«El día en que dejé mi torre de marfil»
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Elisa de la Torre[FICCIÓN] Fui cazador furtivo durante más de veinte años. Mi territorio de caza era Kenia, mi tierra natal. Fui testigo de las atrocidades cometidas contra los elefantes, rinocerontes o leones, y yo también las cometí. Ya hace trece años que dije "se acabó" la caza furtiva. He pagado mi deuda con la sociedad y estoy arrepentido. Leyendo este artículo sabréis por qué.
La vida efectuó el primer disparo
Nací el 4 de abril de 1967 en Mombasa, gran ciudad portuaria del sudeste de Kenia. Mi padre era médico y mi madre se quedaba en casa para ocuparse de mí y de mi hermano mayor. Vivíamos en un apartamento pequeño en Makupa, un barrio residencial donde vivía la clase media de Mombasa.
Tuve una infancia tranquila gracias a que me crié en el seno de una familia cariñosa y atenta. Siempre tuve lo que quería sin tener que pedirlo. Creo que puedo decir que, de entre todos los niños kenianos, yo era de los más felices.
Mi adolescencia fue mucho más difícil, por no decir caótica. En tres años, mi vida cambió por completo. Con doce años perdí a mis padres y a mi hermano mayor. Un borracho, el rechinar de ruedas y la chapa del oche abollada. Los esperaba en el patio del colegio. Íbamos a ver Drácula al cine y yo la había elegido, ya que siempre me había gustado las pelis de terror. Aquel fue el momento más aterrador de mi vida.
Un tribunal me envió a casa de mi tía (ni siquiera sabía que tenía una tía, por cierto) y nunca entendí por qué me mandaron a vivir con ella. Era una mujer completamente inestable y era toxicómana. Tuvo un hijo con un extranjero que estaba de paso por Kenia y, según decía, «quería aprovechar las riquezas del país». La dejó sola, sin dinero, con un niño a su cargo, pese a que ella también necesitaba a alguien que se ocupara de ella.
Mis comienzos como cazador furtivo
Empecé en la caza furtiva por mi primo. Siempre me fascinó la cantidad de dinero que traía a casa. Pero me preguntaba cómo un chico de esa edad podía conseguir tanto dinero. A mi tía le daba igual, ya que le servía para ir a buscar su dosis.
Un día me pidió que fuera con él. Y entonces vi cosas terribles: rinocerontes torturados, elefantes encadenados e indefensos y leones a los que les arrancaban la piel. Sin embargo, mi primo me tranquilizaba diciendo «es como cuando se mata un pollo o un buey, es para sobrevivir. Además, estamos en lo alto de la cadena alimentaria, así que no hacemos más que lo que la naturaleza nos pide».
Entonces empecé a ser cazador furtivo y cuando tenía quince años maté mi primer elefante. En aquel momento, mi primo me dio un fajo de billetes diciéndome «por cada elefante que mates, te llevas 1.800 euros por kilo del marfil que vendas a los chinos. Bienvenido al negocio de la caza furtiva, primo». Aquello nada tenía que ver con la supervivencia, claro, pero no me importaba. Tenía las manos manchadas de sangre, pero los billetes lo ocultaban muy bien.
La caza furtiva, El Dorado de las personas sin escrúpulos
Desde que me dieron mi primer sueldo, tuve la impresión de que me habían lavado el cerebro. Yo, alguien a quien le encantaban los animales de nuestra región, ya solo los veía como un instrumento para enriquecerme. El mercado empezaba a florecer y la demanda se disparaba. Los países asiáticos eran nuestros principales clientes. ¿Por qué? Porque consideraban que los cuernos del rinoceronte y del elefante tienen propiedades medicinales o incluso afrodisíacas.
Mercado del comercio ilegal de marfil por país de origen (naranja), de comercio (rojo) y de paso (azul). (cc) WWF
En algunos países, los cuernos se utilizan como objetos de decoración, como copas para cócteles de bares modernos o para hacer mangos de puñales, signo de virilidad y de fuerza. Pero allí no se conformaban con los rinocerontes o los elefantes. A los millonarios que buscaban especies más exóticas les llevábamos loros grises, un ave poco común y muy hermosa. La belleza era la perdición de una especie como esa, y nosotros sabíamos muy bien cómo sacarle partido.
No éramos los únicos que obtenían beneficios de ello. Para facilitar nuestra labor pagábamos sumas generosas a vigilantes de los parques nacionales para que hicieran el trabajo por nosotros. Los países donde hay caza furtiva suelen ser pobres, y no por mera casualidad. La gente necesita sobrevivir y la forma más fácil de conseguirlo es echarse un fusil al hombro e ir a cazar.
El fin de una vida y el comienzo de otra
Ya hace trece años que dejé la caza furtiva, por diversos motivos. Con el paso del tiempo, la competencia ha aumentado. Nuestro grupo nunca había matado a un hombre hasta que llegado el momento hubo que defenderse. Empezaron a surgir grupos armados, sedientos de dinero y de sangre. Eran tan activos en la caza furtiva como lo eran en el tráfico de drogas. Y el que era nuestro territorio de caza se transformó en un campo de batalla: cada grupo luchaba por controlar el mercado y los baños de sangre eran frecuentes. Pronto comprendí que aquel juego no valía la pena. Además, estuve siete años en la cárcel. Hay que decir que soy uno de los pocos furtivos que han sido condenados, y los demás cazadores poco se preocupaban por la justicia. Kenia es uno de los pocos países de África cuya ley puede imponer penas de hasta diez años de prisión y multas de 365 € como máximo.
Por otro lado, conocí a una mujer y tuvimos un hijo. Cuando nació me di cuenta de lo importante que es la vida, no importa de quién sea. Todo ser vivo tiene derecho a la vida. ¿Qué derecho tenemos a arrebatársela?
El mundo debe despertar
En lo que a mí respecta, ya he abierto los ojos, pero me parece que el mundo tarda en hacerlo. ¿A qué esperamos? ¿A que desaparezcan todos los elefantes, rinocerontes y leones de África? Pues no queda mucho. De hecho, según WWF, la caza furtiva es el cuarto mercado más importante del mundo (genera 16 mil millones de euros al año), por detrás de la piratería, la trata de seres humanos y el narcotráfico. Otro dato estremecedor: la caza del rinoceronte ha aumentado un 3.000 % entre 2007 y 2011. Además, desde principios del siglo XX hasta la actualidad, la población de elefantes de África ha disminuido de 2 millones a aproximadamente 350.000 ejemplares. No obstante, el tráfico de marfil está prohibido desde hace veinte años. ¿Pero qué se puede hacer para que desaparezca por completo?
Para empezar, es imprescindible poner en marcha campañas de sensibilización contra la caza furtiva y sus consecuencias. Hay que concienciar a la población de los países importadores y exportadores de cuernos de rinoceronte o de marfil sobre los peligros que supone esta práctica.
Además, los países desarrollados deben aumentar el presupuesto destinado a la protección de la flora y la fauna. De no ser así, los países que son víctimas de la actividad de los furtivos no podrían defenderse ni ser capaces de aportar soluciones viables.
Por último, la justicia debe ser más contundente con los furtivos. Muchos países siguen siendo muy permisivos y los traficantes de marfil campan a sus anchas. Aunque ello no ha impedido a la justicia keniana condenarme a ir a prisión. Y mirad cómo me ha afectado.
Advertencia: esta autobiografía es de carácter ficticio, pero la caza furtiva por desgracia es un hecho real.
Translated from « Le jour où j'ai quitté ma tour d’ivoire »