El silencioso adiós del mercado polaco
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Sara Fuertes LópezA principios de los años 90, comprar en los "mercados polacos" de Słubice a precios inmejorables eran tan fácil como cruzar a la otra orilla del río Óder: cigarrillos, enanitos para el jardín, imitaciones de perfumes de marca y mucho más. Pero, ¿sigue el negocio de los mercadillos marchando viento en popa 25 años después de la Reunificación alemana?
"¡Ya llega el autobús de Polonia!", grita uno de los jubilados en la estación de tren de Fráncfort del Óder y, poco después, un grupo de personas de más de 65 años se apremian para subir al vehículo. Una vez que han guardado el último andador, la última silla de ruedas y la última maleta con ruedas adornada con motivos gatunos, se cierran las puertas. El objetivo de estos viajeros está escrito en mayúsculas en las ventanas laterales del autobús: "A Słubice, viajar para ahorrar" o " ¡A Polonia para recargar provisiones!". Muchos de los jubilados han venido expresamente para eso desde Berlín, a unos 100 kilómetros, ya que viajan de forma muy barata gracias a una oferta especial. En la lista de la compra se encuentra una visita al peluquero habitual, "píldoras azules para los amiguetes", café y, por supuesto, cigarrillos.
El autobús atraviesa un barrio con edificios de la época soviética y se dirige hacia el puente del Óder. Aunque los puestos fronterizos fueran demolidos el año pasado y ya no haya ningún control fronterizo, uno se da cuenta enseguida de que aquí se encuentra la frontera. Justo ya al final del puente comienza a verse una gran cantidad de paneles publicitarios que llaman la atención: "Cigarrillos las 24 horas", "¡súper barato!", y, de nuevo, "¡¡¡cigarrillos!!!". La pequeña ciudad de Słubice, con 17.000 habitantes, parece haber sido cubierta con puestos de cigarrillos. Hay dos mercadillos, a los cuales los alemanes les gusta llamar "mercados polacos". El primero, más grande, se encuentra unos kilómetros a las afueras del centro de la ciudad. Allí, los turistas de fin de semana consiguen de todo: desde cachorros de perro que gimotean hasta imitaciones de la marca de ropa más querida por los neonazis, Thor-Steinar.
Camisas brillantes, enanitos de jardín y accesorios de pesca
El mercadillo más pequeño, a sólo unos cientos de metros del puente del Óder, es más secreto. Está compuesto por un número abarcable de pasillos techados. Los puestecitos están colocados ordenadamente unos al lado de otros y están repletos de artículos coloridos y variados: cursis cortinas con volantes junto a camisas brillantes con dibujos de tigres, discos pirata de Andrea Berg al lado de accesorios de pesca, enanos de jardín mano a mano con muñecas de plástico, verduras, fruta y bombones de chocolate. Si sigues tu instinto olfativo, llegas al corazón del mercadillo: el Bar Appetit en el que se ven brillantes salchichas grasientas y alitas de pollo apiladas tras el mostrador. Ya incluso antes de mediodía se llena la pequeña habitación de grupitos, la mayoría de gente mayor, que se sientan en las sillas de plástico y cortan con cubiertos, también de plástico, sus filetes empanados. Botes XXL de ketchup, mayonesa y mostaza se encuentran listos para ser utilizados.
Marysia sirve las bebidas -delantal rojo, pelo corto, pelirrojo y tintado, simpática pero estricta- "En Polonia comemos mucho más tarde, sobre las 16:00 de la tarde", nos explica en un alemán fluido con un fuerte acento polaco, "pero aquí, la hora del almuerzo es de 11:00 a 14:00, como en Alemania". Esta mujer de 56 años abrió su puesto en el mercadillo hace más de 20 años. Actualmente, todavía sigue cocinando y sirviendo de vez en cuando. El negocio pasó hace algunos años a manos de su hija pequeña. Antes de la Reunificación, Marysia era costurera en una fábrica lugareña. Tras 1989, ese negocio, como otras muchas empresas estatales en Polonia, tuvo que cerrar sus puertas. Al igual que Marysia, muchos polacos aprovecharon la nueva libertad de la economía de mercado que llegó tras el colapso soviético para crear pequeñas empresas y comerciar. A un par de puestos de allí se encuentra la floristería de Zofia. "Los cigarrillos habrían dado más dinero, pero creo que las flores le pegan más a una mujer", dice esta señora de unos 60 años mientras hace un ramo con calas, rosas y ramilletes verdes.
El ramo es para uno de sus clientes habituales: Dieter. Éste realiza algunas compras mientras que su mujer se corta el pelo en la peluquería. Una charla con Zofia forma parte de la visita habitual al mercadillo (en alemán, por supuesto). Al igual que para muchos ciudadanos de Fráncfort del Óder, para Dieter, el polaco sigue siendo una lengua desconocida, incluso después de tantos años, exceptuando palabras como "gracias" o "por favor". "Si el hubiera tenido en su cama a una polaca, entonces ahora sabría más polaco", bromea Zofia una vez que Dieter abandona la tienda. En lo que a sus clientes se refiere, el 90% son alemanes, "y les gusta de verdad lo agradable y confortable" del lugar, dice la experimentada dependienta. En Polonia no es habitual poner flores en la mesa. "No merece para nada la pena, sólo duran un par de días", dice. En los últimos años, le ha llamado la atención el hecho de que los clientes no son más jóvenes, sino cada vez más viejos. "Los jóvenes compran casi todos en esas grandes monstruosidades", dice queriendo hacer referencia a las tiendas de descuentos, a los supermercados y a los centros comerciales. "Además, hay cada vez menos gente en Fráncfort. Fijaos en los bloques de pisos, muchos están vacíos o son demolidos".
¿Todo más barato en Polonia?
El número de habitantes de Fráncfort del Óder cae de verdad, igual que en otras muchas ciudades de Alemania del Este. Justo después de la Reunificación había todavía 86.000 habitantes, mientras que hoy en día la cifra es un tercio más baja. También se puede apreciar el cambio demográfico: la población con menos de 29 años representan entretanto menos del 26% de la población de la ciudad. Por el contrario, el porcentaje de habitantes de más de 45 años crece sin cesar: en 2012 ya superó el 60%. La ciudad lucha sin éxito contra esta tendencia: en la ciudad hay incluso una universidad. Sin embargo, muchos estudiantes prefieren ir y venir desde Berlín, que se encuentra a una hora, ya que es difícil que Sajonia supere a esta ciudad en términos de trabajo y de ofertas de ocio.
La clientela del mercadillo de Słubice va también disminuyendo porque los precios en una orilla y otra del Óder se han ido acercando en los últimos años. El cliché de que en Polonia todo es más barato continúa ampliamente extendido por Alemania. Si embargo, esto responde más bien a la realidad de principios de los años 90: por aquel entonces, la diferencia de precios era considerable y los alemanes acudían en masa a los mercadillos para abastecerse masivamente con gangas. Entretanto, muchos productos de las tiendas polacas cuestan casi lo mismo que en las tiendas alemanas. Y en los mercados polacos, que se han ido adaptando al bolsillo alemán, muchas cosas son incluso un poco más caras que en los supermercados o en las tiendas de descuentos.
Nosotros "no vamos nunca al mercadillo", dice Joanna Pyrgiel. Esta enérgica mujer de 38 años que trabaja en la administración pública de Słubice para la cooperación con el extranjero vive desde hace mucho tiempo en esta ciudad. Sin embargo, es la primera vez que viene al mercadillo. Contrariamente a lo que pasa en Fráncfort, la población en Słubice está aumentando. Esto es debido a que la posibilidad de vivir en Polonia y trabajar justo al lado en Alemania atrae a muchos polacos a esta región en el Óder. "Al otro lado", los alquileres son más caros, a lo que se le añade la dominante falta de mano de obra cualificada .
Desde 2009, los controles fronterizos han sido eliminados, por lo que la relación entre Fráncfort y Słubice se ha intensificado adicionalmente. Muchas de las cosas que hoy en día son evidentes habrían sido impensables hace algunos años, como, por ejemplo, la conexión con autobús entre una orilla y la otra del Óder, nos dice Joanna Pyrgiel.
Además, han ido abriendo sus puertas escuelas polaco-germanas y cada año hay encuentros culturales, conjuntos y festivales. Ahora, jóvenes de ambas partes de la "ciudad doble", como Pyrgiel, llama a Fráncfort y Słubice, se reúnen en los numerosos pubs y bares en Słubice. Para los habitantes de Słubice, el mercadillo existe más bien en las afueras.
Los vendedores del pequeño mercadillo no se hacen muchas ilusiones con respecto al futuro de los "mercados polacos". Cuando el país entre en un futuro no muy lejano en la unión monetaria, estos vendedores verán incluso más amenazada su ventaja en cuanto a los precios: "Si llega el euro, las abuelas desaparecerán, los vendedores también y pronto dejarán de existir los mercadillos", dice Zofia, objetivamente. Ya son las tres de la tarde, hora en la que Zofia saca los ramos de flores de sus bonitos jarrones adornados y termina de guardarlos en la tienda. También el vendedor de verduras de la derecha y el que vende bombones de la izquieda están preparados para empaquetar sus artículos. Marysia limpia las mesas. Los pasillos están vacíos a esta hora, los últimos clientes abandonan el mercadillo por la salida este. Allí se encuentra una gran tienda de descuento, cuyo aparcamiento está repleto a esta hora del día. Allí aún no ha acabado la jornada laboral.
Este reportaje ha sido publicado originariamente en la revista online Beyond the Curtain. Puedes leer la revista completa aquí.
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Translated from Der leise Abschied vom Polenmarkt