Dos semanas después de los atentados: París, ça va?
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alberto de franciscoTras los atentados de París, hace dos semanas, la capital francesa se mueve entre la normalidad y el estado de emergencia. El miedo, sin duda, ha dejado huella y esa despreocupación tan típica de los franceses, de momento ha quedado atrás.
Las sirenas de los coches de policía forman parte del sonido de París, lo mismo que el ruído de las puertas del metro al cerrarse o de los vasos al brindar en las terrazas. Sin embargo, algo ha cambiado desde el 13 de noviembre: las risas y las conversaciones en las terrazas cubiertas están apagadas y el sonido de las sirenas es cada vez más agobiante. París ha perdido el equilibrio y solo hay un lugar seguro: las cuatro paredes de casa. Entre el armario y la esquina del salón, el tendedero lleno de ropa, como siempre. Los cubiertos se empiezan a acumular en el fregadero. Aquí, la verdad es que nada ha cambiado desde el 13 de noviembre, y desde luego, es el lugar más seguro cuando el resto de la ciudad se convierte en un campo de minas.
Al miedo se le añade además, la desconfianza: las ideas delirantes, aunque fugaces, cada vez que un coche con las lunas tintadas se para en el arcén, cada vez que un motorista se quita el casco, pero sigue con la cara cubierta, y cada vez que un repartidor lleva un paquete sospechoso debajo del brazo. En un segundo, nos montamos una película y se despierta en nosotros ese agente secreto que todos llevamos dentro. En nuestra imaginación, los hombres morenos y barbudos, vestidos con chilabas se convierten en terroristas, y las mujeres en burka, sus cómplices. Un terreno de cultivo muy fértil para empezar a sembrar prejuicios e ideas islamofóbas.
Inquietud y angustia siempre presentes
Los arranques de solidaridad como „Noussommesunis“ (estamosunidos) representan un planteamiento totalmente distinto al de toda esa gente que mete en el mismo saco a los yihadistas radicales y al resto de musulmanes practicantes. La Marsellesa suena por todas partes, y no solo en el Congreso de Versalles, donde el presidente francés, François Hollande, juró y perjuró la unidad nacional. Los monumentos resplandecen con las banderas tricolor y a los pies de la estatua de Marianne, en la Plaza de la República, el viento mueve las llamas de las velas encendidas. Su cera se mezcla con la que hasta hace bien poco encendíamos tras los atentados al Charlie Hebdo, pero por mucho que nos empeñemos en gritar a los cuatros vientos „Notafraid“, „PrayforParis“, „Je suis en terrasse“, para sacar fuerzas de donde sea, la sensación de inquietud y de angustia están ahí.
El sabor amargo de la normalidad
Por los altavoces del Mercado de Navidad de los Campos Elíseos suena el Top10 de los villancicos más populares, entre ellos, „Last Christmas“ y „Walking in a Winter Wonderland“. El olor de los gofres recién hechos y del vino caliente nos nubla un poco la mente y hace que por unos momentos pensemos en un mundo feliz en estas fechas prenavideñas. La nieve artificial y las guirnaldas de luces hacen el resto. La vuelta a la realidad aparece cuando vemos a los soldados armados hasta los dientes y con el uniforme de camuflaje, una visión que nos deja un sabor amargo que contrasta con el dulce de los algodones de azúcar. La normalidad ya no sabe igual.
Hace falta mucho tiempo para que el día a día de los franceses vuelva a la normalidad. La COP21 y las elecciones regionales, conseguirán sin duda que por un tiempo miremos hacia otro lado, hacia otros escenarios, en política nacional y exterior. Dicen que el tiempo todo lo cura, pero cuánto tiempo se necesita para borrar de nuestra mente la eterna pregunta: ¿y si yo hubiese estado entre las 130 víctimas mortales?
Artículo publicado originariamente en el diario alemán Emszeitung.
Translated from Zwei Wochen nach den Attentaten: Paris, ça va?