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El alfil afgano sobre el tablero de Asia Central

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Entre Bin Laden -que aún vaga de gruta en gruta-, los señores de la guerra exiliados y una presencia internacional discutida, Afganistán continúa siendo un polvorín, atizado por las rivalidades regionales de sus golosos vecinos.

Rudyard Kipling se revolvería en su tumba. A falta de conceptos, los medios de comunicación occidentales continúan evocando en el siglo XXI el "Gran Juego", brillantemente descrito en la novela Kim de este autor, que describía al Imperio Británico de las Indias y a la Rusia de las estepas de Asia Central. Afganistán servía entonces de tapón entre las dos grandes potencias que movían sus peones por el tablero caucásico a golpe de alfiles perversos y otras avanzadillas laterales. Tres guerras anglo-afganas y dos invasiones -soviética y americana- mas tardías, han hecho que la metáfora haya sobrevivido. Sin embargo, no puede seguir retratando la complejidad de la situación. En la actualidad, si bien el gobierno de Hamid Karzai es legalmente soberano, la presencia extranjera sobre territorio afgano se acerca a los niveles alcanzados por los soviéticos en los años ochenta, a saber, mas de 30.000 hombres.

Lucha psicológica

Corazón de la mítica, ruta de la seda y cruce de caminos de civilizaciones, la patria del comandante Massoud continúa fascinando a occidente. Cultivando los clichés, este especula con el peso geopolítico de Afganistán, creyendo poder explicar así un buen número de codicias internacionales: lo que equivale a olvidar que, mas allá de la adormidera, Afganistán es más bien pobre en cuanto a materias primas se refiere. Sus vecinos de Asia Central o de Irán, poseen muchos más recursos naturales.

Si existe un desafío estratégico, este sería más bien de orden psicológico. Estados Unidos tiene el propósito político de crear un Estado central fuerte en Afganistán, subraya Olivier Roy, investigador del CNRS (Centro de investigaciones científicas francés) y muy familiarizado con el tema. Fuera de este objetivo, no existe estrategia a largo plazo. Lejos de las especulaciones energéticas que algunos expertos quieren atribuirle; Estados Unidos quiere, ante todo, probar que ha cumplido su contrato en Afganistán, justificando así su compromiso férreo en la guerra contra el terrorismo.

Por parte de Europa, presente militarmente bajo mandato de las fuerzas de la OTAN, el objetivo es, también en este caso, psicológico. Según Olivier Roy, el viejo continente quiere probar que es capaz de cooperar con Estados Unidos en cuestiones de seguridad internacional. Y, por otro lado, que los 25 pueden, a veces, dar señas de una buena armonía en materia de política exterior. Afganistán sirve, pues, de contraejemplo a las frecuentes rivalidades transatlánticas y a las habituales querellas comunitarias. La intervención militar se ha desarrollado, de hecho, con toda legalidad dentro de un consenso inhabitual. Hay que admitir que el contexto post-11 de septiembre no se prestaba a desacuerdos.

Rivalidades regionales exacerbadas por las luchas tribales

Si Afganistán posee relevancia geopolítica es porque se encuentra imbricado en el corazón de regiones altamente estratégicas. Como lo confirma Gilles Doronsoro, profesor de ciencia política en la Universidad de la Sorbona, los verdaderos desafíos estratégicos se sitúan en las fronteras. El Mar Caspio, ricamente dotado de hidrocarburos, es objeto de una competencia feroz para el encauzamiento de la energía. En esta lucha, Afganistán puede encontrarse dentro del trazado de un gasoducto que alimente a India y Pakistán. Nueva Delhi acaba precisamente de firmar un acuerdo con Kabul, más motivado por la voluntad de buscarle las cosquillas a su rival pakistaní que por intereses energéticos. En cuanto a Irán, opuesto al Islam de tendencia sunita de los pastunes, sus ambiciones apuntan más a la esfera religiosa.

Añadiendo a estos turbulentos vecinos la realidad étnico-lingüística de Afganistán, obtendremos un verdadero polvorín. El mosaico étnico (tayikos, uzbecos, pastunes, turkmenos) se proyecta mucho más allá de las fronteras y la mínima agitación en los países vecinos repercute de inmediato en el territorio. Los pastunes, por ejemplo, principal etnia afgana, se encuentran dispersados entre Pakistán y Afgtanistán desde la partición arbitraria de las fronteras imaginada por los británicos en 1893. A uno y otro lado aún se sueña con un gran "Pastunistán", y en Kabul los activistas fundamentalistas no dudan en manipular a las masas para debilitar al gobierno central y desestabilizar el país. Así pues, los disturbios recientes anti-EEUU que han incendiado el país el pasado mes de mayo, pueden haber sido coordinados desde Islamabad por el partido Hebz-el-Islami, dirigido por Gulbuddin Hekmatyar, uno de los señores de la guerra más famosos, exiliado en Pakistán. La región fronteriza, de unos 2.500 km de largo, sería, pues, un vivero de refugiados afganos, pero sobre todo la referencia para los talibanes fugados y los miembros de Al Qaeda. Es por ello que Musharraf propuso recientemente la construcción de un muro para bloquear las filtraciones crecientes de los rebeldes al régimen afgano de Karzaï.

Alta temperatura

Aunque tenga dificultades para hablar con una sola voz, Afganistán es un buen termómetro para medir la fiebre que agita a toda Asia Central. Lucca Moracci, trabajador del programa electoral de Naciones Unidas en Afganistán, confirma que las preocupaciones de la población están muy lejos de los supuestos geopolíticos que se le han atribuido al país. La mayoría de los afganos vive con menos de un dólar al día y la tasa de analfabetismo sobrepasa el 70%. Las cuestiones de política internacional son un asunto de lujo. La prioridad es la de reconstruir el país y la de ofrecer empleo a todos. Las elecciones parlamentarias del 18 de septiembre, al reorientar el debate hacia las prioridades locales, recuerdan que, tras 25 años de guerra, los afganos quieren volver a ser dueños de su destino. Es tiempo de poner fin al "Gran Juego".

Translated from Le Fou afghan sur l’échiquier de l’Asie Centrale