El paladar europeo
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Europa es la reserva intelectual y cultural del mundo. ¿Lo es? Desde luego, lo cree. ¿Tenemos los europeos mejor gusto? Eso pensamos.
Ciñéndonos al ámbito de lo cinematográfico estas afirmaciones-tópico cristalizan hasta convertirse en realidades asumidas. Asumidas a este lado del Atlántico, obviamente. En Europa el cine no se ve, ni se disfruta, sino que se degusta. Del mismo modo que un sumiller paladea un caldo francés, o un gourmet saborea una loncha de jamón serrano. En América (en este punto advertimos que la bipolarización del discurso es inevitable pero confusa; espectador europeo y espectador norteamericano, no hay más) el espectador se limita a saciar sus ansias de lípidos visuales con descomunales Big-Mac cinematográficos, repletos de ingredientes que atacan directamente a su colesterol intelectual. A ellos les gusta el último tiroteo de Hollywood como el burbujeo de la Coca-Cola en el paladar. A nosotros la lenta digestión de la nouvelle cuisine en forma de melodrama social cargado de emotividad.
¿Son las cosas así? Es obvio que no. No del todo. Hay una semilla, que se debería aprovechar, para que así fuera. Pero el panorama está lejos de ser tal como lo describe el tópico. ¿Dónde están, quienes conforman ese público culto y sensible que acude a las salas europeas? En realidad se trata de una minoría estadísticamente despreciable (en torno a una media del 15%), la misma que en EE.UU. ¿Cuánta gente paga por ver las películas de los auténticos grandes directores de Europa? ¿Cuántas butacas ocupa Oliveira en Suecia? ¿Y Kaurismäki en Grecia? ¿Y Angelopoulos en el Reino Unido?
Fenómenos mediáticos
Existen, obviamente, situaciones excepcionales. Fenómenos mediáticos que hacen creíble el tópico del que partimos. Hablamos de Amélie, Almodóvar, o Benigni. Son tres casos paradigmáticos de lo que pasa con el cine de autor en Europa.
El primer caso, la película de Jean-Pierre Jeunet, pone de relieve un asunto interesante de nuestro elitismo cultural. La valoración general de la crítica más sesuda decrecía a medida que el fenómeno Amélie llenaba más y más salas (algo parecido le sucedió también a Benigni). Cuanto mayor es su recorrido popular, menor es su aprecio entre los entendidos. Una suerte de narcisismo ilustrado obliga a destripar lo que gusta a la gente de la calle. Y si los que deben orientar el gusto desaconsejan lo que gusta, desorientan. Lo cual no es, desde luego, lo que necesita el cine europeo para arraigar en nuestros cines.
El segundo tuvo, desde siempre, muy buena acogida más allá de los Pirineos. Su capacidad para combinar en la pantalla lo más recóndito de la condición humana y chistes de transexuales atrae al público, es indudable. No tanto como James Cameron o Peter Jackson, aunque tiene su audiencia. Pero no había inaugurado Cannes hasta después de hacerse con dos Oscars y mundialmente famoso por ello. Lo mismo sucedió con La vita è bella.
Son los EE.UU. quienes llenan nuestras salas
El histrión italiano arrasó una vez hubo montado su espectáculo sobre las butacas de la gala de los Oscars.
Von Trier obtuvo su mayor éxito cuando la archiconocida cantante Björk cantó su melancolía para él. En Cannes, Berlín o Venecia (los últimos bastiones del Cine con mayúsculas), en sus respectivas alfombras rojas, los periodistas se pelean por Tom Cruise, no tanto por Moretti. Y uno de los mejores documentales que se han hecho para dar a conocer el cine italiano lo ha tenido que realizar Martin Scorsese.
Antes valoramos varios de los sucesos cinematográficos europeos más importantes de los últimos años. Y parece que han tenido que ser los amantes de las explosiones, los americanos, los que nos digan qué cine europeo debemos ver. La excepción cultural se construye a la inversa y en ejemplos como éstos parece darse la vuelta a ese calcetín. El cine europeo no lo ve casi nadie y cuando se ve es por americanización del producto (bien sea por recomendación suya o porque la película haya sido rodada a la americana).
Cine europeo Cine aburrido
El cine es, sin duda, de todas las artes, la que menos se disfruta como si de un arte se tratara. Es, para la mayoría de la gente, una forma de diversión y ocio de carácter social (se parece más a ir al zoo que a leer un libro). Siendo así, un entretenimiento, ¿porqué se ha instalado entre nosotros la idea de que el cine de aquí es aburrido? ¿tendría sentido tal cosa? ¿aquellos que acuden a ver cine europeo son conscientes de que van a perder el dinero de la entrada y dos horas de su tiempo?
El mito del cine propio de calidad frente al cine comercial; damos por hecho que existe una línea que claramente los separa, aunque los ejemplos señalados anteriormente muestren que esa línea, de existir, está muy difuminada. Es evidente que se trata de otro tópico, que va directamente contra la posibilidad de crear una cultura cinematográfica europea, un gusto europeo de esencia popular que vaya más allá de las elites. Y es esa semilla de la que hablaba (esos Almodóvar) la que hay que regar.