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El futuro de los países de Visengrad

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La integración de los países de Visengrad en la OTAN y la UE acaso marque el final de su estatuto de cooperación: ¿quedan objetivos comunes que alcanzar?

Sus detractores sostienen que no hay motivo ya que justifique la estrecha colaboración entre los países del grupo de Visengrad (Hungría, Chequia, Eslovaquia y Polonia) entre sí. Todos han alcanzado lo que deseaban: son miembros de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), del Consejo de Europa, de la OMC (Organización Mundial del Comercio), de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) y de la Unión Europea. De modo que: ¿«misión cumplida, volvemos a casa»? Esta conclusión podría desprenderse de una visión extática de las relaciones internacionales. Sin embargo, no es el caso; la escena internacional muta sin cesar. Por ejemplo, los países de la Europa Central aspiraban a ingresar en una alianza de tipo «Guerra Fría» que les proporcionase una seguridad de orden tradicional, con una CEE (Comunidad Económica Europea) que les garantizara un crecimiento económico estable. Hoy, son miembros de una «nueva» OTAN y de una UE en busca de una nueva identidad y razón de ser. También ha cambiado la percepción de lo que debe ser la seguridad. Los soviéticos ya no representan el problema número uno, una vez sustituido por el terrorismo contra el que la OTAN lucha con dificultad. La UE acaba de vivir la cuarta revisión de sus tratados desde 1990, ampliando la cooperación a otros sectores de la economía como la defensa y las relaciones exteriores.

A experiencia común, intereses comunes

Así visto, los estados de Visengrad harían bien en seguir cooperando, aun debiendo redefinir los extremos de dicha cooperación. Los nuevos retos no surgirán con tanta evidencia como el primigenio de «entrar en Occidente». El proceso de cooperación para llegar a defender un cierto modelo de organización institucional y financiero en la UE será largo y monótono. Todos quieren integrarse en la zona euro y el espacio Schengen [de libre circulación de personas], y preservar su sistema fiscal de la influencia de la UE. Colocan en un primer plano las relaciones entre Europa y los Estados Unidos, a la par que poseen intereses específicos en países de la región de la ex-Unión Soviética. Además, su particular experiencia común en la Historia reciente implica que tengan y sigan teniendo una actitud especial respecto de los Derechos Humanos. Los cuatro países son la prueba fehaciente de que una revolución pacífica o «refolution» (retomando la expresión de Garton Ash para designar este híbrido de reforma y revolución) puede tener éxito. El mensaje lanzado al mundo es sencillo: abandonad vuestros regímenes totalitarios, introducid democracia, tratadla con cariño, respetad los Derechos Humanos, transformad vuestras economías, tened fe en vosotros mismos y apostad por vuestro futuro. Es la única vía hacia el progreso.

Queda claro que una estrecha cooperación no obliga en modo alguno a coincidir en toda postura. Como lo demuestra la experiencia europea, el desacuerdo reina a veces entre Estados sin que por ello se cuestione su estatuto de cooperación. Los países escandinavos son otro ejemplo. Noruega e Islandia no pertenecen a la Unión Europea. Finlandia es el único país nórdico dentro de la zona euro. Dinamarca, Noruega e Islandia están en la OTAN mientras que Suecia y Finlandia mantienen su neutralidad. No obstante, Noruega e Islandia se han adherido al espacio Schengen gracias a los Estados escandinavos de la UE.

Estos puntos pueden y deben ser trasladados al caso de los países de Visengrad. Todos poseen claros intereses en la región del Danubio, salvo Polonia, más interesada en la región báltica. Hungría, Eslovaquia y Chequia son considerados como países medianos dentro de la UE, mientras que Polonia parece que terminará jugando en el patio de los mayores. Con todo, el éxito o el fracaso del proyecto no debería venir dictado por los recientes desacuerdos sobre Irak o la Constitución. Por un lado, Hungría, Eslovaquia y Chequia temen que su vecino del norte asuma poco a poco las posturas de los demás países grandes de la Unión. Por otro lado, es Polonia la que teme que los otros tres Estados de Visengrad se acerquen a Austria, haciendo frente común y reeditando la experiencia de Estado austro-húngaro del siglo XIX.

Trabajar juntos

¿Cómo hacer, pues, para fortalecer la cooperación entre los países de Visengrad? En primer lugar sobre el plano social y no simplemente intergubernamental. Más coordinación entre ONG, asociaciones juveniles, escuelas… sus respectivos gobiernos podrían articular un «mini-Schengen» entre ellos mientras no formen parte del «gran Schengen».

En segundo lugar, sería necesario que a todo nivel –y en especial en Consejo Europeo- los Estados coordinaran sus posturas sobre cada tema. Los países de Visengrad pueden ejercer una gran influencia ya que, unidos, su voto en el Consejo es superior al de Francia y Alemania juntas. Si saben lo que quieren y permanecen unidos, su poder de negociación será mucho más fuerte. Por último, los gobiernos de los países de Visengrad deberían proponer sesiones intergubernamentales comunes cada año, a lo que se añadiría la creación de comisiones Visengrad especiales en cada parlamento nacional. Cuando alguno de los cuatro participe en otra organización o tribuna, debería hacerlo siempre en representación del grupo entero. Polonia no tiene la capacidad necesaria para tutear a Francia o Alemania sin el apoyo de sus socios de Visengrad.

Si trabajaran juntos, estos cuatro países ganarían mucho más de lo que pudieran perder. Es más lo que les une que lo que les separa.

Translated from The Visegrad Future in Question