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El solitario de las cumbres de Asia Central

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Sociedad

Charchanbek, de 23 años, es pastor en las verdes praderas alpinas de Kirguizistán. En un decorado de cine, perfecto y preservado, este “chabán” vive retirado del mundo.

A galope rápido y marcado, Charchanbek se escapa hacia las altas montañas kirguizas que dominan el viejo y concurrido Tash Rabat, en el techo de Asia Central. El viento sopla, seco y frío. El sol pega fuerte y quema. En este universo virgen envuelto en un silencio puro, la vida parece a menudo una lucha por sobrevivir, entre tormentas de nieve e inmensidades inhóspitas.

Kirguizistán es a menudo rebautizado por los viajeros como “la pequeña Suiza del Asia Central”, debido a su anfractuoso paisaje que tanto recuerda a los Alpes, y sus lagos transparentes a gran altitud. También porque el país fue durante mucho tiempo el más democrático de Asia Central tras su independencia, sobrevenida después de la implosión de la Unión Soviética en 1991. Sin embargo, la vida cotidiana de los Kirguizos está lejos de la de los suizos; a pesar de la famosa “revolución de los Tulipanes” en marzo 2005 que puso fin al reino del presidente Askar Akaïev, las cosas no han cambiado mucho.

Trabajo extenuante

Los yaks, los carneros y las vacas que pertenecen a Charchanbek pastan tranquilamente y disfrutan de las primeras briznas de hierba de la primavera que aparecen entre las últimas placas de nieve. Una nieve que recubre el valle durante siete meses al año. Todas las mañanas, a caballo, este chabán -o pastor kirguizo- tiene por costumbre darse una vuelta para ver a sus animales: verifica que no estén demasiado lejos o que ninguno esté herido. En primavera, periodo de reproducción, los recién nacidos y las hembras preñadas requieren una atención particular.

Hace dos años, Charchanbek decidió abandonar su empleo en el Dorboy Bazar de la capital, Bishkek, para instalarse en el valle virgen de Tash Rabat. “Yo prefiero trabajar aquí, y por nada del mundo volvería a Bishkek”. Después de haber recogido los animales de su padre, Charchanbek posee hoy en día 200 yaks, más de 250 carneros y una decena de vacas para “las necesidades de leche, mantequilla, crema y carne de la familia”.

Ocuparse de más de 450 reses no es una tarea fácil para un solo hombre. Entre el ordeño de las vacas, los partos, las heridas de los animales, esquilar la lana, recoger los animales cada tarde en los cercados… Charchanbek no conoce los días de vacaciones. A 45 grados bajo cero en invierno o a 40 grados en verano, vive en su pequeña casa de adobe: de dos habitaciones sin agua corriente ni electricidad. Sostenida en equilibrio sobre el borde de una de las dos ventanas de la habitación principal, una pequeña radio a pilas le hace compañía. Bajo la estufa, encendida día y noche gracias a una mezcla de estiércol y tierra, duerme uno de sus tres fieles perros.

A veces, los domingos para la feria de ganados, baja a Naryn, la ciudad principal al sur del país, que está a 4 horas en coche. A menudo queda con Talar y Esengul, sus vecinos y amigos de la misma edad, que viven en las granjas más importantes de los alrededores. Juntos, fuman cigarros y hablan de las noticias que llegan de la parte inferior del valle.

MTV en las montañas

A pesar de las condiciones tan extremas, Charchanbek dice estar enamorado de su trabajo. Calculando el precio de sus animales, su rostro, marcado por le viento glacial y el sol abrasador se anima, y sus agrietados labios esbozan una sonrisa de confianza en sí mismo. Cuando alcanza los 250 kilos, un yak se vende por 300 dólares y un carnero por 100 dólares. Criar 200 yaks puede dar mucho dinero.

“Cuando vendo un animal, guardo un poco de dinero, voy a un café y a veces a la discoteca, pero me vuelvo pronto porque prefiero estar aquí.” Es difícil imaginar un local en este decorado salvaje. Sin embargo, las costumbres en Bishkek son más liberales que las de las capitales vecinas: infraestructuras modernas, chicas en minifalda que fuman en la calle, cultura MTV o parejas que se besan en público. La influencia de los inmigrantes rusos en temas de anticonceptivos o de parejas libres es perceptible, al igual que en la práctica de la religión chamanista.

La capital está lejos de la pequeña casa de Charchanbek. Un buen trayecto en coche. Como muchos dicen, los Kirguizos, un pueblo de nómadas que cuenta con alrededor de 80 etnias, han sido siempre más abiertos y acogedores que sus vecinos.

En su última excursión a la ciudad, Charchanbek se ha comprado un par de gemelos rusos por 50 dólares, que lleva orgulloso en bandolera. Las sombras pasan de repente por el rostro de este jinete indomable: no porque tenga nostalgia de la trepidante vida en la capital, sino porque la ausencia de chicas jóvenes le abruma. “A veces, es duro” confiesa.

En menos de un mes, el valle estará invadido por las tiendas de los mongoles y las familias llegadas de las aldeas de Naryn, Kara-Suu y At-Bashy que subirán su ganado a pastar durante todo en verano. “En las familias que llegan, hay al menos 5 chicas. Entre ellas está la mía”, confiesa con el rostro radiante y maravillado. Aunque sabe que será difícil desposarla y después convencerla de que venga a vivir aquí con él todo el año. “Esto no es un trabajo, es simplemente mi vida. Me gustan las montañas, mis animales y el sol. ¿Por qué debería hacer otra cosa? ¿Es que no está bien así?”

Translated from En solitaire sur le Toit de l’Asie centrale