Educando sin fronteras
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Los Colegios del Mundo Unido llevan décadas promoviendo el entendimiento a través de la educación. No frenan las guerras, pero auspician un diálogo y una convivencia que ayudan a evitar el temido choque de culturas.
“Ver que a los 17 años una institución cree en tu capacidad y te da la responsabilidad de cambiar las cosas es una experiencia única que te marca para el resto de tu vida.” El que habla así es Aitor, un joven alicantino que tuvo la suerte de estudiar en el Atlantic College de Gales, uno de los once Colegios del Mundo Unido (CMU) que existen distribuidos en cuatro continentes. Al igual que un millar de jóvenes seleccionados cada año, Aitor tuvo la oportunidad de convivir entre 1996 y 1998 con chicos y chicas de todos los rincones del planeta mientras completaba el Bachillerato Internacional y seguía un programa formativo que incluye numerosas actividades extracurriculares y un especial énfasis en la prestación de servicios sociales. Como si de unas Naciones Unidas a pequeña escala se tratara, los CMU aspiran a fomentar la paz y el entendimiento internacionales a través de la herramienta más poderosa que existe para cambiar actitudes y favorecer la paz: la educación.
Valores que calan hondo
“Mi paso por los CMU me permitió poner en práctica valores como la solidaridad, el respeto y la tolerancia, adquiriendo un compromiso con los problemas sociales”, afirman al unísono Aitor -que actualmente trabaja para el Banco Interamericano de Desarrollo, en Washington- y Tom, otro antiguo alumno que acaba de comenzar un Máster en Políticas Públicas y Desarrollo en Georgetown.
El hincapié en la responsabilidad a una temprana edad fue siempre una de las premisas del pedagogo alemán Kurt Hahn, fundador del primer CMU en Gales, en 1962. Hahn, que como judío vivió en primera persona la persecución nazi y tuvo que exiliarse al Reino Unido, también subrayó en su filosofía educativa la importancia de la exposición a la diversidad cultural en la formación de individuos críticos y librepensadores. De ahí que en cada CMU convivan al mismo tiempo jóvenes de más de 70 países. Como apunta Tom, “al estudiar la situación en Oriente Medio en una clase en la que tienes al lado a compañeros y amigos israelíes y palestinos, adquieres una visión y comprensión del conflicto que los libros de Historia no te pueden dar.” Durante sus primeros años de existencia, los CMU fueron una de las pocas instituciones a nivel mundial en recibir alumnos de los bloques occidental y oriental, un rasgo que ha tenido continuidad y ha visto florecer amistades juveniles entre tutsis y hutus o serbios y bosnios en momentos en los que sus Estados, grupos o etnias vivían la pesadilla de guerras fraticidas.
Mirando al futuro
Hoy existen en Europa tres Colegios del Mundo Unidos: uno en Gales, otro en Italia y uno en Noruega. A ellos acuden becados chicos y chicas de entre 16 y 19 años seleccionados por comités nacionales distribuidos por todo el mundo en función de su madurez, capacidad e iniciativa. Sólo una pequeña proporción de estudiantes que también han de pasar un duro criterio de selección y entrevistas personales acude a los CMU pagando. Con ese dinero y con el patrocinio de numerosas entidades privadas, gobiernos y fundaciones se cubren la mayoría de becas.
Los CMU no sólo persiguen un mundo mejor, sino que parecen estar sacados de un mundo diferente al que vivimos. No obstante, nadie ni nada es perfecto. Los propios alumnos critican en ocasiones el riesgo de caer en un cierto elitismo que haga olvidar los objetivos e ideales que distinguen a los CMU de otras instituciones educativas. Los Colegios también están permanentemente amenazados por la necesidad de sobrevivir económicamente, pues no es fácil justificar el coste de las becas que disfrutan los alumnos si se tiene en cuenta el valor añadido que semejantes inversiones podrían tener en los sectores educativos de determinados países en vías de desarrollo.
Pese a ello, ejemplos como el del ex alumno español Pedro Alonso, uno de los investigadores punteros en la vacuna contra la malaria y considerado por Time Magazine como una de las personas más influyentes del planeta en el ámbito sanitario, nos recuerdan que una educación responsable, de calidad y abierta a la diversidad cultural puede contribuir a cambiar el mundo. Como afirma Alonso, “hace 30 años tuve la oportunidad de estudiar fuera de España, en un colegio en el que convivían alumnos de decenas de nacionalidades, culturas y valores; esa apertura de horizontes ha sido vital en mi carrera”.