El amor no existe
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Así comenzaba Tin Maung Htwe, un joven birmano que acaba de terminar sus estudios en Hong
Kong, toda una lección de filosofía budista. Eran, como en el poema de Lorca, las 5 de la tarde.
Yo acababa de salir de mi última reunión del día en el Foro Mundial de la democracia, que tiene lugar estos días en Estrasburgo. Después de reflexionar sobre si el arte puede o no influir en la democracia, después de un cursillo acelerado de los valores del Consejo de Europa (que se pueden resumir en el respeto a los derechos humanos y el imperio de la ley) y después de preparar a fondo el vídeo que grabamos hoy y montamos mañana para llamar la atención de los políticos que participan en el foro sobre el potencial de los jóvenes para cambiar las cosas, caí exhausta en el sofá, deseosa de que mi cerebro dejara de pensar en varias lenguas a la vez en poco tiempo. Así estaba yo, derrotada en el sofá, cuando lo vi.
Tin estaba en una de las mesas del Centro Europeo de la Juventud, con su ordenador, a punto de ponerse a trabajar. Había sido la primera persona con la que hablé aquella mañana. Madrugadores los dos, fuimos los primeros del hotel Ibis Gare en bajar a desayunar. Nos sentamos juntos y empezamos a hablar. Al principio de cosas banales, pero después hablamos de religión, de política e, incluso, de la famosa independencia de Cataluña. En el autobús al Foro nos sentamos juntos y a lo largo del día nos cruzamos un par de veces.
"El amor no existe", me espetó cuando acababa de contarle a Amit, un abogado pro-derechos humanos indio, la historia de mi nombre que es una hermosa historia de amor. Mi primera reacción fue de indignación: cómo no va a existir el amor si yo me paso la vida amando. Ante mi reacción apasionada de mujer mediterránea, Tin me devolvía su tranquilidad de hombre asiático.
"El amor no existe y creer en él sólo genera dolor". Y empezó a argumentar, siempre con mucha calma y muy seguro de sí mismo. "El amor es, como Dios, una mentira que se inventan los hombres para vivir en sociedad". "Cuando hablamos de amor, estamos hablando de proximidad, de compartir valores". "Pero el apego material a las cosas y a las personas sólo produce sufrimiento". "El amor no existe, lo que necesitamos es paz interior". "El amor es sólo una palabra", me dijo. Yo le respondí con mi alma de occidental: "claro que el amor es un constructo social, como todo en la vida". No, no, negaba con la cabeza. Estábamos hablando de cosas diferentes, definitivamente.
Me quedé pensativa un momento. Recordé que hace unas semanas era yo la que aseguraba en una charla de bar que el amor no existía; pero mi afirmación era mucho más amarga que la de Tin. Así que inspirada por su paz budista, guardé silencio y escuché su lección de cómo no hacerse daño. Y, en ese momento, recordé las palabras de Antje Rothemund, jefa del Departamento de Juventud del Consejo de Europa que estuvo animándonos a no desesperar durante la sesión plenaria de la mañana, "este foro no es sólo para hablar, es también para escuchar". Quizás si nos escucháramos más los unos a los otros, no nos haría falta nunca más organizar un Foro Mundial de la Democracia.