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Esclavos del trabajo: Sophie, la olvidada de la noche

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SociedadColaboraciones

Cada día a las cinco de la tarde, desde hace diez años, Sophie espera que suene el teléfono. Esa llamada supone poder ir a trabajar, una vez que ha anochecido, al aeropuerto de Roissy. Una década de trabajo temporal acabando con su salud, soportando los abusos de poder, el desprecio y el sexismo en el trabajo. Este artículo retrata a una trabajadora nocturna, además de a una mujer, esposa y madre.

Este retrato lo ha realizado Sans_A

Un día cualquiera Sophie pierde los nervios. Son las diez de la mañana, conduce su coche por una pequeña carretera de Sena-Saint Denis cuando una mujer intenta adelantarla. No le deja, mantiene el rumbo y luego echa un vistazo por el retrovisor: la conductora se mosquea y la insulta. Sophie para en seco, echa el freno de mano, baja a toda velocidad del coche y se acerca, amenazante. "No sé qué me pasó, le di un golpe en la puerta y le dije que cuál era su problema y que abriera la ventanilla. Por fortuna no lo hizo. La habría sacado por los pelos".

Sophie no es del tipo de personas que se cabrea con facilidad pero, ese día, la mujer de treinta y seis años llevaba veinticuatro horas sin dormir. "Esa no es mi manera de ser, ella no tiene por qué saber que no he dormido". Una forma de estallar que puede pasarnos a todos en un momento dado: cuando el curro te estresa, te agobia, te saca de tus casillas. La diferencia es que Sophie no es exactamente como la mayoría de los trabajadores habituales.

Trabajo temporal con depresión

En primer lugar, Sophie trabaja de noche. Desde hace diez años, esta madre de tres niños acude a trabajar al aeropuerto Roissy Charles de Gaulle cuando todo el mundo duerme. Además, Sophie es trabajadora temporal. Un "plato de segunda mesa" tratada "como una mierda", tanto por la agencia que la envía como por la empresa que la contrata, una gran compañía de transporte de mercancías. Ha desempeñado todas las tareas: desde la carga y descarga de paquetes hasta la limpieza de los aviones. Desde hace unos años, llena los contenedores preparados para partir a la otra punta del mundo. Una especie de juego Tetris a tamaño natural, pero mucho menos divertido. Un "entorno masculino", agotador a nivel físico. Y cuando regresa a casa sobre las cinco de la madrugada, Sophie duerme unas horas y luego se encarga de las tareas domésticas: recoge, lava la ropa y prepara la comida de sus tres niños que regresan cada día del colegio entre las doce y las dos. Por la tarde, poco tiempo para ella antes de echarse una siestecita a las seis para poder aguantar la noche siguiente.

Antes, Sophie hacía malabares entre dos curros: por la noche, en el aeropuerto; por el día, en los supermercados presentando ofertas promocionales. El infierno. El cuerpo y la mente no aguantaron. Así que cuando tuvo que elegir entre el día y la noche, Sophie eligió la noche. La razón, porque se gana más. Hoy, la situación es "menos mala que antes", pero siempre es complicado. Trabajando de noche, su sueldo mensual oscila entre 9001800 euros. Todo depende de si la llaman. De lo que está segura, por el contrario, es que a final de mes, con el marido y los tres niños, la cuenta bancaria está siempre en números rojos. "Estás todo el tiempo temiendo el mes siguiente". Una inseguridad constante que la obliga a enfrentarse a lo peor. Sophie tiene la cartera llena de tarjetas de crédito. El trabajo temporal de noche es una bicoca para algunos pero, según Sophie, la gente no es consciente: "Estamos mejor pagados, pero ¿a qué precio? Nunca sabemos si vamos a trabajar, no tenemos derechos, pueden ponernos de patitas en la calle al día siguiente".

Porque incluso por la noche, el trabajo temporal sigue siendo un mundo sin seguridad. Cada día, desde hace diez años, Sophie espera que su teléfono suene, generalmente a las cinco de la tarde, para saber si podrá ir a trabajar cinco horas más tarde. Un contrato por noche y montañas de papel que se amontonan en el sótano. El trabajo temporal también es no meterse en problemas. "Sobre todo, no hay que ponerse a mal con la empresa de trabajo temporal. Si tienes un accidente laboral, sobre todo no hay que dar parte. Te ponen en la lista negra y no paran de llamarte durante semanas. Y no puedes hacer nada". Y lo mismo para los cursos de formación. Sophie pensó durante mucho tiempo que era ella la que debía pagarlos. "El jefe de la agencia me decía: ya os pagamos, no vamos a pagar eso también". Sophie terminó reclamando el reembolso de los cursos, pelea por sus derechos, se agarra a ellos. El resultado: "Dejó de tener trabajo durante tres semanas".

No pedir demasiado y ser discreta. Esas son las directrices de algunas empresas de trabajo temporal como la de Sophie. Es moneda corriente tener que hacer regalitos, como bombones o pequeños frascos de perfume. O lo que es lo mismo: haz la pelota a tu jefe y quizás puedas trabajar. Y cuando se tiene este tipo de pequeño poder, la cosa puede ir todavía más lejos. Demasiado lejos. Sophie nos cuenta que los supervisores aparecen cuando estás en el puesto de trabajo y te dicen:"Podríamos tomarnos un café juntos, daré tu nombre...". Jefes de agencias que se creen que son chulos de putas, el kit completo. "Sería mejor ir al Bosque de Bolonia. ¡Ganaría más y no trabajaría!". Se trata de abusos confirmados por el USCI-CGT, principal sindicato de trabajo temporal, alertado regularmente por los trabajadores.

Sophie está harta del trabajo temporal. Desde hace varios años, intenta obtener la categoría de asalariada en la empresa que le da trabajo casi cada noche en el aeropuerto. Tres solicitudes y tres rechazos; su categoría sigue siendo la misma, trabajadora provisional. En esta gran empresa de transporte de paquetes, sobre el papel, los fijos y los temporales realizan el mismo trabajo, pero "su lucha" no es la misma. Respecto a los contenedores, los "fijos" descargan de cinco a seis aviones por noche; en el caso de los temporales, el número puede subir a diez. "En nuestro caso, el regulador nos llama por radio: alfa, fulano, mengano. Vete allí, vuelve aquí...". Los temporales son móviles, desplazables como peones a merced de las necesidades, mientras que los fijos se mantienen toda la noche en el mismo puesto.

En el caso de los temporales, tienen que apechugar también con "las tareas más ingratas". Antes, Sophie trabajaba por la noche limpiando los aviones. "Manipulas productos tóxicos de los que llevan el dibujo de una calavera, no de otra cosa, y eso empieza a rayarte. Como los guantes que llevas son malos, terminas por ponerte cuatro pares, pero a pesar de todo tienes ampollas por todo el brazo". Y cuando pregunta qué es lo que hay en el frasco, le dicen: "Hazlo y ya está". Pero lo peor está en otro sitio. El esclavismo moderno está en la descarga de los paquetes. Allí, todo tiene que ir muy rápido. Y en caso de cansancio, ahí están los supervisores para acelerar el ritmo. "Yo llamo a eso Guantánamo. Te vigilan desde arriba. Cuando la cosa no va lo bastante deprisa, se te ponen detrás y te estresan". Sophie ya no coge trabajos allí: "Demasiado duro, al cabo de un tiempo ya no se aguanta".

"Es como si fuese una puta"

La zona de descarga es también donde existe un mayor sexismo. Allí quieren tíos, tipos duros; pero cuando eres una mujer no hay treinta y seis opciones si quieres trabajar de noche para ganar más. Se desenvuelven siempre en medios de hombres. Sophie ha aprendido a soportarlo. "Yo era una de las pocas chicas, y uno de los supervisores me dijo claramente: 'Se deberían prohibir las mujeres aquí, llevar paquetes no es para las mujeres'". Pero las mujeres también "necesitan comer". Por tanto, Sophie tiene que vivir y convivir con los comentarios sexistas de sus superiores, pero también de sus compañeros. "Se permiten hacer bromas pesadas. Algunos le dicen a mi marido: ‘¡Ah, bah! ¡Dejas a tu mujer trabajar por la noche!' Es como si fuese una puta".

Las bromas de mal gusto, las discusiones una y otra vez, terminaron por hartar a Sophie. Todos tenemos un compañero un poco coñazo que nos cuenta su vida en la pausa laboral, pero los de Sophie están en lo más alto del escalafón. Ella todavía tiene a su familia, pero otros muchos ya no tienen vida social. "Duermen la mayor parte del día, hasta las siete de la tarde, hora a la que comen y después se van al trabajo. No han salido de sus casas. Solo ven su trabajo. Repiten siempre las mismas cosas. Yo me harté y les dije: '¿Estáis todos idos aquí o qué?'". El ambiente de trabajo, la inseguridad del empleo, el ritmo del trabajo nocturno… Sophie es fuerte, pero tiene sus límites.

De tanto estar de pie y de llevar objetos pesados, su cuerpo se está resintiendo, comenzando por la espalda. Para calmar el dolor, Sophie recurre a sus tres retoños: "Les digo a los niños que me pisen la espalda y ellos caminan sobre mi espalda; eso chasquea, pero ayuda". Antes, Sophie encadenaba las tareas sin dormir, día y noche, sin rechistar; hoy, la mente ya no está allí. "Estoy cansada, estoy irritada, a veces ya no tengo ganas de ir. A los cuarenta o cincuenta años no sé como lo voy a hacer". Duerme a turnos y no consigue despertarse descansada. "El viernes y el domingo por la noche no trabajo. Esos días duermo por la noche y luego me siento bien. Es un despertar diferente". Para ocultar el cansancio, la joven tiene sus secretitos: un set de cremas "efecto buena cara" siempre ordenadas en su bolso.

Hace unos meses, los pequeños trucos ya no fueron suficientes y Sophie se pasó al bromazepam. "Fueron los problemas de sueño, pero también de estrés, de no saber nunca si trabajarás o no". Nerviosa, cansada, irritable, eligió los ansiolíticos para evitar ponerse nerviosa o hundirse. "Con el bromazepam, estás realmente tranquila, pero te conviertes en un robot, ni siquiera lloras, no tienes emociones". Antes de tocar fondo "pensé en mi salud, me dije: ya trabajo de noche, fumo mucho, prefiero ponerme nerviosa, al menoss eso sale". Así que a veces, cuando regresa a casa, Sophie manda todo a la mierda: "De todas formas, en el trabajo no puedo hacerlo".

No acabar como mamá

Hace cinco años, la supermamá se instaló un tiempo en casa de su hermana para reflexionar. En ese momento, Sophie encadenaba dos trabajos, uno por el día y otro por la noche. Su marido, comercial de profesión, estaba intentando montar por segunda vez su empresa, pero le salió mal. Mientras tanto, Sophie se quema y, cada fin de mes, la familia se encuentra con el máximo de números rojos permitido: 800 euros. "Tenía que trabajar por dos. Estás cansada, siempre estás de mal humor con el otro, tienes la impresión de que no se esfuerza lo suficiente". La pareja roza la separación. Hoy, las tensiones siguen estando ahí, pero Sophie y su marido han superado el bache. Sobre todo por los niños.

Lo reconoce con la boca pequeña, si los pequeños no estuvieran allí, habría dejado hace mucho tiempo de matarse en el trabajo todas las noches, pero continuará mientras pueda, "para que puedan ir de vacaciones, ver otra cosa que no sea la localidad de Bondy". Con once, trece y catorce años, los casi adolescentes se dan perfecta cuenta de que su madre se está consumiendo en el trabajo. Tiene que padecer además sus miradas, sus inquietudes, sus "hoy pareces cansada" o "descansa mamá". "Tengo la impresión de que les doy pena". Lo más duro es el fin de semana, cuando quieren disfrutar de un día en familia, "ir aquí o alli, y yo les digo: tengo que dormir, estoy cansada". A la supermamá le gustaría estar más presente, pero también no tener que contar las veces que les lleva a comer a un Mcdonald's o a ver una película al cine. "Cuando malgastan una cosa, les digo: "Estoy de pie toda la noche, mientras vosotros estáis en la cama yo no estoy durmiendo, tengo que cargar con cosas pesadas para poder pagar vuestras cosas, no es fácil". Por eso es por lo que les digo que tengan eso en cuenta». Inculcarles valores y educarles bien es lo más importante, "para qu no tengan que buscarse la vida como yo".

Sophie ha recorrido un largo camino. Cuando llegó a Francia con diez años, vivió con sus padres y sus cuatro hermanos y su hermana en un pequeño estudio del barrio Oberkampf, en París. "En aquella época, allí solo había pobres, no había burgueses como hoy en día". La familia no hablaba francés, no tenían papeles y no podían acceder a las ayudas sociales. Sophie va al colegio, pero enseguida se da cuenta de que para salir de allí, hay que trabajar muy duro. Siendo ya adolescente, trabaja con sus padres en los talleres de confección del barrio de Sentier. A los dieciocho años, consigue los papeles: "Es cuando me dije que tenía que trabajar en lo que fuese, que tenía que tener mi propio dinero para poder pagarme zapatos, ropa. Con mis padres eso no era posible". Sophie va encadenando pequeños trabajos: dependienta, cajera, todo para poder llegar a ser independiente. "No era que no quisiese estudiar, era porque no tenía los medios para hacerlo".

Ahora que es madre, Sophie ve les cosas de otra manera. Sabe lo que es no poder regalar a sus hijos las últimas zapatillas de deporte o las consolas de moda. "Antes me decía: todo es culpa de mis padres. Ahora cuando lo pienso, cinco hijos, sin ningún derecho, trabajo de noche… Me acuerdo de mi padre cuando tuvo que pedir la jubilación, le faltaban un montón de papeles". Ella, al menos, se siente una afortunada por tener contratos de trabajo, por poder cotizar, pero le preocupan sus derechos. "Para la jubilación, a los asalariados normales les cuenta el tiempo que han trabajado por la noche pero en nuestro caso, los trabajadores temporales, ¿qué pasará?". Sophie se preocupa por el futuro y empieza a informarse sobre sus derechos. Lo que ha averiguado ha terminado por cambiar su percepción del trabajo. "Antes pensaba que gracias a ellos tenía trabajo. Ahora pienso de otra manera. Antes los veía como buenos samaritanos pero, a fin de cuentas, soy yo la que les hace ganar dinero".

Como antes sus padres, ahora Sophie espera lo mejor para sus hijos. Sus padres querían que su hija fuese francesa y pudiese trabajar. Ahora, ella desea que sus hijos "estudien y encuentren un trabajo fijo que les de seguridad". A la espera de que ellos elijan su camino, lo importante para Sophie es pasar tiempo con ellos, hacerles felices. Desde hace mucho tiempo, los pequeños sueñan con pasar un día en familia en Disneyland Paris, pero un día en el mundo mágico de Mickey es caro, demasiado caro para Sophie, una olvidada de la noche.

Para evitar que Sophie pueda perder su trabajo por habernos dado su testimonio, su nombre no es real.

Una historia contada por Louise S. Vignaud y fotografías de Julien De Rosa

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Este retrato ha sido realizado por el medio digital Sans A_, cuyo propósito es hacer visibles a los invisibles y animar a todos los interesados a que pasen a la acción. Para su sexta entrega, «Le tapin s'exprime», Sans A_, valiéndose de una serie de retratos, da la palabra a las protagonistas de la prostitución. Una entrega que podrás descubrir en www.sans-a.fr

Story by

Matthieu Amaré

Je viens du sud de la France. J'aime les traditions. Mon père a été traumatisé par Séville 82 contre les Allemands au foot. J'ai du mal avec les Anglais au rugby. J'adore le jambon-beurre. Je n'ai jamais fait Erasmus. Autant vous dire que c'était mal barré. Et pourtant, je suis rédacteur en chef du meilleur magazine sur l'Europe du monde.

Translated from Galériens du travail : Sophie, l’oubliée de la nuit