Edimburgo: creatividad para salir adelante
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Conocida mundialmente por el Fringe, el festival de teatro que trae miles de shows cada verano a la ciudad, en Edimburgo la creatividad se vive mucho más allá de los escenarios. El arte llega hasta los hospitales, ayuda a los niños a superar enfermedades y transforma la vida de los jóvenes que, por razones diversas, todavía no han encontrado su camino.
Mucho hemos oído hablar sobre el Edimburgo y su famoso Fringe, el festival que cada agosto trae a la ciudad a cientos de compañías de teatro de todo el mundo. Pero ¿hay arte más allá del Fringe? Llegué a Edimburgo con la idea de averiguar hasta qué punto el arte y la creatividad movía la vida de los escoceses, qué sucedía durante el resto de meses, si el Fringe no es más que una muestra de lo que acontece en la capital durante todo el año o si, por el contrario, el festival es flor de un día. Lo que no me esperaba encontrar es lo que al final descubrí: que en Escocia, para muchas personas, la creatividad es mucho más que cultura: es una forma de vida o, más bien, la razón por la que muchos siguen viviendo.
Arte en el hospital
Me encuentro con la terapeuta Sheena McGregor en el pabellón Caledonia del hospital para niños Yorkhill de Glasgow, a unas dos horas en tren desde Edimburgo. Sheena lleva 15 años dedicándose a la arteterapia, una disciplina con más de 50 años de antigüedad que nació en Gran Bretaña después de la segunda guerra mundial. Según me cuenta, se empezó a hacer arteterapia en prisiones y en hospitales con pacientes con tuberculosis o problemas psicológicos.
Sheena, que trabaja también para la asociación Creative Therapies, pasa cuatro días por semana trabajando con niños con problemas psicológicos, enfermedades cardiacas, trastornos de alimentación y estrés emocional. "Los niños normalmente te dirán que están bien pero, en realidad, no lo están; simplemente no encuentran las palabras para expresar lo que sienten", me dice. En general, se trata de chicos que no pueden llevar una vida como la de sus compañeros de clase, lo que les hace sentirse diferentes y, en cierta medida, débiles. Pero una vez atraviesan las puertas del pabellón Caledonia, esto cambia y es con Sheena cuando encuentran su mayor fortaleza: la creatividad. "No pueden hacer deporte ni muchas otras cosas que hacen los niños, pero pueden hacer arte y pueden ser muy creativos y hacer cosas maravillosas", comenta Sheena, mientras me muestra los trabajos que realizaron pacientes suyos hace años. "Esto es algo muy personal, no es algo tangible ni se basa en preguntas directas, se basa en ver cómo el niño se sienta, cómo respira o cómo entra en la habitación, se basa, principalmente, en la relación entre nosotros".
Aunque la práctica de la arteterapia tiene una larga tradición en el Reino Unido, la experta reconoció que muchos padres se muestran escépticos con el tratamiento, algo que sin embargo cambia con el tiempo. "Las enfermeras me dijeron que mi hijo estaba atravesando un episodio de "miedo existencial" pero ahora parece que le está ayudando ir allí y divertirse, hacer manualidades con otros niños como él, parece que lo que tiene dentro aflora", declaró la madre de un niño de 10 años, paciente de Sheena. "Lo recojo siempre cansado y de mal humor en la escuela pero cuando volvemos del hospital está transformado, mucho más comunicativo, apaga la radio y habla conmigo". Además, son los mismos médicos quienes recomiendan a los padres que lleven a sus hijos a arteterapia durante su tratamiento pues "ven la diferencia, ven que los niños están más seguros de sí mismos, menos deprimidos, tienen más vitalidad y se parecen más a los niños normales" añade la terapeuta. "El problema de la medicina es que objetiviza a los niños; con la arteterapia, los niños dejan de sentirse como un 'problema cardíaco' para sentirse como seres humanos, seres creativos".
Crear el camino
Más allá de la terapia en el sentido estrictamente clínico del término, también en Edimburgo se están llevando a cabo programas que combinan el arte y la creatividad con el trabajo social y la psicología. En The Printworks, al este de la ciudad, la asociación Impact Arts lleva ya dos décadas promoviendo la reinserción social y laboral de los adolescentes a través del proyecto Creative Pathways. Es mediodía y la sede de la organización es un espacio diáfano y bastante desordenado; por todas partes se ven restos de creaciones: bocetos, maquetas, planchas de madera, piezas de ropa y lápices de colores. Aquí participan, cada cuatro meses, 30 chavales de entre 16 y 19 años en programas de formación relacionados con las artes escénicas: actuación y dramaturgia, diseño de vestuario y decorados.
Mientras despliega un gran portafolio, Sarah Wallace, coordinadora de oportunidades del centro, me cuenta cómo funciona la asociación. "Comenzamos Creative Pathways como una manera de mantener la cultura y de ofrecer una oportunidad para que los jóvenes consigan un empleo". Según me explica Sarah, el único requisito para acceder al programa es la edad, aunque "la gran mayoría llega desde diferentes organismos como defensores de niños o trabajadores sociales, pues muchos no han sido aceptados en los institutos o no han acabado sus estudios". Por ello, Creative Pathways va más allá de enseñarles los fundamentos técnicos de la producción teatral: les proporciona las herramientas sociales necesarias para que encuentren de nuevo una motivación que les obligue a seguir adelante y les ayude a encontrar un trabajo y, en ciertos casos, rehacer su vida. "Intentamos transformar la vida de las personas a través del arte, a nivel personal pueden crecer a nivel de confianza y de autoestima, el arte les permite ser ellos mismos y crecer", ahonda Simaica Carrasco, tutora del curso de dramaturgia y expresión corporal.
Matti es uno de sus alumnos. Tiene un aire tímido y, a simple vista, parece estar un poco apartado del grupo pero, a poco que uno le dé su espacio, se empieza a sentir más cómodo y se vuelve muy hablador. "La mayoría de nosotros tenemos otro tipo de inteligencia, tenemos otra visión del mundo y no nos ha ido bien con la educación convencional, somos gente más creativa, con otras herramientas racionales", me resume de forma extraordinariamente clara, al tiempo que asegura que el curso le está ayudando a "hacer cosas que hace un tiempo vería imposibles, como hablar en público".
Algunos de estos chicos, que antes de participar en el programa formaban parte de los ni-ni escoceses, consiguen quedarse trabajando en la asociación. Esto le ocurrió a Rihanna quien, tras haber asistido al curso de montaje de decorados, ahora es asistente del profesor. Rihanna, que había dejado el instituto con 15 años, llevaba más de tres años sin encontrar empleo. "Este trabajo realmente me ha ayudado a mejorar mis habilidades sociales, si hubieras intentado hacerme todas estas preguntas hace un año probablemente hubiera sentido mucha vergüenza, pero ahora me siento realmente más segura y me siento capaz de animar a toda esta gente a seguir aprendiendo y a que mejoren en lo que hacen", me cuenta, mientras sigue serrando una plancha de madera. El encargo de ocho escalones que ha pedido una compañía de teatro local se cumple en dos días, el tiempo apremia y queda mucho por hacer. Afortunadamente, a estos chicos, ganas y motivación no les faltan.