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Enemigo nº 1 del Estado: el emigrante

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Pronto, en torno a medio millón de lituanos habrá dejado, desde 1991, su patria. Las consecuencias: problemas económicos y miedo a la pérdida de su identidad cultural.

Hasta las cajas llenas de alimentos se cobijan bajo mantas en el almacén frigorífico en Clondalkin, a 20 minutos de la capital irlandesa, Dublín. Aquí se dan temperaturas de -15º. Vytautas Slivinskas lleva ropas especiales que le protegen del frío. Hoy debe desempacar, con sus diez compañeros lituanos, pizzas y helados para diferentes filiales de un gran supermercado irlandés y prepararlos para el envío.

Libre e independiente

Tres millones y medio de personas viven hoy en Lituania. En torno a medio millón de lituanos han emigrado desde la independencia del país en 1991. No hay cifras exactas, muchos han emigrado de forma ilegal. Sólo en Irlanda viven unos 100.000 lituanos. Otros destinos de los emigrantes son España, Gran Bretaña y Estados Unidos. Según una encuesta del Instituto de Política y Gestión Pública, las malas condiciones de trabajo y los salarios bajos son las razones principales de la emigración.

Vytautas puede confirmar esto: “En Irlanda gano 500 euros netos por semana. Tengo un amigo en Vilnius que trabaja manejando carretillas elevadoras. Gana 140 euros… al mes”, cuenta este joven de 21 años que llegó a Irlanda hace dos. “Quería ser libre y no depender de mis padres. Mis estudios me habían aburrido, así que me fui”, dice Vytautas.

Aunque los lituanos se dispersaron por el mundo ya desde el tiempo de los zares (para escapar, durante muchos años, del servicio militar ruso), la primera gran oleada migratoria empezó tras la independencia. Se produjo entonces una gran crisis en la economía lituana. La tasa de desempleo se elevó hasta un 20%.

“Muchas empresas estatales soviéticas que eran ineficientes daban empleo a mucha gente. Sin embargo, con la llegada de la economía de mercado esto ya no funciona, así que muchas empresas han tenido que cerrar o despedir a mucha gente”, explica Jonas iinskas, profesor de economía política en la Universidad de Vilnius. Diez mil personas perdieron su trabajo. Muchos vieron perspectivas en el extranjero y abandonaron Lituania. Para la economía, esto está teniendo a largo plazo un efecto positivo: los emigrantes envían hoy a casa cien millones de euros al año y han ayudado así a dar un nuevo empuje a la economía.

La competitividad en riesgo

Desde que Lituania se incorporó a la Unión Europea en 2004, emigran aun más personas. Mientras la economía se hace más fuerte -un 7,5% de crecimiento del producto Intrerior Bruto (PIB) en 2006- políticos y economistas asisten preocupados a su rápido desarrollo. Una de las consecuencias es la aguda falta de mano de obra.

Como en muchos nuevos países miembro de la UE, el salario medio ha aumentado: en 2006, en casi un 20%, hasta los 479 euros. Así, la economía, hasta hoy sobre todo productora intensiva de bienes como muebles y textiles, pierde a largo plazo competitividad en relación a economías en que la producción es más barata, como las de Rumania o Bielorrusia. Según la opinión del profesor iinskas, las empresas lituanas deben sacar al mercado productos innovadores. Además, el país dependerá de la inversión de firmas extranjeras en nuevas tecnologías. “En especial la emigración de los más cualificados, la llamada fuga de cerebros, dificulta muchísimo la modernización de nuestra economía. Aquí está el problema más importante para el futuro de nuestro país”, según iinskas.

Gabrielius Žemkalnis, representante de la Lithuanian World Community en Vilnius, ve esto de manera parecida. La organización vela por los intereses de los lituanos emigrados. Žemkalnis tiene su oficina en el centro del Parlamento lituano –no sin razón, pues este emigrante de 78 años es un lobbysta de primera línea-. “Me alegraré muchísimo cuando nuestra organización esté de más algún día porque todos los emigrantes hayan vuelto a sus casas”, ríe Žemkalnis, y explica también lo que el Estado debe hacer en primer lugar para lograr este objetivo: “Tenemos demasiada burocracia en nuestro país. Así, no conseguimos inversores extranjeros ni jóvenes empresarios nacionales”, expone Žemkalnis, que ha vivido cincuenta años en Australia.

Miedo a la pérdida de la cultura tradicional

Los políticos en Lituania se enfrentan a un problema conocido desde hace mucho. Casi no pasa ningún mes sin que se haga una nueva propuesta para detener la emigración. La última: el primer ministro Gediminas Kirkiklas pidió la reducción del impuesto sobre la renta, por la que todos los lituanos dispusieran de más dinero. Sólo así se podría impedir la emigración de la población y traer de vuelta a los lituanos emigrados.

Muchos lituanos temen que con la emigración también pueda perderse la identidad nacional. Si cada vez se van más habitantes, según su idea, la lengua y las costumbres caerán en el olvido. Por eso, los lituanos emigrados dan mucho valor al mantener su cultura en el extranjero. En intervalos periódicos tienen lugar festivales lituanos. En España ya se han abierto once escuelas lituanas. “En el extranjero, los niños deben aprender nuestra lengua. Sólo así podrán más tarde tomar pie de nuevo en Lituania”, explica Žemkalnis, y añade: “Pero sólo regresarán si las condiciones de vida han mejorado en este país.”

Vytautas se irá de Irlanda en breve. Ha seguido con detalle la evolución de su patria: “Cada vez que voy a casa en vacaciones, las cosas han cambiado mucho para mejor. Echo de menos Lituania. Ahora es el momento de regresar”, explica. Va a ir de bares por última vez con sus amigos lituanos de Clondalkin. Vytautas todavía no sabe qué hará en el futuro: “Tengo muchos planes que puedo hacer realidad en la Lituania de hoy.”

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Translated from Staatsfeind Nr. 1: Auswanderung