El racismo se adapta al siglo XXI
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La discriminación se ha modernizado para hacerse más tenue y responder a los parámetros políticamente correctos que se han extendido en la sociedad
En las últimas décadas, la igualdad se ha constituido como un valor en alza ante el cual todos debemos responder. Hoy en día, no es correcto discriminar bajo ninguna circunstancia, pero la realidad es otra muy diferente. Los últimos hechos acaecidos en Europa nos muestran una verdad que dista mucho de esa otra que reza que el racismo y la discriminación se han superado.
El nuevo perfil del racista
Ya en los 80 surgieron nuevas teorías en el ámbito de la Psicología Social que enunciaban un tipo de racismo sutil, no manifiesto. El perfil del racista ha cambiado: ya no se trata de alguien que expresa abiertamente sus creencias sobre la inferioridad genética de otras razas diferentes a la suya, sino que en la actualidad el racista defiende un tratamiento igualitario y justo hacia todos los grupos pero, en la práctica, experimenta incomodidad, miedo y ansiedad hacia los que son diferentes. En otras palabras, aunque no haya una expresión directa del prejuicio debido a las presiones sociales (se espera que no haya discriminación), este continúa siendo lo bastante fuerte para condicionar la conducta de las personas.
La psicóloga clínica Celedonia García, nos arroja algo de luz: “A los siete años, los niños ya aprenden a diferenciar entre las emociones que les producen ciertas situaciones y lo que deben expresar según lo socialmente establecido. Por eso, se guardan las reacciones que saben que serán socialmente sancionadas e intentan ajustarse a lo que se espera de ellos, aunque no haya coherencia directa entre lo que piensan o sienten y lo que expresan. Esta técnica de ajuste de comportamiento es la que marca nuestras relaciones sociales y la venimos desarrollando y perfeccionando durante toda la vida”.
Justificando la discriminación
El racista ‘aversivo’, término acuñado por Gaertner y Dovidio, se caracteriza por ejercer la discriminación justificándose en criterios distintos a la raza, manteniendo así su autoimagen de persona sin prejuicios. Este es el caso de J.R., de cincuenta años y en paro como consecuencia de la crisis, que nos expone su punto de vista: “Yo no tengo nada en contra de los inmigrantes, pero no es justo que ellos estén trabajando y los que somos de aquí no. Nos quitan el pan de la boca”. Este tipo de opiniones son muy comunes en el clima actual. “La inmigración es relacionada a menudo con delincuencia, desestructuración y pérdida de oportunidades, de manera que el grupo mayoritario (el autóctono) la percibe como una amenaza. Los racistas ‘aversivos’ encuentran en ello una excusa para justificar sus actitudes negativas hacia el inmigrante y llevar a cabo conductas discriminatorias”, nos explica Celedonia García.
R.F., una camarera de origen sudamericano que ha vivido en diferentes zonas de Europa en los últimos años, nos lo confirma: “Algunas veces, cuando acudía a una entrevista de trabajo me preguntaban por qué no volvía a mi país a buscar trabajo allí, como si yo tuviera menos derecho a comer que ellos por haber nacido en otro lugar”.
Los sesgos sutiles característicos del nuevo racismo pueden amplificarse y hacerse manifiestos, dando lugar a incidentes de violencia abierta en situaciones de conflicto o cuando las condiciones sociales cambian y el grupo mayoritario se siente amenazado. Actualmente, a tenor de la crisis económica, podríamos afirmar que se ha producido uno de esos momentos, lo que explicaría los recientes episodios de racismo manifiesto en Europa.
Machismo y homofobia
Esta forma de discriminación se encuentra también en la base del rechazo a otros grupos, como las mujeres o los homosexuales, hacia los que se mantiene una actitud abierta o políticamente correcta, pero ante los que se perpetúan estereotipos y prejuicios tan interiorizados socialmente que, a veces, incluso los propios afectados los ratifican e incluyen en su escala de valores, con la consiguiente amenaza para su bienestar y su autoestima.
De este modo, aunque las políticas de igualdad estén ejerciendo una influencia considerable sobre la conciencia colectiva, no profundizan en los prejuicios y actitudes implícitas o subconscientes, muy difíciles de identificar y modificar. Aunque la discriminación tradicional agresiva se haya erradicado, continúan vigentes ciertos parámetros ‘silenciosos’ que coartan la libertad y la igualdad de las minorías y que pueden terminar resultando igualmente dramáticos.