momento de actuar, hace ya 20 años que la inmigración existe en Grecia”.

Albanés de Voskopolje llegado también a pie, Ilias Bellou, es hoy en día un abogado que defiende los derechos de los inmigrantes albaneses. Lucha por “una política de inmigración para las dos próximas décadas”. Para él, dificultar la vida a los inmigrantes no engendra más que injusticias y miseria humana, un terreno sobre el que otros prosperan.

“El trabajo ilegal perdura, reforzando la competitividad de Grecia pero haciendo perder mucho dinero al Estado. Los albaneses o los búlgaros no aceptan ya tanto trabajar por salarios inferiores y reclaman un respeto de sus derechos laborales. Todas estas personas trabajan y producen la riqueza de Grecia, pero no disfrutan de ninguna seguridad social. La solución es organizar la inmigración.”

Liliana Tsourdi también comparte esta opinión. Ella, que se pelea por la defensa de los derechos de los demandantes de asilo en Grecia, tiene un ideal: “Hace algunos años, Grecia era uno de los peores países en materia de derecho de asilo; ni siquiera estábamos dentro de los criterios del Alto Comisionado para los Refugiados (ACNUR)”, recuerda.

“Hoy en día, tenemos un verdadero programa gracias a la transposición de las directivas europeas. Hace falta aún reforzar la formación de los funcionarios y de la policía para aplicar estos derechos, pero estoy convencida de que, como en el caso del derecho a asilo, la Unión Europea debería tener una política común en materia de inmigración.”

En la calle Sophocleous, los que acaban de llegar continúan instalándose. Chinos, pakistaníes, bengalíes, africanos, etc., que han llegado a Grecia por la ruta de Europa occidental, y que montan sus comercios en mitad de la calle, relevados por las prostitutas nigerianas cuando cae la noche. Cachivaches, DVD, artesanía barata...

Al igual que los albaneses que trabajan sin ser declarados en la construcción y en la agricultura, o los búlgaros en el turismo, estos ilegales hacen funcionar la economía informal que, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), representa entre el 30% y el 35% del Producto Interior Bruto (PIB) griego. El nivel más alto de la Unión Europea. El verdadero problema de Grecia.

Una tradición de recibimiento hacia los “homogenis”

“Fue después de la guerra en Asia Menor, en 1920. Tras la caída del Imperio Otomano, Venezielos y Mustapha Kemal Atatürk se pusieron de acuerdo para un intercambio de población. Todos los griegos comerciantes descendientes de los protectorados griegos de la Antigüedad y de la época Byzantina, instalados en las costas del mar Negro y del Egeo, tuvieron que volver a Grecia. Mis bisabuelos vivían en Trebisonda, en Turquía. Tuvieron que tomar la ruta del norte e instalarse en los Territorios del Norte de Grecia, recién recuperados por el país, cerca de Edirna, en donde mi padre conoció a mi madre, cuyos padres habían tenido que volvese de la Tracia turca”.

Pavlos Giannoulidis conoce esta historia a trazos. Como muchos griegos, es uno de los descendientes de los dos millones que regresaron de Asia Menor en los años veinte del siglo pasado, y que tienen aún sus barrios típicos en Atenas, como el Néa Smyrni (Nuevo Esmirna)

Hoy en día, los griegos que llegan del extranjero, de Albania, pero también de la ex Unión Soviética, vuelven a su madre patria, en donde obtienen con facilidad la nacionalidad. “En total, 150.000 “homogenis” (como se conoce a los griegos del extranjero que han vuelto desde la caída del muro de Berlín). Muchos son realojados gracias a un programa del Estado en esta zona de mestizaje como es la Tracia griega, en el norte, cerca de la frontera con Turquía. Sin embargo en esta región, la más pobre de Grecia y con el índice más alto de desempleo, este trato de favor ha generado tensiones. “Hablan bastante mal el griego, muchos tienen dificultad para integrarse y vuelven pronto a Atenas”, nos confía Anna Triandafyllidou.

Translated from Ces clandestins qu’Athènes ne veut pas voir