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El crisol que ocupó Tiflis

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Manu Sánchez

Cultura

Ar­tis­tas, ac­ti­vis­tas, in­te­lec­tua­les y via­je­ros han en­con­tra­do por fin un punto de re­fe­ren­cia para el cam­bian­te pa­no­ra­ma cul­tu­ral de Ti­flis. Si­guien­do el es­pí­ri­tu de los mo­vi­mien­tos de ocu­pa­ción eu­ro­peos, este es­pa­cio se con­fi­gu­ra como un cri­sol de ideas y li­ber­tad de ex­pre­sión. Hasta hay un ca­me­llo.

Ti­flis posee un pa­no­ra­ma cul­tu­ral de in­ne­ga­ble ac­ti­vi­dad y va­rie­dad. Sin em­bar­go, la po­bre­za y la ex­clu­sión so­cial están ge­ne­ra­li­za­das. Las co­mu­ni­da­des mar­gi­na­das a me­nu­do que­dan apar­ta­das de las artes y las ac­ti­vi­da­des so­cia­les y po­lí­ti­cas que bus­can de­mo­cra­ti­zar los pro­ce­sos de toma de de­ci­sio­nes y me­jo­rar la ca­li­dad de vida de los ha­bi­tan­tes de la ciu­dad. No obs­tan­te, en un acto me­mo­ra­ble, un grupo di­ver­so de ciu­da­da­nos geor­gia­nos y re­si­den­tes ex­tran­je­ros han ocu­pa­do un edi­fi­cio aban­do­na­do en rui­nas cerca del hi­pó­dro­mo de la ciu­dad, en el ba­rrio de Sa­bur­ta­lo, y lo han trans­for­ma­do en un cen­tro cul­tu­ral que pre­ten­de poner fin al eli­tis­mo y fa­ci­li­tar el desa­rro­llo de ac­ti­vi­da­des en la co­mu­ni­dad a favor de las artes y del ac­ti­vis­mo so­cial po­si­ti­vo. A pesar de que el pro­yec­to se en­cuen­tra en su fase ini­cial, ya ha lla­ma­do la aten­ción de ar­tis­tas y ac­ti­vis­tas de toda Geor­gia, Eu­ro­pa y el Cáu­ca­so.

De ca­mino a los an­ti­guos es­ta­blos que ahora al­ber­gan el Cen­tro cul­tu­ral al­ter­na­ti­vo de Ti­flis, lo úl­ti­mo que me es­pe­ro es que 20 mi­nu­tos más tarde voy a estar en el bos­que con una taza de té ca­lien­te en la mano mien­tras miro a un ca­me­llo a los ojos. Pero ahí está Tchi­ni la ca­me­lla, ba­bean­do y ol­fa­teán­do­me al tiem­po que me mira con sus re­don­dos ojos color ave­lla­na. «Es mitad de Af­ga­nis­tán mitad de Mon­go­lia, una raza poco común», me ex­pli­ca su com­pa­ñe­ro de viaje Goran mien­tras sus pe­que­ñas ca­bras ju­gue­tean a mi iz­quier­da y de­re­cha en la zona bos­co­sa que rodea los es­ta­blos.

UN LARGO CA­MINO DESDE AF­GA­NIS­TÁN

Hay gente que dice que Mo­ni­ka y Gui­ller­mo, vo­lun­ta­rios de Li­tua­nia y Es­pa­ña que están com­ple­tan­do su Ser­vi­cio Vo­lun­ta­rio Eu­ro­peo en la Aso­cia­ción de jó­ve­nes DRONI de Ti­flis, fue­ron los que des­cu­brie­ron el edi­fi­cio y de­ci­die­ron traer la cul­tu­ra eu­ro­pea del mo­vi­mien­to okupa (ocu­pa­ción de edi­fi­cios des­ha­bi­ta­dos) a Geor­gia. Otros ase­gu­ran que Goran, el nó­ma­da que via­ja­ba desde Af­ga­nis­tán con su ca­ra­va­na de ca­bras, ca­cho­rros, ga­lli­nas y, por su­pues­to, Tchi­ni la ca­me­lla, fue el que re­cla­mó el es­pa­cio como suyo, lo que abrió las puer­tas a otros para que trans­for­ma­ran el edi­fi­cio en el vi­bran­te cen­tro so­cial que es hoy en día. Sin em­bar­go, Goran dice que fue la ca­me­lla la que abrió el ca­mino. Lo cier­to es que los or­ga­ni­za­do­res están de­ci­di­dos a poner toda la pa­sión y ener­gía que sean hu­ma­na­men­te po­si­bles para con­ver­tir este lugar en algo es­pe­cial. 

La es­ce­na que se desa­rro­lla ante mí al en­trar en el cen­tro me dibuja una son­ri­sa en la cara. El sol de di­ciem­bre se cuela a rau­da­les a tra­vés de las altas ven­ta­nas; los miem­bros del Club de fris­bee de Ti­flis prac­ti­can el lan­za­mien­to de dis­cos, y en el cen­tro de la sala hay gente sen­ta­da junto a una ho­gue­ra, char­lan­do y po­nien­do las manos sobre el fuego para man­te­ner el calor. Ar­tis­tas de toda clase están ata­rea­dos pin­tan­do las pa­re­des des­nu­das del edi­fi­cio y dos dj con ras­tas hasta la cin­tu­ra pin­chan mú­si­ca reg­gae para los allí reuni­dos. Un co­lum­pio pro­vi­sio­nal cuel­ga del techo y la gente hace tur­nos para em­pu­jar­se mien­tras gri­tan y ríen.

Otros dan vuel­tas por la sala, to­man­do fo­to­gra­fías y dando ideas para el es­pa­cio. Cla­ses gra­tui­tas de danza, gim­na­sia, in­ter­cam­bios lingüís­ti­cos, mesas re­don­das sobre po­lí­ti­ca, gru­pos de de­ba­te fe­mi­nis­tas y pro­yec­cio­nes de pe­lí­cu­las son sólo al­gu­nas de las ideas que se han pro­pues­to. Sin em­bar­go, lo único que se ha acor­da­do de forma de­fi­ni­ti­va es que el cen­tro no per­mi­ti­rá el con­su­mo de dro­gas de uso re­crea­ti­vo ni de al­cohol. El ob­je­ti­vo de esta de­ci­sión es con­te­ner la vio­len­cia que a me­nu­do inun­da los bares y lo­ca­les noc­tur­nos de Geor­gia.

ALF, EL MIS­TE­RIO­SO AC­TI­VIS­TA NÓ­MA­DA

Char­lo con «Alf», el mis­te­rio­so ac­ti­vis­ta nó­ma­da que en un prin­ci­pio me puso en con­tac­to con Mo­ni­ka y Gui­ller­mo cuan­do es­ta­ban bus­can­do un lugar en el que pre­sen­tar el pro­yec­to. Su en­tu­sias­mo es con­ta­gio­so; los ojos azu­les le bri­llan al ha­blar sobre su vi­sión del Cen­tro cul­tu­ral al­ter­na­ti­vo de Ti­flis: «Es la pri­me­ra vez que algo así su­ce­de en Ti­flis. Que­re­mos tener un es­pa­cio gra­tui­to en la co­mu­ni­dad en el que se reúnan di­fe­ren­tes gru­pos de per­so­nas, for­men una co­mu­ni­dad y desa­fíen al statu quo eli­tis­ta que con­si­de­ra que hace falta di­ne­ro para estar in­vo­lu­cra­do en la so­cie­dad y hacer del mundo un lugar mejor», ex­pli­ca Alf.

«No todo el mundo se puede per­mi­tir for­mar parte de una fun­da­ción y sen­tar­se en una agra­da­ble y cá­li­da ofi­ci­na a hacer una llu­via de ideas para me­jo­rar la so­cie­dad», añade Gio, de 24 años, ha­bi­tan­te de Ti­flis. «Aquí po­de­mos crear un es­pa­cio para todos», apun­ta.

A pesar de los mu­chos pro­ble­mas que plan­tea el lle­gar a un acuer­do, el grupo con­ti­núa com­pro­me­ti­do con el fo­men­to de una es­truc­tu­ra de toma de de­ci­sio­nes ho­ri­zon­tal y no je­rár­qui­ca, que res­pe­te la di­ver­si­dad de opi­nio­nes y tenga en cuen­ta las ideas de todos. Co­noz­co a ac­ti­vis­tas de Rusia, ar­tis­tas de Siria, es­tu­dian­tes de Geor­gia y ex­pe­ri­men­ta­dos miem­bros de la so­cie­dad civil. Paso tiem­po sen­ta­da en la cá­li­da co­ci­na entre pilas de plá­ta­nos y man­da­ri­nas mien­tras un es­tu­dian­te de 21 años de Es­tu­dios ame­ri­ca­nos pre­pa­ra para la mul­ti­tud té ca­lien­te y borsch ve­gano, una sopa de re­mo­la­cha. Hablo con Ira­kli, in­ge­nie­ro de me­dia­na edad y hack­ti­vis­ta que ayudó a vol­ver a rea­li­zar la ins­ta­la­ción eléc­tri­ca del edi­fi­cio. 

Al tiem­po que tomo notas en mi cua­derno, a Rati y a mí se nos ocu­rren ideas para crear una bi­blio­te­ca gra­tui­ta y un punto de in­for­ma­ción. Oigo a Goran ha­blar con elo­cuen­cia sobre la libre cir­cu­la­ción, la paz y la ciu­da­da­nía y le es­cu­cho em­be­le­sa­da mien­tras la gente de­ba­te acer­ca de cómo pro­mo­ver los de­re­chos de los ani­ma­les y pla­nes para al­ber­gar a la cre­cien­te po­bla­ción sin techo de Ti­flis.

En otros lu­ga­res de Ti­flis este es un do­min­go como otro cual­quie­ra, pero aquí, en el cen­tro cul­tu­ral, sé que estoy pre­sen­cia­do algo es­pe­cial, la opor­tu­ni­dad de que un ver­da­de­ro mo­vi­mien­to de base crez­ca y se desa­rro­lle en una ciu­dad que se había que­da­do sin pers­pec­ti­vas de fu­tu­ro tras años de gue­rra, tran­si­ción y pe­nu­rias eco­nó­mi­cas. El Cen­tro cul­tu­ral al­ter­na­ti­vo de Ti­flis re­pre­sen­ta una opor­tu­ni­dad para que cual­quie­ra, sin im­por­tar su edad ni ori­gen, venga y forme parte de una co­mu­ni­dad y par­ti­ci­pe en hacer de Ti­flis su ciu­dad. Lo mejor está aún por lle­gar. 

Translated from Tbilisi's melting pot squat