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¿El feminismo europeo, otro nuevo particularismo?

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El sentimiento particularista gangrena el movimiento feminista. Esencializa la diferencia, en lugar de predicar la indiferencia. La batalla de los sexos aleja a un género del otro y perjudica la trabazón y el entendimiento civilizadores.

A debate en Europa, el neo-particularismo se halla conectado a esa gran conmoción dibujada por Francis Fukuyama en su último libro: la tercera revolución de la información y la inmediatez aboca a la sociedad al individualismo y a la compartimentación étnica.

«Hombres, os odio». Tal podría bien ser la divisa de las nuevas «perras guardianas» (1). Llegados a esto, ¿a qué reivindicar más paridad, más tolerancia, más derechos? La cuestión, en realidad, entra esencialmente en el ámbito de la defensa de sus derechos en tanto individuos y no tanto en cuanto a grupo. Por retomar las palabras de un liberal francés, Alain Minc, dirigiéndose a nuestros nuevos maestros (¿¡o maestras!?), la tentación por parte de ciertos sectores del feminismo de elevar a categoría de absoluto la diferencia debe combatirse a favor del arraigo de la indiferencia. Debemos exigirnos que la división de sexos no contribuya a su separación.

Queda claro, muy señoras mías, que los hechos enarbolados por las nuevas sufragistas, que ladran su nombre más de lo que lo ennoblecen, no pueden sino sorprender: la participación de la mujer en la vida activa ronda aún entre el 5 y el 10% en Irlanda, Italia, Francia, Bélgica y otros países «desarrollados», mientras que la tasa en los países de nueva incorporación rara vez alcanzan la frontera de los dos dígitos.

Aquellos felices años del socialismo

No obstante, en países como Polonia, la antigua Checoslovaquia o Hungría, la marginación política de las mujeres clausura el paréntesis socialista, un periodo en el que las tasas de participación resultaban impresionantes: respectivamente el 20%, 30% y 26% en 1985. Un informe del Parlamento Europeo sacó de hecho a la luz que antes de 1989, en los países comunistas, las mujeres gozaban de unas facilidades de acceso a la educación y al mercado de trabajo iguales o superiores a las de los hombres, si bien sus salarios y la duración de sus jornadas laborales no quedaban en pie de igualdad con los de los hombres. El informe concluía que el liberalismo ha quebrantado las políticas sociales, de las que la mujer era la más beneficiada. El individualismo liberal ha comportado una vuelta de los valores conservadores o de prácticas contrarias a la igualdad de la mujer.

Los debates alrededor del laicismo en Francia, en Alemania y en otros lugares, han mostrado asimismo en qué medida las mujeres podían ser víctimas de ciertas prácticas religiosas. Pudor y tentación, falda larga o velo, rostros impúdicos o almas imprudentes, tales son las manifestaciones modernas y exteriorizadas de sentimientos aún vivos, entre los modernos en la era de la nueva barbarie.

Sí, las mujeres permanecen aisladas todavía, en una época en la que la democracia conserva de su antepasada ateniense la exclusión de la mujer.

¡Aún así la explosión de los particularismos, de origen norteamericano y de ropaje muy británico, nos debe hacer temer lo peor si este último logra imponer leyes de su índole! Si las leyes paritarias en política, adoptadas en numerosos países, pueden considerarse como un justo alejamiento de límites contra el umbral de las responsabilidades políticas, la ley votada en el Parlamento Europeo sobre acoso sexual peca de un feminismo radical y victimista que corta de raíz todo debate.

Pueblo femenino

La reivindicación se centra antes que en otra cosa en más tolerancia: la asamblea de mujeres que abrió el foro social europeo plantea el deseo de una participación más completa de la mujer en todos los sectores de la sociedad. A inspiración de la intelectual francesa Elisabeth Badinter, es tiempo ya de reivindicar sin aprensión y como modelo insuperable de verdadero feminismo, un feminismo republicano que predique igualdad, libertad y fraternidad. Dicha pensadora se ha visto vilipendiada con ocasión de la publicación de su libro «Fausse route» («Camino errado»), en el que se critican los ambientes feministas particularizantes y estancados en exigencias de diferenciación. El debate subsiguiente ha tenido por finalidad empujar a la palestra las formas e ideas bienpensantes de un nuevo rigorismo femenino que identifica en todo acto de violencia una violación, desnaturalizando las estadísticas para instaurar mejor un nuevo orden moral contra toda prostitución, pornografía, acoso visual o físico, sin clase alguna de matiz.

Si por un lado, las normas deben efectivamente reflexionar acerca de las diferencias dentro de un marco de asimilación (en cuyo caso hay que castigar los actos de exclusión), por otro resulta inherente al reflejo particularista el pretender erigir en forma de norma prohibiciones sexuales, convirtiendo al «pueblo femenino» en algo de naturaleza fundamentalmente distinta del resto de la Humanidad.

Alejar el fantasma de Atenea

De este modo, esta nueva y tercera oleada feminista, descrita en el libro de Karen Offen, European Feminism, no debe llevarnos al callejón sin salida de los errores del pasado. El sufragismo creciente de los grandes encuentros feministas como el de Bobigny (cercano a la Liga Comunista Revolucionaria) de este último noviembre con 3 000 mujeres venidas de toda Europa, esconde mal, tras el rostro amoroso de la mujer, el odio al hombre. Con consignas contra «la Europa machista, sexista, patriarcal y discriminatoria».

Así, junto con Anna Karamanou, presidenta de la comisión de los derechos de la mujer y de la igualdad de oportunidades ante el Parlamento Europeo, nos inclinamos por pensar precisamente que las mujeres son un portaestandarte de la nueva modernidad. Son imprescindibles para conseguir un mundo menos belicoso. Alejemos de una vez el fantasma de Atenea, diosa de la guerra, así como el fantasma de las nuevas plagas particularizantes de hoy en día.

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(1) « Chiennes de garde » Grupo feminista radical.

Translated from Le féminisme européen, néo-communautarisme ?