El machismo, la cuerda sensible del jazz
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Encarna AyllónAl evocar figuras femeninas en el mundo del jazz, a menudo aparecen los mismos nombres. Pero ¿cuántas Billie Holliday, Ella Fitzgerald o incluso Nina Simone han triunfado? Es la historia de un mundo en el que reconocer su arte requiere primero afrontar ciertos clichés.
"Ser mujer y cantante de jazz en los años treinta no estaba valorado, apenas más que una prostituta”, afirma en Le Parisien, Jean-Paul Ricard, fundador de la Ajmi (Asociación por el Jazz y la Música improvisada). Afortunadamente, la situación ha evolucionado desde entonces. Pero el panorama sigue siendo desigual: el 8% de los músicos son mujeres y el 4% de ellas son instrumentistas, la mayoría cantantes. Si las mujeres están poco representadas en el mundo del jazz, no se debe a malas intenciones por parte de sus homólogos masculinos, según Marie Buscatto, profesora de sociología en la Sorbona. “Se trata de una construcción social en la que los hombres y las mujeres han participado a través de una serie de mecanismos, sin voluntad de discriminación”, destaca la investigadora.
Instrumentos de género
La joven pianista berlinesa Julia Kadel no comparte esta opinión. Para la líder del grupo homónimo no es complicado interpretar jazz siendo mujer. Para ella, la situación evoluciona en la buena dirección. “Siempre he dicho lo que he tenido ganas de decir y la mayor parte de mi tiempo de trabajo lo paso con hombres músicos”, señala, atestiguando haber tocado muchas veces con mujeres bajistas, violinistas e incluso saxofonistas. También alega haber vivido situaciones desagradables por parte de los organizadores, que le daban un trato diferente. “Es necesario prestar atención a que la situación no se torne demasiado personal y evitar malentendidos, cosas que no hubieran pasado si hubiera sido un hombre”, matiza. Y continúa: “Yo no me ocupo de cuestiones de género sino de mi música, de la manera más natural posible”. A priori, el machismo en el jazz sería el resultado de un comportamiento sistémico. “Es más bien una cuestión de funcionamiento global. Es la manera que tienen los músicos de contratar y de trabajar juntos: valoran comportamientos y prácticas netamente masculinas”, analiza Buscatto.
En el imaginario colectivo, algunos instrumentos tienen un género. El arpa y la flauta se dicen femeninas, los de viento son más masculinos. En los conservatorios, el piano es un instrumento mayoritariamente femenino. Para la periodista de France Musique Aliette de Laleu es importante que estas instituciones no creen diferencias entre hombres y mujeres. Esto solo funciona a medias entre los instrumentistas: menos del 10% de las profesionales del jazz son pianistas. “Dejé las clases de piano tras algunos comentarios machistas por parte de mi profesor”, declara, de manera anónima, una estudiante de un conservatorio del sur de Francia.”Habría casi que instaurar una paridad instrumental para ir hacia la creatividad femenina y derribar las barreras instaladas a veces por los hombres”.
Según Buscatto, siendo mujer es dificil encontrar un sitio en el mundo del jazz. Así como que es complicado querer permanecer. “Lo sorprendente es que incluso si los instrumentos son femeninos, atendiendo a las prácticas culturales, posteriormente siguen siendo muy masculinos. Sólo el canto es una práctica femenina a cualquier edad”, indica la socióloga.
Seducir para existir
Siendo relativamente pocas en el mundo del jazz, las mujeres durante mucho tiempo han sido consideradas como objeto de deseo. En concreto, las cantantes. “Es habitual que las artistas que perduran y que siguen produciendo lo hagan en pareja con músicos o productores, con el fin de sentirse más cómodas en el trabajo”, puntualiza Buscatto. Según ella, existen dos tipos de figuras entre las mujeres instrumentistas que triunfan. Aquellas para las que la solución sería hacer el juego de la masculinización. Y otras, que optan por la seducción. “Es muy complicado para las cantantes masculinizarse porque también tienen que desempeñar el papel de actriz, que se impregna de los códigos y juega la baza de la seducción”, confiesa la investigadora. Pero entonces, ¿cómo evitar que se dé esta situación? A través de la formación de grupos sólo de mujeres, como decidió hacer Rhoda Scott y su Lady Quartet. Un proyecto, todavía marginal, que molesta un poco a Kadel. “No me siento muy cómoda con esta idea, pero valoro que se anime a las “jazzwoman” porque necesitan apoyo, sobre todo en estos momentos”, confiesa la joven artista berlinesa para quien la condición de las mujeres en el sector sería satisfactoria “cuando yo no tuviera que hablar de mi trabajo como mujer”.
Translated from Le sexisme, corde sensible du jazz