El declive de la cocina francesa
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Beatriz Garrido PonceCon el aumento de los precios y la popularidad en auge de la comida congelada, ¿estamos acaso presenciando el declive de la que una vez fuera la cocina más famosa del mundo?
Al ser una extranjera en Francia, tengo amigos y familiares que visitan París por primera vez y acaban decepcionados después de una cena en la capital, probablemente porque tienen altas expectativas en lo que se refiere a la cocina francesa. ¿Se debe acaso a que no tienen el paladar adaptado? Es un hecho generalmente aceptado que los entusiastas de la comida han de encontrar sitios excepcionales para saciar sus apetitos de gourmet pero ¿qué pasa cuando una comida moderada en un restaurante corriente en la (supuesta) capital culinaria del mundo no es suficiente?
El problema es que mucha de la gente francesa nativa con la que hablo expresa el mismo descontento. France Lys, aficionada a salir a comer en restaurantes franceses, afirma estar insatisfecha al menos la mitad de las veces que cena fuera. ¿Qué está ocurriendo aquí? ¿No inventaron los franceses la palabra gourmet? Francia es aún la capital mundial de la cocina, ¿verdad? O al menos solía serlo.
Calidad industrial a precios de Gourmet
Con los altos impuestos laborales a la cabeza de la crisis económica, los propietarios de restaurantes se enfrentan a muchos problemas a la hora de ofrecer menús frescos y de calidad a un precio competitivo. Un cliente que pague aproximadamente de 15 a 20 euros por comida se encontrará en su plato productos congelados.
Synhorcat, un sindicato nacional de hoteleros, restaurantes, cafeterías y empresas de catering, publicó un estudio en el que se afirma que el 31% de los restaurantes ofrecen alimentos procesados industrialmente; un porcentaje supuestamente superior en restauranteurs que preparen platos frescos elaborados a partir de cero.
Michael Steinberger, autor del libro Au Revoir to All of That: Food, Wine, and the End of France, afirma que una economía débil no es buena para la comida y la gastronomía: "Los restaurantes pequeños lo tienen complicado para generar beneficios. El gobierno pone las cosas difíciles, así que hay muchos motivos para que los chefs y los dueños de los restaurantes mantengan los costes bajos, y eso implica que no se usen ni los mejores productos ni las mejores personas para cocinarlos... Esto ha tenido un impacto negativo en la comida de muchos locales. [El gobierno] dificulta mucho que funcionen de manera rentable". Desde el año 2000, los impuestos laborales han aumentado un 40%, y los restaurantes se enfrentan a un impuesto del 10%, con una subida de un 3 % con respecto al año anterior. Es por esto por lo que muchos locales optan por comida congelada y procesada industrialmente.
Michel Geffroy, dueño de un restaurante en el barrio de la Muette, en el XVI distrito de París, ofrece un menú sencillo en su cafetería-pastelería, pero a pesar de ello utiliza algunos productos congelados como judías verdes y patatas fritas, lo cual le ahorra mucho trabajo al final del día. "Si comprara todos los ingredientes frescos tendría que contratar a una persona más", me cuenta. A Geffroy le costaría aproximadamente 3.000 euros por mes, incluidos los impuestos por mano de obra, contratar a otro trabajador en su restaurante, el cual está más concurrido a la hora del almuerzo.
A pesar de que restauranteurs como Geffroy se están apretando el cinturón para poder generar beneficios donde el margen es ya de por sí pequeño, él cree que Francia aún domina en el campo de la cocina de alto nivel, a pesar de la inercia del panorama gastronómico del país creada a raíz de la situación económica. Steinberger nos cuenta que es complicado revolucionar en tiempos difíciles.
El auge de los otros
"Un montón de gente a la que le apasiona la comida ha llegado a la conclusión de que en los últimos 15 años Francia no ha estado entre los lugares más interesantes en los que comer; [ahora] son España, Italia y Japón esos lugares. Francia está obsoleta. En los momentos duros la gente quiere comida que les haga sentir mejor, no platos experimentales".
Con el destino de la comida francesa en juego, los dueños de los restaurantes y los políticos que temen perder la reputación culinaria del país luchan para que se mantenga viva y distinguida por medio de una ley de protección del consumidor que requeriría un "fait maison", o un distintivo de "hecho en casa", la cual se aprobó en la Asamblea Nacional el año pasado y se aplicará pronto a los restaurantes. Aunque aún no está claro cómo se implementará esta ley.
Restauradores, como Geffroy, que están a medio camino de ofrecer alta calidad generando pocos ingresos y la compra de productos congelados para ahorrar tiempo y dinero luchan por encontrar un equilibrio entre ambas cosas, y a menudo acaban teniendo clientes insatisfechos.
Lys, capaz de distinguir los ingredientes procesados de los productos frescos, cree que una experiencia gastronómica consiste en un menú pequeño de alta calidad. "[Una comida gastronómica] es aquella cuyos ingredientes son simples, pero el modo en que están cocinados es elaborado. La atmósfera [del restaurante] está bien situada, el servicio sabe por qué y cómo se prepara la comida, hay una buena presentación, y es casera".
A pesar de que los franceses no se han esforzado lo suficiente por hacer que el panorama culinario se mantenga dinámico y activo, Steinberger nos dice que la creatividad no ha desaparecido por completo gracias al movimiento bistró, que sigue intacto, y a un reciente aumento de chefs extranjeros que preparan platos franceses con un toque de fuera. "El movimiento bistronómico en París ha sido algo bueno. Estos son chefs con mucho talento que han decidido que no quieren estrellas Michelin, gente como Yves Camdeborde. Vas, te comes un plato magnífico, en un ambiente informal; comidas excelentes de 35 a 45 euros por persona. Podrían obtener una estrella Michelin, pero han decidido hacer algo diferente".
A lo largo de los últimos diez años, la tendencia bistró ha puesto algo distinto en nuestras mesas (si se me permite la expresión), pero lo más reciente es un movimiento de cocineros venidos de fuera, como Daniel Rose y James Henry de Bones, que traen consigo una evolución de la cocina francesa tradicional. "El hecho de que chefs extranjeros estén preparando comida francesa verdaderamente buena en París, y estén siendo aceptados por los franceses, es una buena señal. Existe una nueva generación de comensales muy abiertos de mente y receptivos. Hace quince años no habría sido posible que estos chefs hubieran abierto un restaurante en París, ni hubieran sido aceptados", cuenta Steinberger.
Translated from THE DECLINE OF FRENCH FOOD