Elecciones en Túnez: entre la decepción y la esperanza
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"Hemos votado porque tenemos esperanza, porque tenemos fe, hemos votado porque mañana será mejor", comentaba una joven tunecina de 24 años, contenta con su dedo manchado de tinta, tras haber acudido a la llamada democrática del pasado domingo. Dicen que la esperanza es lo último que se pierde, para los tunecinos desde luego lo es.
Desde que los ciudadanos derrocaron al dictador Ben Ali, la situación en el país empeoró. Los precios amentaban mientras la gente perdía sus trabajos, la amenaza terrorista era cada vez mayor y los partidarios de las distintas tendencias políticas se enfrentaban en la calle con violencia. La tensión desencadenó el asesinato de dos líderes de la oposición en 2013, Mohamed Brahmi y Chokri Belaid. A finales del mismo año, el partido islamista Ennahda que había ganado las elecciones de 2011 y que gobernaba junto con el CPR de Marzouki y Ettakatol, en lo que se conoció como la "Troika tunecina", dimitió, ante la incapacidad para hacer frente a la situación. En su lugar, se estableció un gobierno tecnócrata con Mehdi Jomaa al frente.
En un momento de crisis social y económica, pocos podían pensar que Túnez celebraría unas elecciones de forma tan pacíficamente democrática como lo hicieron y menos aún con un grado de participación relativamente alto. Los datos ofrecidos por el ISIE, instancia superior independiente para las elecciones, señalan un poco más del 60% de participación. Pero hay un dato que no se puede pasar por alto. En Sidi Bouzid, donde empezó la revolución, cuna de las revueltas árabes y una de las ciudades más pobres en permanente protesta, el porcentaje de participación fue el más bajo, sobre el 48%. Además, el 60% se contabiliza sobre el total de personas que se inscribieron para votar, alrededor de 5 millones en un país con mas de 8 millones de ciudadanos en edad de votar.
Los resultados
El partido Nidaa Tounes ha salido vencedor de estos comicios con 85 puestos dentro del Parlamento, de un total de 217. Ennahda se ha llevado 69 asientos de la cámara situándose como segunda fuerza. El primero es un partido nuevo, creado en 2012, de corte liberal y encabezado por Beji Caid Essebsi, ministro en la época de Habib Bourguiba y diputado del partido en el poder, durante un tiempo breve, en la época de Ben Ali. El segundo, Ennahdha, un partido islamista que moderó su discurso tras las protestas de muchos ciudadanos en 2013 por su visión demasiado conversadora, está encabezado por Rached Ghannouchi, uno de los políticos más prominentes y conocidos de la esfera política nacional. Comparten una característica: sus líderes no forman parte de la clase social que protagonizó las elecciones, la de los jóvenes. Ghannouchi tiene 73 años y el líder del partido islamista, Essebsi, 87.
Distintos observadores europeos que supervisaron los comicios felicitaron a Túnez por el éxito de estas elecciones. Michael Gahler, portavoz del grupo de observadores del Parlamento Europeo dijo el martes que celebraba la capacidad del ISIE por su remarcable triunfo en celebrar unas elecciones de forma transparente, profesional y en un tiempo tan limitado.
Desafección política entre la juventud
Muchos ciudadanos el domingo se encargaban de dejar claro que las elecciones son solo el comienzo. A la salida de un colegio en el barrio del Bardo, donde viven muchos de los jóvenes estudiantes que se unieron en 2011 a las protestas, un joven nos comentaba que para ellos está todo perdido pero que vota para asegurar el futuro de sus hijos.
"Nosotros propiciamos el cambio pero ahora no hay nada para nosotros, nadie que nos represente", decía otro joven. Se sienten engañados, desilusionados, no sienten que ningún partido les represente, pero votan porque no han perdido la esperanza. Son conscientes de que la transición es lenta, que se necesita paciencia y están seguros que en unos años será mejor. Otro joven que supervisa para uno de los partidos la jornada, comentaba que para él esta no fue una revolución sino, de momento, solo una revuelta. "Sabremos si fue un verdadera revolución dentro de unos años", remarcaba. Por su parte, un joven taxista nos decía que no iría a votar porque cree que todos los políticos solo buscan el poder y el dinero, una imagen que comparten la mayoría de la juventud que decidió no ir a votar.
En el barrio de Bab Souika, donde vive gente con menos recursos, y donde nada más poner un pie se ve la basura por todos lados y el caos que suele caracterizar a los sitios menos desarrollados, los colegios estaban llenos y la gente se quedaba después de votar para discutir la jugada. Aquí se ven muchas más mujeres con velo y menos jóvenes acudiendo. Un mujer nos decía que hay que ser paciente y que "se necesita tiempo para aprender a practicar la democracia". "Insha'Allah" ("Si Dios quiere") respondían cuando les preguntábamos si siguen creyendo en el cambio y si piensan que las cosas irán a mejor.
Cuestión de seguridad
En Enasser, uno de los barrios mas ricos de la ciudad, el "nuevo Trípoli", como lo llaman los tunecinos por el alto número de inmigrantes que hay de Libia, una chica comentaba al salir de votar que quiere que la economía mejore pero que la seguridad es su principal preocupación. Muchos defienden que la situación cambió después de la revolución, algunos jóvenes no salen de noche solos por la calle y no se sienten tan seguros como antes.
Esta visión se contradecía con la calma con la que se celebró la jornada electoral, que transcurría sin problemas en un ambiente tan pacífico que muchos se sorprendían de ver. Pero la tranquilidad en un país amenazado por el terrorismo, y que en lo que va de año ha detenido alrededor de 1.500 sospechosos yihadistas, es un precio alto. Más de 80.000 militares, policías y guardias nacionales custodiaban los colegios electorales con enormes Steyer (fusiles de asalto austriacos) colgadas del hombro y dedo en el gatillo como si de un momento a otro tuvieran que empezar a disparar.
Las elecciones son solo el inicio de una posible transición que sigue en entredicho y de la que no se podrá conocer el resultado hasta dentro de un tiempo. Pero sin duda un pequeño éxito para un país árabe que vivió bajo una dictadura durante muchos años y sin tradición democrática, donde la presión islamista conservadora es alta. Los tunecinos siguen confiando en la capacidad de transformación de su país. Porque Túnez no es Siria, ni Libia ni Egipto, así se encargaban de dejarlo claro el domingo algunos ciudadanos de este país.