Dime qué ciudad quieres…
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...y te diré quién eres. Con las elecciones municipales en España a la vuelta de la esquina, conviene recordar que el voto en las grandes ciudades refleja el tipo de medio urbano en el que se quiere vivir.
Uno de los grandes problemas que vive hoy la política es el de la personalización de las campañas electorales. En el caso concreto de las municipales, este fenómeno aún más visible, a causa la proximidad: todo parece centrarse alrededor de una persona, el candidato, alguien más o menos cercano a los electores o que estos consideran más o menos competente. Pero cada candidatura es en realidad un proyecto de ciudad. La pregunta que se debe hacer el votante no es, pues, “¿Me cae bien este tipo?”, sino “¿Qué ciudad quiero?” y “¿Quiere él la misma ciudad que yo?”.
Mirar hacia europa
Cada ciudad es distinta, pero, de Oslo a Málaga, todas las urbes grandes y medianas de Europa comparten hoy una serie de problemáticas, a las que se responde con políticas conservadoras o innovadoras, globales o particulares... Sería falso decir que, en Europa, las opciones más innovadoras provienen siempre de la izquierda, pero hay que notar que la derecha española tiene una tendencia particularmente acentuada a confiar en la especulación immobiliaria como única forma de planificación urbana, a concentrarse en grandes proyectos espectaculares, enfocados en el centro, y dejar que los barrios periféricos se las apañen solitos, y en general a desarrollar un proyecto de ciudad entre lo penosamente folclórico, el conservadurismo empecinado y un liberalismo más bien brutal. No viene mal, en ese sentido, echar un vistazo a lo que se hace en Europa en el campo del urbanismo para comprender que hay otros modos de hacer las cosas, por increible que parezca a veces.
¿Cuáles son esos problemas comunes de las ciudades europeas y qué soluciones se les intenta dar?
“¡Yo aparco en la misma puerta!”
En primer lugar, por supuesto, está la cuestión del coche. A partir de los años cincuenta, el desarrollo de las ciudades se planificó considerando al coche como vector principal. Se construyeron todo tipo de rondas y de autopistas urbanas, las plazas se vieron invadidas de automóviles y se intentó que todo el mundo tuviera derecho a aparcar donde quisiera. Cada vez más, esa opción parece caduca. Por un lado, el tráfico las ciudades se ha saturado hasta tal punto que utilizar los transportes públicos, cuando funcionan bien, ya no es cosa de pobres sino de personas con dos dedos de frente. Por otro lado, las mentalidades también evolucionan, desde los comerciantes hasta el ciudadano de a pie, y hoy por hoy crear zonas peatonales o de tráfico restringido es una práctica normal y considerada necesaria. En ese sentido, es inconcevible que en una ciudad de la talla de Madrid, con un magnífico sistema de transportes público, no es haya hecho más. Y es que en Madrid mucha gente sólo parece creer en un proyecto de ciudad en el que cada uno pueda meter su coche donde le parezca, como si restringir el tráfico fuera un atentado contra la libertad del ciudadano.
La restricción del tráfico está estrechamente ligada al desarrollo de espacios públicos de encuentro e interacción, desde la plaza al parque o a la calle comercial. Muchos ayuntamientos desarrollan estas posibilidades, pero lo hacen generalmente limitándose al centro, valorizando el patrimonio de la ciudad, opción que tiene dos ventajas: la atracción de turistas y la puesta en escena de monumentos o zonas que simbolizan la identidad local y que permiten una cierta sensación de pertenencia a un espacio compartido. Pero se olvida demasiado que uno de los objetivos del espacio público urbano es el fomento de la cohesión social, de las interacciones entre grupos sociales, la reducción de las fronteras entre barrios, clases o etnias. Por todo ello, es importante establecer espacios públicos atractivos también en las periferias: plazas peatonales, grandes parques urbanos... Barcelona es en ese sentido un ejemplo mudialmente conocido, simplemente porque se desarrolló en los ochenta un proyecto de ciudad distinto, progresista y social, y que pudo realizarse a lo largo de varias legislaturas.
La necesidad de una demanda social
Pero hoy en día es imposible repetir el clima social y urbano que vivió España a principios de los ochenta, esa euforia democrática popular. Hoy por hoy, existe más bien un fenómeno de autosatisfacción de nuevo rico, que se suma al curioso conservadurismo urbano español, que deriva de un orgullo mal entendido. Se echan en falta en España algunos fenómenos que en Europa han sido motores de cambio, como el de la gentrification, es decir la invasión, por parte de jóvenes burgueses, de los barrios populares degradados de los centros antiguos, que crea una fuerte y visible demanda de cambio y un movimiento espontáneo que genera de por sí una transformación urbana no dirigida, como ha ocurrido en Chueca. Y ello falta en España porque el problema de la vivienda no está resuelto y los jóvenes españoles no gozan de la autonomía necesaria para constituir una demanda urbana, en términos de uso del espacio. Tan sólo cuando se opere ese tipo de evoluciones sociales, este país podrá considerarse “europeo” desde el punto de vista urbano y crear una demanda política local, que se traduzca en mayorías de cambio, exigentes y realmente progresistas.
Más allá de estos aspectos, otros campos de la planificación urbana no son menos importantes, y en muchos España conoce un cierto retraso. El establecimiento, por ejemplo, de estructuras de gobierno de talla metropolitana, que proponga soluciones globales y coherentes, algo que se echa mucho de menos en el área metropolitana de Barcelona o en la Costa del Sol. O una política voluntariosa de transporte público, por la extensión hacia la periferia o la creación de redes de metro, o, más recientemente, por el fomento del autobús gracias a los carriles bus o el retorno al modelo del tranvía, que tiene la ventaja de empujar mucho más que los otros medios a establercer una nueva planificación urbana y un nuevo modo de vivir la ciudad, opción que ninguna ciudad importante de España ha elegido y que un alcalde de derechas está haciendo con éxito en Burdeos y uno de izquierdas en París...
Y es que cada ciudad tiene lo que se merecen sus ciudadanos. Con el “no me toque usted la feria”, ninguna ciudad puede cambiar hacia un modelo más hospitalario, hacia la creación de un contexto más acogedor y más favorable a todo tipo de interacciones, tanto sociales como económicas. Y para ello la condición sine qua non es que exista una voluntad de evolución, que se cree un movimiento social local capaz de proponer alternativas creibles y de ser una voz escuchada a la hora de las elecciones, a través de las asociaciones de vecinos, de los movimientos urbanos, artísticos, sociales, profesionales o mediáticos, utilizando un intrumento tan potente como internet, y reuniéndose físicamente para discutir o protestar. Y ahí entra en juego la capacidad de los partidos progresistas de seguir estas evoluciones, comprender cuáles son las lineas directrices y los proyectos concretos que pueden constituir un nuevo modelo de ciudad y representarlo... a través de un candidato, claro. Alguien simpático, por favor.