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El síndrome de Bridget Jones

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Política

La soltería, ¿un defecto? Cada vez menos, si tenemos en cuenta las nuevas exigencias amorosas de los europeos.

¿Aburrido de su adicción a la televisión?, ¿de sus apestosos calcetines?, ¿de que sea roñoso o perezosa? "No es suficiente así", "esto no está bien asá"… ¡Basta ya! ¡Forme parte del club de los solteros! En 2004, Eurostat calculaba que 100 millones de corazoncitos batían en solitario a la busqueda -o no- de su media naranja. Sólo en Francia, la proporción de personas que viven solas se ha doblado entre 1962 y 1999, pasando del 6,1% al 12,6% de la población, según un estudio del INSEE (Instituto Nacional –francés- de Estadística y Estudios Ecómicos). Lo mismo sucede en el Este: 5 millones de polacos eran también solteros en 2005, es decir, un 38,8% más que en 1988. Particularmente afectadas por este problema están las mujeres trabajadoras entre 25 y 35 años incitadas por la prensa que no cesa de predicarles independencia y autoafirmación, acosadas por la publicidad, los platos de cocina individuales o los planes de vacaciones especiales o encuentros. Del "aquí te pillo aquí te mato" al rollo de una sola noche, pasando por el delito de la estupidez afectiva, esta tribu tiene sus propios códigos, sus series de culto (desde Ally Mcbeal hasta Sexo en Nueva York), sus mitos de papel, como Bridget Jones e incluso sus iconos glamurosos. Según un estudio de IPSOS-Meetic de febrero de 2006, las solteras preferidas por los europeos serían Sharon Stone y Halle Berry, algo alejadas del cliché de la vieja chica de caracter agrio y protestona.

Soledad sin complejos

¿Cuáles son las causas de esta epidemia? La multiplicación de los divorcios por todo el continente, que apenas incita a casarse. Por ejemplo, en 2002, el Reino Unido ostentaba un triste récord europeo: el 40% de los matrimonios celebrados en este país acabaron en fracaso. Además, la incorporación cada vez más tardía al mundo laboral se lleva a cabo en condiciones que favorecen el individualismo y no la vida en pareja. Betty, irlandesa de 26 años, trabaja en el Parlamento Europeo, y evoca la teoría de los tres pilares de su plenitud personal: la familia y los amigos, su carrera profesional y su vida sentimental. Para ella, tener 2 de los 3 no está nada mal pues es raro que los tres pilares estén en armonía al mismo tiempo.

Una opinión que comparte Sabha, londinense de 25 años, empleada en el sector de las finanzas, un universo ultra competitivo. Para Sabha, las mujeres se adentran en un ritmo frenético de ambición profesional que realza su valía no sólo en el ámbito de trabajo, sino asimismo en el ámbito sentimental. "Los hombres no están a la altura", suspira resignada. Frente a mujeres competitivas, reafirmadas y exigentes, alimentadas por el biberón del feminismo post-68, es difícil para ellas, en efecto, encontrar su lugar. Nicolas Riou, autor especializado en problemas de identidad masculina, afirma que los hombres están hoy en día maltratados y desestabilizados. Si son demasiado viriles, se les tacha de machistas. Por otro lado, al metrosexual urbano que reivindicaba la sensibilidad y los productos de belleza se le define ahora como "Hombre Marlboro transformado en caniche". ¿Salvará al hombre moderno la llegada en 2005 del concepto de ubersexual?

Todo menos casarse

Cécile, joven abogada belga de 26 años, rehuye por el momento el matrimino, convencida de que su individualidad no podrá desarrollarse plenamente en pareja. Creo que cada uno explora menos su potencial en una relación, analiza. Por ahora, las mujeres aplazan el momento de ponerse el anillo en el dedo, una tendencia continua y observada en los diferentes países de la Europa de los 25. En 2005, por ejemplo, la mujer francesa media se comprometió a los 28,8 años de edad, es decir, dos años más tarde que en 1995. En Polonia, la edad media para el matrimonio sigue siendo a los 24,4 años.

A falta de quererse ver involucradas en una relación convencional, hay muchas mujeres que prefieren descubrir los placeres sexuales sin futuro, como Carrie Brashaw, la protagonista de Sexo en Nueva York, probando sin complejos juguetes eróticos y otros artilugios, cuya venta ha conocido un importante crecimiento en los países nórdicos, a imagen y semejanza de la exitosa cadena británica Ann Summers, o cultivando los rollos de una noche, esos complices de las canas al aire. Para Cécile, no hay nada de malo en entregarse a una noche de locura, sobre todo cuando "no se tiene nada que perder. Hay personas con las que la atracción física es natural. Pero es un acto egoísta que objetiviza al otro. Emocionalmente, las aventuras de una sola noche son poco satisfactorias", previene. Para otras, como la escritora feminista Marcella Iacub, si las mujeres no aprovechan "plenamente su libertad sexual como lo hacen los hombres, ellas mismas son las responsables, confundidas por su relación con la maternidad que les impide ser totalmente libres. Son libres de apropiarse de la pornografía y de elegir si desean tener hijos o no".

Libertad interior

Además, alcanzar la plenitud como soltero depende en gran parte de la sociedad. Los suecos han sabido por ejemplo valorizar su independencia. Un artículo en Nouvel Observateur señalaba que "en ese país, nadie identifica una soltería prolongada como un signo de anomalía; menos aún como consecuencia de una desgracia física. La vida en solitario es algo natural". De este modo, "la verdadera autonomía, la única que cuenta, se conoce como 'espacio mental' o 'libertad interior' ". Sin embargo, en Italia, ser soltero es una situación de transición, normalmente acompañada de dificultades económicas. Según la página web italiana de encuentros www.parshit.it, el 35% de los inscritos -hombres y mujeres- se consideran ¡"desgraciados"! Elizabeth, una irlandesa de 24 años inquieta y soltera admite que es más fácil estar soltero en Bruselas que en Dublín, porque la presión social es menos fuerte. Si para algunos solteros la soltería es sinónimo de libertad e independencia, para otros, a veces puede ser vivido como un fracaso. Pero esa es otra historia.

Translated from Le syndrome Brigdet Jones