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El pasteleo entre Moscú y Minsk

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Bielorrusia es una marioneta del Kremlin. ¿Será eterna en el país de los espejos y del gas esta alianza que sólo aprovecha a Putin y a Lukashenko?

Adivina adivinanza. Un país europeo cuyo nombre comienza por la “B”, con 10 millones de habitantes, orográficamente llano y dos lenguas oficiales dominantes, aunque la Historia haya favorecido una en detrimento de otra. ¿Bélgica? Va a ser que no.

Dictadura en el olvido

Bielorrusia es un país particular en la Europa contemporánea. La última dictadura del continente, el único país en el que pervive la censura y en donde existe “un culto a la figura del comandante de la nación”. El último Estado europeo que queda por sumarse al Consejo de Europa y de los pocos que no pertenece a la UE sin planterase tan siquiera la adhesión. Bielorussia es una nación donde no existen ni libertad de expresión ni tribunales independientes, donde los opositores son encarcelados y el libre acceso a Internet se encuentra limitado.

¿Por qué ocuparse de esta tierra en el olvido? Hay motivos para pensar que los problemas de Bielorrusia incumben a Europa. ¿Quiénes somos los europeos? ¿En qué consiste nuestra identidad? ¿Acaso no reposa en nuestros valores comunes, nuestra Historia común y los territorios que hemos habitado juntos? En tal caso, Bielorrusia forma parte del continente europeo y quienes se interesan en asuntos comunitarios deberían acordarle más atención a este curioso país post-soviético. Si la democracia, el Estado de derecho y el respeto de los Derechos Humanos fundamentan nuestro compromiso europeo, ¿cómo no preocuprase de lo que sucede unos kilómetros más allá en nuestro continente?

El régimen de Lukashenko disfruta inventándose enemigos. Una práctica peligrosa, pues los adversarios son por lo general exteriores. Hoy por hoy, el enemigo número uno de Minsk es Polonia, incluida la minoría polaca en Bielorrusia, que cuenta con 400.000 personas. Ni que decir tiene que Bruselas forma parte también de sus enemigos declarados.

Intereses recíprocos

La política ocupa otro capítulo básico. Bielorrusia depende política y económicacmente de su vecino ruso. En los meses previos al reciente conflicto energético entre Rusia y Ucrania en enero, mientras Gazprom amenazó a Kiev con cortar el grifo de la energía si Ucrania se negaba a aumentar sus tarifas de tránsito, ya se había asegurado excelentes condiciones en Bielorrusia. De hecho, La compañía estatal rusa de gas ya retomó en en 2004 el control de la red bielorrusa de gas.

La alianza de Lukashenko con Moscú aprovecha a las dos partes. Al tener a la Bielorrusia de Lukashenko “en el bolsillo”, la Rusia de Putin logra no quedarse aislada en el territorio post-soviético. Para el presidente ruso los aliados fieles valen su peso en oro y quedan pocos. En Moscú, el mito de la unión de los eslavos orientales (o de todos los eslavos) permanece vivo.

Para Lukashenko, el pacto con Rusia es de una importancia vital. Sin su apoyo, el régimen bielorruso no sobreviviría mucho tiempo. Rusia acoge a nuemerosos trabajadores bielorrusos, le vende materias primas a buen precio y abre su enorme mercado de 140 millones de habitantes a los productos bielorrusos. La benevolencia rusa tiene un efecto secundario nada desdeñable. Cuando algún acontecimiento en Bielorrusia es objeto de críticas por parte de Occidente, Alexander Lukashenko no tiene ni por qué inmutarse, pues posee lo que hace falta para gobernar en Bielorrusia: el apoyo del gigante ex soviético.

Contagio democrático

La actitud de la UE hacia Europa oriental antes de la Revolución Naranja consistía en negociarlo todo con Moscú en relación a Kiev y Minsk. Error: tarde o temprano, Bielorrusia -como Ucrania- tomará el camino que conduce hacia el Estado de derecho en el que los Derechos Humanos se respeten. Entonces, la Unión tendrá que estar lista para debatir los asuntos bielorrusos en Minsk y no en Moscú. Este cambio de actitud debería prepararse con tiempo. Como ejemplo de una buena idea por parte de la UE: su financiación UE de una emisora de radio en Bielorrusia.

La Revolución Naranja demostró hasta qué punto la lucha por una buena causa puede ser eficaz. La democracia llegada a Ucrania significa que también puede llegar a Rusia. Cambios en Bielorrusia serían un paso adelante hacia una Rusia más democrática. Hace dos inviernos en las calles de Varsovia los manifestantes jaleaban: “¡Kiev, Varsovia, un asunto común!”. Es tiempo de que velvan a ponerse de moda eslóganes similares apoyando a los movimientos democráticos que emergen en el este europeo.

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