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En el punto del IRA

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Desde hace pocas semanas, el control del Ulster ha vuelto a las manos de Londres, pero en las retinas siguen impresas las imágenes de una película reciente

Desde hace pocas semanas, el control institucional de los seis condados de Ulster, Londonmerry, Antrim, Down, Armagh, Tyrone y Fermanagh ha vuelto a ser administrado directamente por Londres, poniendo así temporalmente fin a los avances realizados gracias al Tratado de Belfast de 1998 y a las esperanzas creadas a raíz del reciente desarme del IRA. Esta piedra en el camino hacia la paz la han lanzado dos diputados del Sinn Féin, acusados de ser espías del IRA. Es posible que Downing Street no tuviera elección: sería inaceptable que los miembros de un parlamento tengan tales relaciones con un grupo terrorista. Ya ha ocurrido muchas veces, con anterioridad, que años de esfuerzo y de diálogo alrededor de una mesa volaran en pedazos, en un abrir y cerrar de ojos. Un segundo, una explosión en la que la sangre se impone sobre la razón, y el trabajo de años se reduce a ceniza. Más o menos al mismo tiempo, en la oscuridad de una sala de cine, se esclarecía otra elección tomada por las autoridades inglesas. Derry, 1972, 24 manifestantes desarmados y pacíficos, culpables de pedir el derecho a expresar sus deseos, a ser representados en el lugar donde viven por quien ellos eligieran, a elegir libremente la escuela a la que mandar a sus propios hijos y una habitación segura en la que dormir por la noche, fueron asesinados por grupos especiales ingleses que consideraron que esas demandas elementales eran absurdas, y en aquel maldito día decidieron abrir fuego a altura humana. La acción de las tropas inglesas recibió los más altos honores de manos de la propia Reina, una medalla que compensaba su valentía, verdaderamente admirable. Fue en domingos como aquél en Derry cuando el IRA creció y encontró el consenso, prosélitos y hombres desesperados dispuestos a esparcir sangre porque demasiadas veces sus padres habían vertido lágrimas en la lucha para que se les reconociera una patria, en la batalla por reapropiarse una dignidad perdida y conquistar derechos elementales. La ocupación de Irlanda por los ingleses comenzó en 1171 con la invasión normanda y durante siglos la humanidad ha visto personas envejecer prematuramente, amargamente desconsoladas, por la perpetua incapacidad de la especie más potente de la Tierra de encarar las continuas consecuencias negativas de sus propias acciones, en las que la inmundicia de la existencia es bien real y no hija de la fantasía que se respira en las películas. Tierras ocupadas, derechos violados, las masacres cromwellianas, leyes facciosas, la Gran Carestía, el reparto, la segregación, huelgas de hambre, ley marcial, todas ellos fueron sucesos dramáticos, reales, sufridos en carne y hueso. A principios del XIX, aparece en el vocabulario de las cámaras británicas el "Home Rule", es decir el autogobierno. Si lo cito es porque refleja el modo en que, con demasiada frecuencia, se han enfrentado los hechos en Irlanda, tratados siempre desde la óptica de los intereses ingleses y casi nunca de los del pueblo irlandés. Y esto es algo que nunca se debe olvidar. La autodeterminación de los pueblos no es simplemente una frase. Es un principio de acción imperativo. Una ley común para las naciones, grandes y pequeñas fundada en la voluntad de las naciones- para hacer que los duelos sean la excepción. Estas palabras fueron pronunciadas por Woodrow Wilson en 1918. Si tal es su objetivo, entonces, Dios le tenderá la mano y la acompañará entre los nobles de la Historia., fue la respuesta de Eamon de Valera, detrás de las rejas de la prisión de Lincoln. La autodeterminación no pasó de ser una palabra con la que muchos hombres de Estado, más tarde, se traerían la miel a los labios con la esperanza ilusoria de ennoblecerse. El año 1921 marcó la independencia irlandesa, pero también la separación, que excluyó los seis condados (lo paradójico es que los habitantes de Antrim y Down habían manifestado, por su voto, solamente tres años antes, su voluntad de separarse de Inglaterra) del Estado libre, así como el estallido de la guerra civil, que vertió sobre la isla el cáliz envenenado que, sorbido en los próximos años, ensangrentaría parte del Ulster.

Después del 11 de septiembre de 2001, en las relaciones internacionales se habla de definir el terrorismo. Honestamente, creo que es importante comprender el terrorismo, no ponerle una etiqueta o encontrar un post-it que pegarle encima. Las campañas por los derechos civiles surgidas en los años sesenta en Irlanda del Norte, no pedían anexionar a Eire los condados del Ulster de mayoría protestante, sino que pedían derechos, el reconocimiento de una dignidad humana. Se pedía democracia. El bien más preciado que el ser humano haya conquistado jamás, y defendido, pagándolo con quién sabe cuántas vidas a lo largo de los siglos, no fue exportado por la democrática Inglaterra. No se escuchó estas voces, fueron enmudecidas en la sangre, lo que abonó e hizo fértil el terreno del terror sobre el que creció el IRA. Los caminos que llevaron al infierno habían sido abiertos esta vez por malas intenciones.

El terrorismo deja la puerta abierta a grandes interrogaciones, para cuyas respuestas, quizás, no quede tiempo. Garantizar a un pueblo su derecho de expresión de sus deseos y de vivir de acuerdo con ellos es, aparentemente, un derecho elemental, pero a veces necesita violencia para ser reconocido. ¿Se puede admitir el recurso a las armas si la causa es buena? ¿Se puede utilizar la fuerza como medio para conquistar la libertad? ¿Hasta qué punto se puede llegar para resistir a un poder inmoral? ¿Qué métodos deben ser usados para frenar la violencia y construir un nuevo Estado democrático?

¿Y qué empuja a un hombre a convertirse en terrorista? Estas son las preguntas sobre las que se debe reflexionar. Estas son las preguntas sobre las que se debe reflexionar, para evitar que existan buenas causas que defender y libertades que conquistar, porque ya hayan sido concedidas por el poder, al que se pide simplemente coherencia con su estatus de Estado democrático. Esto reduciría al terrorismo a la condición de refugio para unos pocos fanáticos, corsarios de locos ideales en nombre del odio hacia el rostro del otro, y sobre todo haría que fuera más fácil aislarlo y combatirlo. Esto vale en Belfast, en Bilbao, en Grozny y a lo largo de la banda de Gaza. Cada realidad debe ser definida y comprendida en su especificidad y no clasificada bajo un mismo título, si se quiere enfrentarse a ella y evitar la muerte de seres humanos. Yo no defiendo a quien siembre la muerte y no justifico vilmente al suicida, sino que invito a comprender los matices de cada realidad para no confundirse y abordarla por lo tanto ciegamente. Desde esta óptica, definir y encarar significan al mismo tiempo conflicto y acuerdo, competición y colaboración, protesta y celebración, cambio y conservación, aprendizaje y olvido, y sobre todo dialogar para prevenir con el objetivo de construir una sociedad en la que los frutos de la democracia, de la grandeza de la humanidad, de la tierra y del espacio, se conviertan en los fundamentos de la justicia y de la paz.

Hoy, con el retorno del control administrativa a Londres, muchos pretextan en este caso concreto, con razón, la imposibilidad de obtener la paz con el IRA. Muchos historiadores afirman que sin el terrorismo, probablemente, Irlanda hubiera obtenido la independencia total con alguna versión de home rule. Si Dios y la naturaleza han concedido a un pueblo o nación la posesión de las tierras y otro príncipe u otro pueblo lo invade o lo conquista, privándolo de una parte importante de su tierra, imponiéndole leyes, gobierno y funcionarios, sin o en contra de sus consenso, ¿acaso es otra cosa más que robo por parte del invasor? ¿No es justo derecho, para quien es invadido y conquistado, oponerse a sus propios enemigos para recuperar su propia libertad y lo que le corresponde? Esta frase no es la de un miembro del IRA, sino el grito de protesta de algunos soldados ingleses del New Model Army que, en 1649, se negaron a ser expedidos a Irlanda para calmar a un pueblo. La Historia no se hace con síes, pero si realmente se quiere jugar ese juego, creo que pocos podrán contradecirme si afirmo que si otros hubieran tenido el valor de este soldado anónimo que condenó el engaño y denunció la injusticia de un derecho de conquista, quizás se habría contado la historia de una Irlanda y de una Inglaterra mejores.

Translated from Nell’occhio dell’IRA