Eslovenia en la encrucijada: “nosotros” contra “ellos”
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La intolerancia parece querer asentarse en Eslovenia. Durante los veintiún años que lleva siendo una república autónoma, las políticas de extranjería del país han obviado la integración de sus diversas minorías. La ideología nacionalista que sirvió para fortalecer los cimientos del estado ha dado paso a la discriminación y la división.
En Liubliana, las voces de otra época son contrarrestadas con ideas abiertas al mundo: pensamientos que eliminen la diferencia entre nosotros y ellos.
Ni singular, ni plural. Dual. En Eslovenia, las interacciones se atomizan: salir del telliz del yo no siempre implica conocer una realidad múltiple, sino que en ocasiones esta acción se queda en un simple vis a vis. Tú y yo. Nada de ellos. Es de las primeras cosas que se aprende al llegar a Liubliana: “Dicen que el esloveno es una lengua romántica porque el amor se puede expresar en dual. Es una de las raras lenguas que conservan esta característica especial”, enuncia la guía que reparten en la oficina de atención al visitante. Tan solo veintiún años después de su independencia —el 25 de junio de 1991—, Eslovenia parece haberse integrado perfectamente en el bloque occidental: incorporación a la Unión Europea en 2004, adopción del euro en 2007 y sí, también distribuyen los mismos folletos turísticos de abundante palabrería que pueden encontrarse en otras grandes urbes europeas.
En la sede del Slovenska Nacionalna Stranka (en castellano, Partido Nacional Esloveno), hay café para dos. He aquí, de nuevo, la dualidad eslovena. “Todavía hay muchos comunistas en el poder. Ellos son los responsables de impulsar el multiculturalismo en Eslovenia”, sentencia irritado Zmago Jelinčič Plemeniti, cabeza de esta formación. Pese a solo contar con una población de algo más de dos millones, en el país habitan diversas minorías: en 2011, mientras que el número de italianos en Eslovenia tan solo alcanzaba el 0,11%, los serbios representaban el 2% del total. Sorprende entonces que la legislación del país garantice exclusivamente la protección de determinadas comunidades: “Las minorías italiana y húngara están reconocidas en la Constitución porque son autóctonas, mientras que otras —principalmente las compuestas por serbios, croatas, macedonios, bosnios, albaneses y montenegrinos— vinieron aquí por dinero”, sentencia Jelinčič.
De camino a la Fakulteta za družbene vede (la facultad de Ciencias Sociales de Liubliana), la barahúnda procedente de dos altavoces sobre un coche capta la atención de la gente. Melodías típicamente eslovenas son acompañadas con una prédica atronadora: “Pregona claramente un mensaje nacionalista, pues el hecho de criticar el actual gobierno —del independiente Danilo Türk, respaldado por la izquierda— a la vez que suena música tradicional del país busca invocar un sentimiento nacional esloveno”, me traduce Borut, un joven periodista que, mientras toma su café a sorbos, parece no darle más importancia.
La elección presidencial tendrá lugar el próximo 11 de noviembre. No obstante, exceptuando espontáneos con megáfonos, no se observa un clima electoral: “No es común este tipo de algarabías, los eslovenos somos gente reservada”, sonríe Milan Brglez. Experto en Relaciones Internacionales por la Universidad de Liubliana, admite que la realidad eslovena escapa del multiculturalismo: “En cierto modo, nuestra sociedad todavía desconfía del extranjero. Aun así, tengo la impresión de que la xenofobia no está en auge. El nacionalismo existe, pero solo busca preservar una identidad eslovena”.
Tras la independencia, parece que fue necesario estimular una ideología nacionalista que permitiese la supervivencia y el desarrollo de esta nación. Sin embargo, la estrategia de nacionalizar el recién creado estado acabó estableciendo la nociva diferencia entre nosotros y ellos. Matija, locutor de Radio Študent, lo ejemplifica: “Južnjaki significa sureño, aunque ya no es peyorativo. Čefur es el insulto que algunos utilizan hoy día para referirse a quienes fueron yugoslavos del sur”. Eso o simplemente bosnio, que también es empleado como denuesto.
Localizada en Rožna dolina —el principal complejo residencial para universitarios de Liubliana—, Radio Študent es una emisora alternativa que, entre otras cosas, cede sus micrófonos a las minorías de Eslovenia: “Acogemos espacios radiofónicos producidos por las diferentes comunidades que viven aquí. Por ejemplo, Tu je Afrika (Esto es África), que está íntegramente realizado por africanos residentes en Liubliana; Romano Anglunipe (Futuro gitano); Podalpski selam (“Selam” —hola— subalpino), elaborado por un grupo de bosnios; y Viza za budućnost (Visado para el futuro), en el que se trata de ayudar y dar visibilidad a trabajadores inmigrantes”, detalla Matija.
Sin embargo, en un país en el que los ciudadanos procedentes de otras repúblicas yugoslavas fueron literalmente borrados, crear otredad se concibe como un sencillo ejercicio. Neža Kogovšek Šalamon, directora del Mirovni inštitut, desembrolla el asunto: “Tras el plebiscito a favor de la independencia de diciembre de 1990, a aquellos que mantuvieron su domicilio en Eslovenia pero poseían un pasaporte de otra república yugoslava se les retiró el derecho a adquirir la residencia”. Alrededor de 200.000 personas —un 10% de la población— procedían de otras partes de Yugoslavia. Muchos de ellos, los conocidos como izbrisani (borrados), fueron eliminados del registro de residencia con todas las consecuencias que acarrea perder el derecho a vivir en el país.
¿Se trató de un desquite por parte de Eslovenia? “Hubo una clara discriminación por parte del Estado —asiente Brglez—. Los Balcanes fueron asimilados como el enemigo: una especie de quinta columna. Se actuó en contra de cualquier persona originaria de allí”. Da la impresión de que la nación eslovena se ha edificado a golpe de leyes que dejasen claro quienes eran ellos, olvidando cualquier entidad inclusiva. Ni tan siquiera la dual. “Tito consiguió que no hubiese problemas entre las repúblicas”, comenta nostálgico Jelinčič ante el busto del dictador que preside el jardín. La remisión de los 172millonesde deuda que Eslovenia exige a Croacia para no vetar su adhesión a la Unión parece confirmar la tensión que todavía recorre los Balcanes.
Percibido como el pensamiento que ha dominado los dos últimos siglos, el nacionalismo amenaza el futuro de Eslovenia: “La xenofobia en el país probablemente no vaya en aumento, pero es latente”, señala Kogovšek. Cerca del triple puente de Liubliana, un joven dúo de Burkina Faso toca justo enfrente de un bar. El caminante pasa de largo. En la amplia terraza del local, apenas hay seis personas prestando atención. Los dos jóvenes se detienen. Aparece la dueña de la cervecería para reprenderles por hablar francés entre canción y canción: “¡Nadie lo entiende! Solo esloveno e inglés, ¿está claro?”. Continúan tocando sus tamtanes, que se reverberan como música contra la intolerancia. Haciendo oídos sordos a quienes marcan fronteras.
Este artículo forma parte de Multikulti on the Ground 2011-2012, una serie de reportajes sobre el multiculturalismo realizados por cafebabel.com en toda Europa.
Fotos: portada, (cc) smif/Flickr; texto, (cc) Jorge Mallén. Vídeo: granatna/YouTube.