Entre Berlín y París, el camino de los niños del muro
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Álvaro SánchezRomy y Niklas no eran más que unos niños cuando el muro cayó el 9 de noviembre de 1989. Hoy, superando ya los 20 años y habiendo crecido entre París y Berlín, los dos jóvenes recuerdan la ciudad dividida y evocan el Berlín libre de hoy
El fin de un modelo
El 9 de noviembre de 1989 Romy no salió de su casa. Tras ver la televisión un rato se acostó como todas las noches. "Era un día laborable a mitad de semana", recuerda. La semana que siguió a la caída del muro, lo visitó con su familia para descubrir lo que escondía desde 1961. Como muchos de sus vecinos, tuvieron que hacer cola. "El barrio de Berlín oeste que se extendía a lo largo del muro no era precisamente el más interesante. Había muchas cosas en las tiendas pero no era algo fuera de lo común".
La joven berlinesa asocia la caída del comunismo con la imagen de su padre encerrado en casa. "El modelo que siguieron durante cuarenta años dejaba de ser válido. En casa los roles se invirtieron. Mi madre trabajaba en unos grandes almacenes manteniendo a la familia mientras que mi padre perdió su empleo de un día para otro". Pocas parejas sobrevivieron a esta situación. "Casi todos los padres de mis amigos del este se divorciaron", asegura Romy. Un hecho que cambió la vida de los adolescentes de la época, que fueron conocidos como 'la generación sacrificada'.
Ansiosos por descubrir el mundo
Hace unos años, durante unas prácticas en Francia en la redacción del periódico regional L'Est Républicain le hicieron una pregunta: "Si estuvieras en Berlín, ¿irías a celebrar la caída del muro?" Nunca se lo había planteado. Eso le hizo reflexionar y pensar en como había cambiado su vida desde entonces. Acceder a todos los bienes de consumo se convirtió en algo sencillo, pero ante todo, el fin del muro supuso tener la oportunidad de viajar. "Antes del derrumbe del muro podíamos ir a Hungría o Checoslovaquia, tras la caída no paramos de viajar. Nuestra primera parada fue Italia". ¿Trabajar e instalarse en París? "Si alguien le dice a mis padres eso hace 20 años, lo habrían tomado por loco". Hoy Romy recibe a sus amigos en su loft parisino. "Vivo en una pequeña callejuela donde la vida vecinal es muy activa, no soportaría el anonimato de la metropoli".
Ecos de la guerra fría
En el Berlín post 1989, los padres franco-alemanes de Nicklas han intentado explicar a un pequeño de 5 años sucesos y conceptos como 'antigua zona militar americana', 'el presidente de una parte de Alemania que construyó un gran muro en medio del país', 'personas que intentaban cruzar y morían fusiladas'... Una serie de hechos que un niño de su edad tenía problemas para entender.
De adolescente, Niklas estudió en una escuela franco-alemana. "Descubrí que en la personalidad de los alemanes está muy interiorizado poner continuamente en tela de juicio todo lo que hacen, una característica desconocida entre los franceses". Como ejemplo cita "el gran debate desatado con motivo de la guerra de Kosovo a finales de los años 90" o "la gran polémica que levantaría en Alemania una ley de ADN o llevar a cabo una política de inmigración selectiva, lo cual traería inmediatamente a la memoria los años del nacional-socialismo". El año pasado, Niklas, que hoy a sus 21 años estudia urbanismo, volvió a su ciudad de origen "con una mirada diferente". "Pese a que esta ciudad siempre en movimiento renació, los berlineses aún hablan hoy de la existencia de un muro mental en sus cabezas", afirma.
¿Berlín en 20 años?
Hoy, cuando Romy dice que viene de Marzhan, los extranjeros lo asocian a un barrio de mala reputación. "El Saint Denis de Berlín" como ella le llama en referencia al barrio de la banlieu parisina. En la parte comunista de Alemania, vivir en Berlín era sinónimo de tener un cierto estatus social. En el este, los grandes edificios se construyeron con todas las comodidades a disposición de sus inquilinos. Sin embargo, tras la apertura del muro, los más ricos se trasladaron a zonas más céntricas. "Los barrios del este se aburguesan sin que la gente conozca su historia, sin saber que los sitios donde vivían eran antaño los más degradados, sin baño y con calefacción a base de carbón". Además, lamenta que se vayan perdiendo los rasgos del Berlín antiguo. "Muchos turistas vienen para ver un muro que es cada vez más dificil de encontrar. La misma ciudad destruyó sus símbolos".
París-Berlín: Solo una noche de tren separa ambas capitales. En 1990, el primer número de la revista Voyage, titulaba: "En 20 años, Berlín será la ciudad más bonita del mundo". Pese a toda la energía que emana de la ciudad, Romy cree lo contrario. "Esta ciudad es fea. No hay unidad alguna en la arquitectura. Su patrimonio artístico y su dinamismo económico atraen. Tenemos un nivel de vida que es imposible tener en París, el dinero es un problema menor y eso borra las diferencias sociales", opinan tanto Niklas como Romy.
¿Y en 20 años? "Berlín será una capital como tantas otras", prevé Niklas. "Los barrios alternativos que dan su encanto a Berlín van a ser destruidos poco a poco. De hecho ya hay un gran centro de negocios a lo largo de la Spree, cerca de la estación del este". "Hay multitud de obras, de restauraciones, tantas que la última vez que fui a Berlín ¡me perdí!", añade Romy. "Si París está cambiando un poco, Berlín está en continua transformación". Como ellos, Berlín tiene 20 años... Y el ritmo trepidante de su juventud.
Translated from Entre Berlin et Paris, la voix des enfants du Mur