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El fuego con el fuego

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El terror, tan en boga actualmente, entraña miedos muy parecidos a los que aparecían en «1984», la novela de George Orwell. Al mismo tiempo, la sensatez amenaza con quedarse en la estacada.

En la novela de George Orwell «1984», el mundo está dividido en tres grandes estados que se hacen la guerra permanentemente, dos contra uno. Esta guerra sempiterna se convierte en la justificación perfecta para cualquier acto de opresión sobre los ciudadanos. El concepto cuidadosamente conservado de la existencia del enemigo es un sedante para los hombres. Quien quiera puede observar dicha tendencia también en el mundo real. Nuestro particular enemigo se llama, precisamente, terrorismo global.

El "Ministerio de la Verdad" en la novela de Orwell pregonaba tres consignas: "La guerra es la paz", "La ignorancia es fuerza" y "La libertad es esclavitud".

La guerra es la paz

El terror es, y esto es irrefutable de todas todas, algo que debe condenarse sin excepciones. Únicamente cabe discusión en cuanto a la manera de enfrentarse a él. En el mismo momento en que un estado responde a la violencia con violencia, empieza a estar, al menos en su modo de actuar, a la misma altura que los terroristas. En Europa esto lo hizo la «alianza de los justos» en la Guerra de Irak y, como sabemos, especialmente desde el 11-M de Madrid, no sirvió para nada. La conclusión general de los atentados es la siguiente: estamos en guerra. ¿El enemigo? El terrorismo internacional. ¿Dónde se encuentra este? ¡Entre nosotros! A este respecto, Romano Prodi dijo, durante la cumbre de primavera celebrada en Bruselas, que el terrorismo era la mayor amenaza para el mundo libre desde la Segunda Guerra Mundial. Por ello, se reunieron en Bruselas el 19 de marzo los ministros del interior de la UE, con el propósito de debatir sobre medidas antiterroristas a nivel europeo.

Pretenden declarar la guerra al terror en Europa. Hay un nuevo concepto de enemigo sobre el cual podemos ponernos ya manos a la obra. Se asume que esta forma de combatir el terror pueda contribuir al mismo tiempo, y hasta cierto punto, a cimentar las estructuras que mantienen su poder, de las cuales, qué duda cabe, nos es lícito abusar. Mientras libremos esta guerra, debemos acatar las consecuencias. No obstante, la otra cara de estas estructuras, incluso en el futuro más lejano, es por desgracia difícil de imaginar. La organización británica «Statewatch» explicó que, de las 57 medidas que se tiene previsto emprender contra el terror, sólo un total de 27 tienen como pretexto combatir el terrorismo.

La ignorancia es la fuerza

Últimamente ha vuelto a hablarse con bastante frecuencia del «terrorismo global», pero en realidad casi nadie sabe exactamente en qué consiste. Para colmo, parece que tampoco se conoce a qué o a quién hace alusión el significado de este concepto. Lo único que importa es la existencia de un peligro que parece tan grande como difuso. La ventaja de tan imprecisa amenaza es que lo crucial de su definición reside en la aprehensión del aviso implícito, por lo que en este caso los gobiernos remiten a sus servicios secretos la evaluación de la situación, los cuales, por otra parte, gozan en todo caso de una gran credibilidad. Por consiguiente, es posible que también se abone el terreno, antes de que sea necesario limitar los derechos fundamentales.

Ahora puede hablarse, por ejemplo, del almacenamiento de grandes cantidades de datos personales, sin que se deba contar con una resistencia excesiva de la población. Además, estas recomendaciones han sido hábilmente empaquetadas con otras medidas completamente sensatas, como la creación de un fondo europeo de ayuda para víctimas del terrorismo o la orden de detención a nivel europeo, las cuales al final han pasado casi inadvertidas, apareciendo para la opinión pública apenas en las notas al pie de página. Al mismo tiempo, no obstante, se elude un debate público extenso sobre los motivos del terror internacional, porque esto sería poner el dedo en la llaga de la política de desarrollo europea.

La libertad es esclavitud

«Terror» es una palabra que proviene del latín y se refiere al horror que siembran a su paso los terroristas. Desgraciadamente, ellos no están solos en este negocio infame y reciben un apoyo dinámico por parte de nuestros gobiernos. Esta idea, por atrevida que parezca, es fácilmente entendible. Solo la costumbre y el declive permanente de este problema (en Europa se producen, con mucho, más muertos en accidentes de tráfico que en ataques terroristas) crea un clima de pánico, en el que la libertad se percibe como algo peligroso.

Así como siempre ha de existir el poder condenatorio, sea en la forma en que sea, las contramedidas han de sopesarse igualmente con sumo cuidado. En Europa, no obstante, parece existir el riesgo de que se ahorre en prudencia. Esto muestran las reflexiones de nuestros ministros del interior, cuyos cambios infringirían tajos profundos en nuestros derechos fundamentales. Los mayores perjudicados de las medidas antiterroristas son la libertad y la dignidad de todas y cada una de las personas. Esto contiene también un tipo de horror, sólo que de los sutiles, porque madura despacio y al principio sólo afecta a grupos marginales, pero que en cualquier momento se podría instalar por completo en nuestra vida cotidiana. Sonará a utopía negativa, pero hoy en día nos hemos acostumbrado a haber perdido buena parte de nuestro anonimato con la utilización de los medios de comunicación modernos y, con ello, ya nunca más podremos librarnos de una poderosa medida de control.

Por supuesto, menos control entrañaría riesgos y los terroristas se alegrarían de un aumento de libertad, pero si se pretende luchar de manera efectiva contra los motivos reales del terrorismo, no debemos preocuparnos ya más por la libertad.

Las «condiciones orwellianas» ya existen. Esperemos que estas nunca se traduzcan a nuestra vida real.

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Translated from Den Teufel mit dem Beelzebub vertreiben