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El silencio y la furia

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Nacida en Europa, nacida europea, nuestra generación se pregunta sin embargo quién hace Europa día a día. Hoy, pocos saben que se está redactando algo parecido a una Constitución para Europa. Es hora de tomar la palabra.

El debate incomprendido

Algunos pensarán que cuando llueven bombas es algo frívolo hablar del futuro de Europa, de lo que debería ser la Unión Europea, ese remanso de paz “postmoderna” (como diría Robert Kagan), ese club de ricos. Muchos, en cambio, comprenderán, mientras en las calles europeas gritan al unísono aquellos chicos y chicas que son el futuro de Europa encarnado, hecho carne, que las guerras o las paces del mañana dependerán también de lo que nosotros queramos que Europa sea. Por supuesto, hay que entender la guerra que vivimos hoy, pero sobre todo para saber cómo se podrían evitar las próximas: nuestra respuesta es Europa.

De hecho es la respuesta que darían también la mayor parte de los líderes europeos, incluso los más euoescépticos, y es que los temas que tocan a la Unión Europea son el reino de la ambigüedad y la doblez: todo el mundo se dice europeo, pero muy pocos para dispuestos a construir Europa. Poca gente sabe realmente esto, porque poca gente entiende el debate sobre el futuro de Europa, y es cierto que su grado de tecnicidad da miedo, sin mencionar que abunda en términos y conceptos reversibles, que pueden significar una cosa y lo opuesto, pero creo que se puede resumir en una imagen: Aznar.

Ser una gran potencia o formar parte de una gran potencia.

Observen ustedes a José María Aznar, presidente del gobierno de España, hombre recto, entre conservador y liberal, con ese aire de poca cosa con el que ganó las elecciones en 1996, puesto que parecía representar al hombre de la calle, mediocre pero honesto y eficaz. Un tipo así parecía dispuesto a aceptar que España es una potencia media y que su diplomacia debe reflejar ese estatus, pero el 11 de Septiembre y la crisis iraquí le dan, o al menos así lo cree, la oportunidad de hacer de España una gran potencia, de entrar en el club de los grandes, con las armas de la más clásica diplomacia de la guerra fría, definida en bloques. Ni ustedes ni nosotros, en realidad nadie con dos dedos de frente, ve cómo el hecho de seguir a Estados Unidos puede hacer de España una potencia que cuente en la diplomacia internacional, pero Aznar sí: esperemos que algún día nos lo explique. Bien, ahora pongamos por caso que España se hubiera afirmado en esta crisis como una potencia europea, que hubiera afirmado que Francia y Alemania no debían tomar decisiones solas y que debía haber debate en el seno del Consejo Europeo, que Europa debía hablar de una voz, que el gobierno español participaría activamente en la adopción de esa posición común, y que ésa sería la voz de España. Es evidente que el peso de España hubiera sido mucho mayor y, si bien no sería una gran potencia, sería en cambio parte de una gran potencia, y no el perrito faldero de una gran potencia.

En esta disyuntiva tan actual se resume el debate europeo: Estados que están divididos entre la voluntad de conservar sus prerrogativas, su libertad de decidir soberanamente y la de compartir esas prerrogativas, actuar de concierto, como se ha hecho con la moneda y con muchas otras cosas, generalmente con gran éxito. Quizás no crean ustedes que sea tan simple, y es normal, porque los gobernantes de todos los países europeos, en mayor o menor medida, pero sin excepción alguna, se empeñan en demostrar que las cuestiones europeas son de una terrible opacidad, y que más vale que no se molesten ustedes en comprenderla, ni ustedes ni sus representantes democráticos, los diputados, ya nos ocupamos nosotros de definir y defender sus intereses, fuera de cualquier tipo de debate, de reivindicar los resultados cuando saquemos algún dinero más de Bruselas y de echarles la culpa a los tecnócratas de Bruselas cuando algo vaya mal, cualquier cosa, da igual. Eso sí, todos somos muy europeistas... esa actitud de defensa de los intereses nacionales en Bruselas, intereses, insisto, que no se definen en cada país a través de un debate democrático, esa reticencia a aceptar un proyecto común que todos reivindican, está destruyendo Europa. La Conferencia Intergubernamental de Niza, en diciembre de 2000, cuando había toneladas de decisiones importantes que tomar, se fue toda en las luchas por el número de votos que tendría cada país en el Consejo de Ministros. España se fue de mala leche porque tenía los mismo votos que tendría Polonia cuando ingresase (a ver porqué no los iba a tener, que alguien nos lo explique) y Bélgica no soportaba tener un voto menos que su vecina Holanda y no aceptó firmar hasta que no se le prometieron dos Consejos Europeos por año en Bruselas...

Redactar una Constitución en privado

Así las cosas, así de ridículas, así de trágicas, se comprendió, a Dios gracias, que para reformar Europa haría falta algo más que jefes de Estado alrededor de una mesa, y se hizo la Convención. Formada de diputados europeos y nacionales, de representantes de los gobiernos y de la Comisión, la Convención es un espacio de debate público abierto, que se ha propuesto redactar un “Tratado Constitucional” para Europa, un texto que todos comprendamos y podamos leer y defina un proyecto común. Nada más respetable, pero cuánta gente lo sabe? Poca, muy poca gente. Imagínense por un momento que, en 1977, en los albores de la democracia española, poca gente hubiera sabido que se estaba redactando una Constitución; que se hubiera hecho en secreto, sin debate público, sin que la gente supiera quiénes eran los que la estaban redactando y a quién representaban. Eso es lo que está ocurriendo ahora, y ello simplemente, porque la Convención tiene un papel limitado, el de redactar un texto que puede ser aceptado o rechazado ulteriormente por los Estados, reunidos como siempre en una Conferencia Intergubernamental, y los Estados saben que mientras menos gente sepa lo que está ocurriendo ahora, más fácil será rechazar el texto si es inaceptable para ellos.

Romper el silencio

Así pues, el silencio viene del miedo. Los Estados temen que el texto limite el margen de maniobra de las instituciones en las que están representados (Consejo de Ministro y Consejo Europeo, es decir de jefes de Estado) en el proceso de toma de decisiones en la Unión Europea, en provecho de las intituciones investidas de una legitimidad de carácter comunitario (Comisión y Parlamento). Pero además temen perder la capacidad, en el seno de las instituciones que les representan, de bloquear decisiones que no les convengan, lo que fue la razón principal del fracaso de Niza. Y para que Europa funcione, para que sea visible, comprensible para todos, para que cada uno de nosotros se sienta representado y consienta a ser gobernado a escala euopea, lo que tiene que ocurrir es precisamente que los Estados pierdan parte de su peso en el sistema actual. A nosotros, como a todos los que soñamos con Europa, ese silencio nos enfurece, y por esa razón hemos decidido jugar nuestro papel de medio de comunicación europeo, transnacional. Mientras llueven bombas hemos querido, aquí en Cafebabel, hablar de palabras, de esas palabras que están construyendo Europa, hemos querido gritar para que se nos oiga, para que sepais todos que lo que está en juego es vuestro futuro y que de vosotros depende informaros y participar, hablar y gritar, si hace falta.