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El Líbano no es Irak.

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El fantasma de una intervención armada norteamericana en Siria no asusta. Sobretodo ahora que Hezbollah demuestra su fuerza y el primer ministro pro-sirio Karamé se apresta a regresar al poder.

El repliegue de las tropas sirias, la dimisión del gobierno de Omar Karamé y la ocupación del país mantienen en vilo a la comunidad internacional. No ha transcurrido más de un mes desde el asesinato -atribuido a las autoridades de Damasco- del ex primer ministro libanés Rafia Hariri, y ya parece soplar aire fresco sobre este pequeño Estado mediterráneo, enclavado entre Siria e Israel: el Líbano.

Hezbollah demuestra su fuerza

Es cierto que la declaración conjunta del 7 de marzo del presidente sirio Bashar al-Assad y su homólogo libanés Emile Lahoud anunciando el repliegue para finales de marzo de 14.000 soldados sirios hacia el Valle de Bekaa no equivale a la retirada total de las tropas. Como ha puntualizado de inmediato Estados Unidos, el movimiento de Assad equivaldría a una “decisión a medias”. Sobretodo tras la gran manifestación pro-siria del 8 de marzo en Beyrut demostrando al mundo la capacidad de convocatoria de la organización integrista chií Hezbollah. Pero el grito de los cientos de millares de manifestantes que abarrotan, desde hace semanas, las calles de Beirut está dando sus frutos, para alegría de una oposición que está consiguiendo lo imposible: unir cristianos, suníes y chiíes, contra una Siria que ocupa del país desde el final de la guerra civil libanesa de 1990. ¿Cómo explicar el éxito de este movimiento?

¿Efecto Irak o efecto Ucrania?

El "efecto Irak" es el más destacado por los analistas. La caída de Sadam Hussein puede propiciar la caída de muchos dictadores en Oriente Próximo, zarandeados por la amenaza de una intervención americana. Entre éstos se distingue Assad, a la cabeza de un país incluido en la última lista de malos recién salida del horno, dada a conocer por la Secretaria de Estado norteamericana Condoleezza Rice.

Querer reducirlo todo a la "revolución democrática" promovida por la Casa Blanca no convence. Uno no puede no alegrarse por las elecciones en Palestina y en Irak, por los atisbos de pluralismo en Egipto o las esperanzadoras elecciones municipales en la medieval Arabia Saudí. Pero no es suficiente. En las manifestaciones de Beirut no podemos dejar de ver un "efecto Ucrania". No podemos decir que haya un nexo político con la Revolución Naranja, que a finales de año se deshizo del régimen filo-ruso y autoritario de Leonid Kuchma. Pero la lección de Kiev permanece: la protesta no violenta puede derrumbar hasta al más despiadado de los regímenes. Todo ello gracias al uso de las nuevas tecnologías: televisión por satélite para informarse, Internet para denunciar y mensajes SMS para movilizar. Además, a esto hay que sumarle todas las ganas de cambio. Éstas son las nuevas armas de quién desea la independencia y la democracia.

Óptima improvisación

Pero si en Ucrania la cita electoral de noviembre de 2004 fue cuidadosamente preparada por movimientos de protesta muy organizados, como el célebre PORA, en el Líbano la potencia y la energía de la insurrección se deben en su totalidad a la improvisación. Aunque también al acto terrorista que desencadenó todo y le costó la vida a Hariri, después de pasarse a las filas de la oposición en protesta contra la arrogancia de la presencia siria en el Líbano.

Las manifestaciones populares podrían ser insuficientes en el país de los cedros. La presión del reconciliado dueto Washington-París es esencial. Así como la implementación de la resolución 1559 con la que el Consejo de Seguridad exige la retirada de las tropas de Damasco. Pero Lahoud no es Sadam Hussein, y el Líbano no es Irak. Los ultimátums deben ir acompañados por un apoyo también financiero a una oposición que Europa no puede seguir ignorando. La política exterior, sin más, ya no se desarrolla en las cancillerías, sino en las calles. Después de haberlo constatado a pocos kilómetros de casa, en la embajada naranja de Kiev, los europeos deben actuar en consecuencia, para evitar que la democratización made in USA se transforme en una clonación del caos Iraquí.

Translated from Il Libano? Non è l’Iraq