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En esta Europa homófoba, nada une tanto como el odio

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Jorge M.

Sociedad

Los 27 estados miembros ofrecen 27 razones para recordar, denunciar y combatir la aversión hacia la diversidad sexual. Recientemente coronada por Tonio Borg, parece necesario una radiografía que evidencie, de nuevo, esta Unión Europea de la discriminación y la desigualdad.

Mocskos buzik!” (“¡Maricones de mierda!”), recuerdo que gritaba una caustica masa desde el cruce de Oktogon. Cabezas rapadas, junto a una virulenta tercera edad y alguna que otra camarada femenina, daban así la bienvenida a los manifestantes del Orgullo Gay de 2009 en aquel bochornoso Budapest de septiembre. Probablemente aquella ferocidad cambiase lo que hasta entonces entendía por homofobia. Sin embargo, esta rampante cólera de 2009se asomó primero en Malta a través de Tonio Borg, quien tres años más tarde ha sido refrendado por los Veintisiete como el nuevo comisario de Salud y Política de Consumidores.

“Nunca he hecho comentarios despectivos (contra los homosexuales)”, se defendía Borg en el Parlamento Europeo hace unas semanas. No obstante, tres años atrás, no dudó en mofarse acerca de la propuesta por parte de la oposición maltesa de amparar las parejas del mismo sexo bajo un proyecto de ley sobre la vivienda: “Me sorprende que […] denuncien que ‘olvidamos a las parejas del mismo sexo, quienes no serán protegidas por esta ley del alquiler’. ¡Lo que nos faltaba!”. Incluso cuestionó “a quién más deberían extender este derecho (a la vivienda)” más allá de a un matrimonio formado por una mujer y un hombre.

El archipiélago, que aprobó en mayo de 2011 el divorcio, es tan solo un apéndice del odio hacia la diversidad sexual que atraviesa Europa. De lo contrario, ¿cómo se explica la muerte en 2008 del búlgaro Mihail Stoyanov, cuyo cuerpo fue encontrado en Sofía cubierto de hematomas y con la tráquea quebrantada? ¿O el hostigamiento llevado a cabo en Greciapor los neonazis de Amanecer Dorado? ¿O cómo se entiende sino el suicidio de Andrea, un quinceañero italiano acosado por vestir pantalones de color rosa? ¿Y qué hay de Eslovaquia, donde individuos de extrema derecha irrumpieron en la primera manifestación del Orgullo Gay que se celebraba en el país? ¿O Polonia, donde una protesta a favor de la tolerancia se encontró con la indiferencia de las autoridades de Breslavia, quienes les aconsejaron cambiar de recorrido para evitar agresiones que finalmente ocurrieron?

En cuanto a la estigmatización en las administraciones, ¿puede Chiprerechazar una solicitud de asilo instada por una lesbiana iraní tras dudar sobre su orientación? ¿Es lícito que Lituaniaprohíba divulgar información que apoye el matrimonio entre personas del mismo sexo? ¿Cómo se explica que tan solo el 2% de los rumanos aseguren tener amistad con una persona no heterosexual y el 20% desconozca si la homofobia está extendida en su país? ¿Es comprensible que los resultados de un sondeo realizado en Letonia reflejen que más de la mitad de los encuestados condenen las relaciones homosexuales y el 28% desapruebe directamente a los gais? ¿Y la negación de las relaciones entre personas del mismo sexo en Estonia, donde la homosexualidad parece ser una entelequia? De vuelta a Malta, la crueldad no mengua. ¿Qué pudo llevar a que Tonio Borg se negase a apoyar en 2008 la propuesta de directiva europea contra la discriminación por orientación sexual? ¿Quizás el mismo motivo por el que intentó imposibilitar a los homosexuales la libertad de movimiento en la que se fundamenta la Unión Europea?

Puntúa la situación legal de todas aquellas personas no heterosexuales.

Varios estados, por su parte, han optado por autorizar las uniones civiles, que, en muchos casos, no recogen los mismos derechos que los matrimonios, institucionalizando así la diferencia: una clase u otra de casamiento dependiendo de la orientación sexual de los contrayentes. ¿Acaso la institución del matrimonio no debería pertenecer a toda una sociedad? La respuesta —negativa— parece ser evidente en Austria, donde se ha rehusado que las uniones homosexuales puedan legalmente adoptar o tener hijos. Los Perussuomalaiset (en castellano, Verdaderos Finlandeses), tercera fuerza política de un país en el que la adopción conjunta está proscrita, presionaron para que la nueva ley al respecto especificase que por padres adoptivos se entendiese únicamente un hombre y una mujer. La Hungría de Viktor Orbán, paladín de aquella Europa cristiana de Robert Schuman, reformó el año pasado la Carta Magna del país para sentenciar que familia es la unión de un hombre y una mujer. Y en Luxemburgo, pese a contar con uniones civiles, la reforma iniciada en 2010 para aprobar el matrimonio igualitario —con todos sus efectos— se encuentra dos años después todavía estancada.

El hecho de que se hayan registrado las uniones entre individuos del mismo sexo como un derecho distinto al matrimonio es tan solo una prueba más de los prejuicios existentes. En efecto, la recomendación del capitán de la selección de Alemania, Philipp Lahm, quien aconsejó a cualquier futbolista gay que no lo anunciase públicamente, es una muestra de ello.

Como es de esperar, esta serie de aprensiones alcanzan todos los ámbitos: desde la compañía irlandesa que despidió a una empleada tras desvelar su transexualidad hasta las donaciones de sangre en el Reino Unido, donde aquellos varones que han tenido sexo durante el último año con otros hombres no son admitidos (en Irlanda de Norte esta interdicción es indefinida). En la República Checa, uno de los asesores del presidente afirmó que las personas LGTB eran “una panda de desviados”. Václav Klaus lo defendió apuntalando que, en checo, desviado es un adjetivo semánticamente neutral. Los agravios se convierten en agresiones en Eslovenia, donde grepúsculos neonazis han asaltado locales LGTB de Liubliana, incluidos los de Metelkova. Y la misma violencia se ha dado recientemente en Francia tras el anuncio de François Hollande de legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo.

Incluso en los países en los que el matrimonio igualitario está ratificado, la homofobia parece desafiar todavía aquello que la ley ya ha superado. En los Países Bajos, el primer estado del mundo en legalizar estas alianzas, el año pasado se registraron al menos 34 casos de personas que tuvieron que abandonar sus barrios debido a ataques homófobos. Aversión similar en Bélgica, donde el pasado verano una pareja de lesbianas de Lieja fue insultada y su amigo, golpeado. Por su parte, en Suecia, poco se ha hecho por esclarecer el comportamiento homófobo de un miembro de la Policía. Y en Dinamarca, un periodista admitió públicamente que no sabía discernir entre una mujer transgénero de “un circo de desviados con impulsos degenerados”. Quizás se deba a que el repudio hacia el diferente sea lo verdaderamente normalizado.

“España ha legalizado el matrimonio homosexual en 2005. El país existe todavía, e incluso han ganado al fútbol”.

La sociedad portuguesa, por su parte, parece reconocer que los transexuales son el grupo más discriminado en el país, seguido de la comunidad gitana. Mientras, en España, el partido que actualmente ocupa el Gobierno llevó la ley del matrimonio igualitario al Tribunal Constitucional tras su aprobación en 2005. Haberse ahorrado tal recurso les hubiera evitado tener que leer la sentencia del pasado 6 de noviembre en la que se resuelve que el matrimonio entre personas del mismo sexo es plenamente constitucional.

El próximo 16 de diciembre a las 14h, la plaza de la Bastilla de París acogerá el inicio de la Manifestation pour l'égalité: una marcha a favor del derecho al matrimonio de todas las parejas y de la homoparentalidad.

Imágenes: portada, cortesía de © Sztuczne Fiołki basada en una pieza de © David Hockney; texto, © ILGA-Europe y © cortesía de la página en Facebook de Act Up-Paris. Vídeos: atrejuvienna/YouTube y RussiaToday/YouTube.

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