El imperio de Lynch
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La exposición The air is on fire, en París, muestra el universo inquietante de la obra de David Lynch, coincidiendo con el estreno de su última película INLAND EMPIRE.
El primer sábado de marzo, a las doce del mediodía, unas cien personas esperaban en el boulevard Raspail de París la apertura de las puertas de la Fondation Cartier: se inauguraba The air is on fire, exposición del cineasta norteamericano David Lynch, que se prolongará hasta el 27 de mayo. Aunque tras las exposiciones del año pasado de Jean-Luc Godard (Centre Pompidou) y de Agnès Varda (Fondation Cartier) se haga cada vez más corriente ver asomar el cine por los museos, esta exposición tiene al menos una particularidad, dado que nos presenta facetas inusitadas de un autor que quiso ser pintor desde su infancia. Unas semanas después del estreno de INLAND EMPIRE, su última película, Lynch presenta una extensa selección de su obra plástica, que incluye, entre otros, cuadros, fotografías y dibujos inéditos.
Una inquietud familiar
La exposición nos introduce en un universo ya familiar a los espectadores de Lynch, en el que el espacio cotidiano es el escenario propicio para la inquietud, en el que el erotismo se rodea de abyección y el humor de crueldad. Acompañado de una banda sonora que puede accionarse desde un decorado del subsuelo, el visitante atraviesa un espacio en el que la rotura de las ilusiones y la llamada de lo reprimido parecen afirmarse como fuentes de un goce perverso.
Lo hipnotizante de esta exposición laberíntica son quizás los cuerpos: hinchados, rotos, desfigurados. Modelados algunos de ellos en forma de collage sobre imágenes digitales a las que se superponen objetos reales, los cuerpos irrumpen como manchas deformes, apareciendo como la representación viva de lo irrepresentable. Las evocaciones son múltiples. Una de ellas podría recordarnos al suicidio de Diana, la protagonista de la película Mulholland drive. Sobre un sofá diseñado informáticamente, una mujer desnuda –las bragas en las rodillas– exhibe el agujero negro de su sexo, sus ojos y su boca. Hay un teléfono rosa a su lado. Sosteniendo un revólver, derramada en flujos –y sin que por ello deje de brillar el broche en sus zapatos–, un texto sale de su cabeza: “Bueno… puedo soñar, ¿no?”
La serie de cuadros dedicada a Bob –quien más que un hombre es un homúnculo– da cuenta de los avatares de dicho personaje conjugando el sadismo con la ironía. Bob viéndose a sí mismo desde el cielo al ir a la guerra, Bob encontrándose a sí mismo en un mundo para el cual no tiene entendimiento, Bob amando (o torturando) a Sally hasta que ésta se vuelve azul . Bajo él, rosas marchitas. Los textos inscritos en el interior de los cuadros contribuyen a esta ambivalencia. En uno de ellos encontramos a un hombre que acaba de ser disparado con un arma de fuego, y cuyas tripas, identificadas con su espíritu, se escapan de su cuerpo 0.9502 segundos después del disparo. Armado con un teléfono móvil y un reloj, está fijado en el aire en el momento de su muerte. El humor negro hace que en otro dibujo alguien exclame tras disparar: “No sabía que la pistola estaba cargada, lo siento”.
El taller del artista
La exposición muestra medio millar de papeles (dibujos, apuntes, bocetos), guardados por Lynch en dos archivadores desde su adolescencia. En su mayoría simples esbozos, se trata de documentos consultados de modo regular por el artista, quien los utiliza como fuente recurrente de inspiración. Tanto en éstos como en algunos cuadros, pueden reconocerse figuras y situaciones que poblarán sus filmes. Dan testimonio de ello una gran pintura del monstruito de Eraserhead con los intestinos traspareciéndole y echando sangre por la boca o un dibujo en el que un hombre ve crecer, desde su cama, el árbol sin maceta de su mesilla de noche.
En el subterráneo, un pequeño teatro, que evoca con malignidad otro escondido detrás de un radiador en la cinta Eraserhead, permite la proyección de sus primeros cortometrajes, en los que se hallan ya contenidos gran parte de los fantasmas que poblarán su obra posterior. La selección fotográfica está compuesta en su mayoría por paisajes industriales degradados y desnudos femeninos que contrastan con la serie fotográfica Distorted Nudes que se presenta a su lado. Aquí Lynch parte de fotografías eróticas de entre 1840 y 1940 para ensañarse con las imágenes de los cuerpos, a los que mutila.
La exposición, que presenta también dibujos de finales de los años cincuenta así como un decorado construido a partir de un dibujo del propio David Lynch, constituye una buena oportunidad para acercarse al universo cruel, irónico e inquietante de este cineasta.
The air is on fire podrá visitarse hasta el 27 de mayo. Más información: www.fondation.cartier.com; www.davidlynch.com.