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EE UU pide ayuda humanitaria por primera vez

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Es la primera vez en la Historia Moderna que los Estados Unidos solicitan ayuda humanitaria a otros países. Si la pide es porque la necesita y también porque los demás se la pueden dar.

Ya sea porque George Bush se haya tenido que enfrentar a la presión de la crítica interna, o porque la situación en Nueva Orleáns sea desesperada o bien porque la administración norteamericana no esté preparada para organizar la enorme labor de atención pública que se requiere en estos casos, EE UU ha tomado una decisión excepcional. Se ha dirigido a la UE y a la OTAN para solicitarles 500.000 raciones de comida, miles de mantas, barcos con agua potable y medicinas. Una ayuda que, en lo que le concierne, la UE está canalizando a través del Mecanismo Comunitario de Protección Civil un servicio que sí tiene gemelo en los Estados Unidos, país cuyo presupuesto federal asciende al 20% de su PIB, frente al 1% del PIB que representa el presupuesto comunitario. Y todo sin contar el millón de barriles de petróleo cedido por Venezuela y el petróleo liberado por la UE de las reservas estratégicas.

Una paradoja difícil de asumir

Hace tan sólo nueve meses todos estábamos concentrados en la ayuda contra los efectos del tsunami en una zona del mundo tradicionalmente castigada por la pobreza, y es preciso recordar que en ese instante los EE UU fueron algo tacaños con sus aportaciones. Pero los ricos también lloran. Ahora, el desastre natural ha entrado hasta la cocina del país más poderoso del mundo, descubriendo cierta ausencia de previsión del gigante americano que, en este caso, no ha sufrido un maremoto de un día para otro, sino un huracán cuya llegada se sabía con semanas de antelación.

A estas dos paradojas hay que sumarles otras más. Por un lado, que el “Estado mínimo” que la administración Bush preconiza por todos los rincones del planeta no ha sabido organizarse para prever y luego suavizar las consecuencias de esta catástrofe que diariamente genera imágenes tercermundistas que desacreditan su prestigio en el propio tercer mundo. Por otro lado, que a pesar del crisol de culturas del que presumen los norteamericanos, esta vez la fractura social -evidenciada en los disturbios, saqueos, violaciones y licencias para tirar a matar por parte de los policías- clama al cielo. Las acusaciones expresadas por ciudadanos negros tratando de sobrevivir así lo han puesto de manifiesto, sumándose a ellas personalidades como Jesse Jackson o Mickael Moore, quienes además insinúan que el racismo linda también con un problema de clases.

Europa está preparada para ayudar

A Bush le ha debido costar pedir ayuda. Con este gesto que le honra ante sus propios conciudadanos, asume tácitamente que Europa está para ayudar a los Estados Unidos. Asume que sólo hay una Europa unida a la hora de ayudar en las necesidades de los ciudadanos norteamericanos y, por fin, que mucha gente puede establecer paralelismos entre sus dificultades para gestionar esta crisis por sí solo y el descontrol subsistente en aventuras como la de Irak. Difícilmente podrá, de ahora en adelante, dar lecciones de cómo organizar el mundo preventivamente si no sabe prever las consecuencias del enésimo huracán. Europa podrá encontrarse en el camino con muchos problemas políticos, pero no cesa de crear mecanismos de garantías y derechos para sus ciudadanos, mientras que Estados Unidos ve recortadas sus libertades y da muestra de la pobreza de su cultura de servicio público.