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El Portugal europeo, ejemplo de una democratización con éxito.

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Un análisis del papel que Europa ha jugado en el proceso de democratización de Portugal. Y las conclusiones que hay que sacar para la integración de nuevos miembros.

El interés de un análisis de los procesos de democratización.

La ampliación de la Unión Europea a 10 nuevos países en 2004, la futura admisión de Bulgaria, de Rumanía y el probable ingreso de Turquía y de los países balcánicos en un futuro incierto constituyen interrogaciones para los ciudadanos europeos. Estas cuestiones tratan de conceptos como la esencia, la identidad o las fronteras de Europa, el carácter universal de ciertos valores, la compatibilidad del sistema democrático con sociedades específicas, etc. En este campo, un debate de ideas franco y abierto, que permita clarificar las cosas está aún por llegar. Al creer que esta discusión se refiere únicamente a Turquía, a causa de su población mayoritariamente islámica y de su situación geográfica particular, tendemos a olvidar que la adhesión a la Unión es por sí misma un paso fundamental para la consolidación de la democracia y del estado de derecho en el seno de los nuevos miembros. El ejemplo de Portugal es, a este respecto, un precedente interesante del que evocaremos la transición democrática y los efectos que ha tenido sobre ésta la integración europea. Este Estado presenta, en efecto, varias especificidades que pueden, a la vez, servir de modelo para los nuevos países, y prevenir sobre el peligro de una integración a veces mal concebida.

El fin de la dictadura salazarista y la libre elección de la integración europea.

El fin de más de 40 años de dictadura del Estado Novo y de un Portugal orientado hacia las colonias y aislado del resto de Europa, aunque emanación de una revolución pacífica (las Fuerzas Armadas recibieron el apoyo de la población desde las primeras horas del 25 de abril de 1974), ha transformado profundamente al país, enfrentando a diferentes tendencias políticas. Por un lado, las corrientes aislacionistas defendían a un Portugal confederado con sus colonias, un Portugal dirigido por una autocracia militar o un Portugal bajo el modelo soviético de dictadura del proletariado (objetivo del Partido Comunista Portugués y de varias fuerzas de extrema izquierda.) Por el otro, las fuerzas políticas moderadas proponían un porvenir democrático representativo, en un marco liberal, más o menos socialista. Esta última tendencia estaba constituida por una corriente pro-europea y por otra de tendencia neutral y atlantista.

Aunque el Ejercito haya intentado institucionalizarse, autoafirmándose como actor principal en el sistema político post-revolucionario, las elecciones para la Asmablea Constituyente del 25 de abril de 1975 establecieron un régimen democrático. Los partidos moderados, como el Partido Socialista (izquierda) y el PPD (hoy PSD, centro-derecha) recibieron respectivamente el 38 y el 27% de los votos, contra un 13% para el Partido Comunista y un 7% de votos blancos (como respuesta a la llamada de los militares del MFA Movimiento de las Fuerzas Armadas- al boicot de las elecciones.) El país atravesó entonces una grave crisis política en el periodo post-revolucionario, fruto de una constante inestabilidad gubernamental y de acciones emprendidas por los movimientos radicales tanto de izquierda como de derecha. A ello se sumaban las frecuentes huelgas, las nacionalizaciones forzadas y el peso de 90 000 soldados y colonos portugueses que volvían de las colonias africanas, lo que tuvo efectos explosivos sobre la frágil economía nacional. En 1976, la inflación alcanzó el 26%, el déficit comercial se agravó, con una tasa de cobertura de las importaciones por las exportaciones del 50% y un paro que afectaba a todos los sectores y regiones del país. En este contexto inestable, y tras los resultados electorales favorables a los partidos moderados del centro, que eran partidarios de la integración europea, Mario Soares, en 1977, presentaba la demanda portuguesa de integración en el Mercado Común. Menos de 10 años más tarde, el 1 de enero de 1986, la integración efectiva de Portugal en la Comunidad Europea se convertía en realidad.

El ejemplo portugués: elementos a tener en cuenta para la ampliación de la UE.

En los años 80, la integración europea estaba todavía en un estado embrionario. Sin embargo, un primer acontecimiento decisivo fue la no-intervención de las instituciones europeas en los procesos electivos que Portugal ha vivido a finales de los 70. Así pues hay que subrayar la importancia de la autonomía nacional en este campo, sin intervención ni presión externas, así como el peligro de una actitud de pseudo-superioridad y de arrogancia de la UE hacia los países candidatos.

La transición democrática es siempre un mecanismo de gran inestabilidad, que cambia profundamente las instituciones y las prácticas autocráticas tradicionales. Los modelos propuestos son nuevos y la población, tras un largo periodo de represión, se afirma activamente por una constante agitación social. Este contexto deberá ser tomado en cuenta por una UE que actúe con un gran sentido diplomático y respetando la voluntad democrática de los pueblos. Por otro lado, para los países candidatos, la adhesión a la UE representa necesariamente una mutación de conceptos como el de soberanía o el de « imaginario nacional ». La integración es un proyecto y un « trabajo en grupo », que implica derechos y beneficios, pero también deberes, costes y una constante búsqueda del compromiso.

En este marco, conviene también destruir los mitos que se construyen alrededor de cada nueva candidatura. En 1986, con las adhesiones portuguesa y española, se evocaba ya en los países del norte de Europa la « amenaza de una ola de inmigración », argumento utilizado posteriormente por los escépticos de la actual ampliación. En efecto, miles de portugueses han emigrado hacia el norte de Europa sin amenazar nunca a las poblaciones locales. Su integración es ampliamente considerada hoy como un éxito. Además la adhesión de los países más pobres no significa necesariamente una emigración masiva hacia los miembros más prósperos. Con la adhesión se produce una estabilidad política en su seno que permite que él también prospere, lo que reduce la importancia de la emigración. Recordemos, en este contexto, el ejemplo portugués que, en 1997, con un crecimiento del 4% del PIB, una tasa de paro por debajo del 5% y un déficit público de 2,3% del PIB, aparecía como el buen alumno de la clase europea. Como consecuencia, la emigración portuguesa es hoy residual. Del mismo modo, los nuevos miembros deben tener en cuenta varios peligros que se plantean en los primeros 20 años de integración. En 1997, Portugal gozaba de una de las mejores tasas de crecimiento de la Unión. Hoy, el desliz del déficit público (algo menos del 4% del PIB) y un crecimiento estimado en 0,5% para 2002, deja pensar que Portugal ha cometido graves faltas en su proceso de integración. El mal uso de las ayudas estructurales europeas a lo largo de la última década se comprueba hoy en una red de transportes no compatible con los objetivos económicos, un sistema educativo recientemente considerado por un estudio del OCDE como uno de los peores de los países industrializados y una productividad entre las más bajas de la UE. Finalmente, los servicios, y principalmente el sector industrial (que emplean respectivamente el 55 y el 31% de la población activa) se verán sin duda fragilizados por una ampliación de la UE al Este que ofrecerá a empresas e industria una mano de obra más especializada y menos costosa. Después de haber terminado con éxito su democratización, Portugal se encuentra hoy frente a un desafío al que estaban enfrentados Francia y Alemania en 1986: la necesaria adaptación económica nacional a los retos de una Europa ampliada.

Translated from Le Portugal européen, exemple d'une démocratisation réussie