Dibujando contra Erdoğan: “¡Dios protege a los niños y a los dibujantes de cómics!”
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Carlos SuarezEn Turquía, las revistas satíricas (Leman, Penguen o Uykusuz, entre otras) gozan de una gran popularidad —aunque para el gobierno de Recep Tayyip Erdoğan sean más bien una paja en el ojo—. Sin embargo, a pesar de la represión y de las difíciles condiciones que se dan en el país, las plumas se blanden incansablemente a fin de dibujar en nombre de la crítica social.
“Hace dos meses, alguien intentó calar fuego a la redacción de Penguen”, me cuenta Emre Yavuz. Ni él ni ninguno de los presentes cree que se tratara de un accidente. En Estambul, se palpa la inquietud. De hecho, un día antes y sin concertación previa, intenté entrar sin éxito en la redacción de la conocida revista de humor Uykusuz (en castellano, Sin dormir), situada en el barrio de Beyoğlu. Yavuz es editor de esta publicación y ha traducido al turco, entre otros, Snoopy, The Walking Dead, la serie sobre Berlín de Jason Lutes y Thor. “Aunque llamamos a Uykusuz revista de humor, en realidad somos una revista de cómic”, me aclara al día siguiente.
Y así es en realidad: muchas historietas de la revista no están basadas en humor gráfico, sino que constituyen series de viñetas con continuación —lo cual no quiere decir que Uykusuz eluda la controversia política—. Sin embargo, se evita llamar la atención con publicidad vistosa en la puerta del negocio. Solo el llamativo logo en el suelo revela a qué se dedican los 22 dibujantes que trabajan en el local. Se trata de una medida de cautela frente a aquellas personas que expresan su crítica con algo más que palabras.
Cuando los sultanes arrugan la nariz
No obstante, sus correligionarios tendrían plenas razones para mostrar su orgullo, pues la tradición de la crítica al gobierno en forma de dibujos se remonta muy atrás en el tiempo. Ya a finales del siglo XIX, el apéndice olfativo del último sultán, Abdul Hamid II, sirvió de motivo para la mofa gráfica. Al gobernante otomano le desagradaron tanto los chistes de sus súbditos sobre sus napias que no dudó en prohibir el uso escrito de la palabra nariz, lo cual alentó más aún a los caricaturistas.
Con todo, su era dorada todavía tardaría unos 70 años en llegar: la revista de cómics Gırgır (Diversión) de Oğuz Aral vendió en los años setenta y ochenta hasta 500.000 ejemplares a la semana. Aral fue un esforzado maestro: tomó como aprendices a multitud de entusiastas del cómic. Claro que algún día sus discípulos empezaron a volar solos y fundaron sus propias revistas. Sus nombres (Leman, Penguen, Uykusuz) son aún hoy conocidos por todos los turcos. Y, hasta cuando los contenidos eran polémicos, apenas había quiosqueros que renunciasen a tenerlos en la parada.
El éxito de Gırgır se debió también a que la revista se convirtió en una válvula de escape para la crítica al gobierno y a la sociedad en un momento en el que estaban prohibidos todos los partidos políticos. Asimismo, el gobierno militar, que en otros casos obraba con mano dura, permitió que los dibujantes —en su mayor parte— ejerciesen libremente. “Ellos también leían y se reían con Gırgır”, asegura Cenk Könül, trabajador de Gon, una de las pocas tiendas de cómics de Estambul.
Sin embargo, “desde que el AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo) subió al poder (en 2002, N. del R.), ha cambiado algo. No solo podemos verlo y oírlo. También podemos sentirlo”. Könül, de 30 años, describe así la preocupación con la que actualmente viven los dibujantes de cómics en Beyoğlu. Tanto da si son religiosos, kemalistas, conservadores, izquierdistas o demócratas: donde ayer imperaba la tolerancia hacia los que pensaban de otra forma, hoy crece la tendencia a mantener a toda costa la distancia con aquellos. Así se lo han confirmado a Könül viejos clientes: “Dicen que los artistas de entonces escribían y dibujaban con más valentía”.
El cascarrabias de Erdoğan
Algo está claro: en cuestión de falta de humor, el primer ministro turco puede competir con el viejo sultán Abdul Hamid II. Ya en 2005, el jefe del ejecutivo denunció al caricaturista Musa Kart, del diario crítico con el gobierno Cumhuriyet, por haber dibujado a un Erdoğan con cuerpo de gato que se hacía un lío con un ovillo de lana como reproche a las trampas de la política gubernamental. El primer ministro se sintió ofendido, lo llevó a los tribunales… ¡y ganó! Kart tuvo que pagar 5.000 liras turcas (unos 2.300 euros), aunque los viñetistas recurrieron. Cuando de nuevo se vieron las caras en los tribunales, esta vez se decidió a favor de los dibujantes.
“Seguiremos trabajando como hasta ahora y trataremos los problemas sociales en nuestros dibujos”
La revista Harakiri, la más reciente aportación a los anales de las revistas de viñetas y sátira, casi se habría arruinado de haber tenido que hacer frente a una multa. Los creadores tuvieron que pagar 150.000 liras turcas en el verano de 2011 porque sus dibujos, al parecer, “incitaban al pueblo turco a la holgazanería y al libertinaje”, así como también “promovían la fractura del matrimonio”. Por lo menos, de este modo lo veía una comisión que velaba por la protección de los menores frente a las publicaciones inmorales, la cual recomendó que las revistas se vendiesen en fundas que tapasen las cubiertas. No obstante, incluso en aquellas difíciles condiciones económicas, la redacción de Harakiri siguió adelante. Transcurrió todo un año hasta que en julio de 2012 se publicó una nueva edición. Könül se ha volcado en la elaboración de la nueva tirada, que, en la esquina superior derecha, luce una afirmación breve y desafiante: “Poşetten döndük!” (“¡Sin funda protectora!”).
Tuncay Akgün conoce estas agotadoras luchas en los tribunales. El reloj toca las once de la noche cuando el dibujante de 50 años, empapado de sudor, aterriza en las dependencias de la redacción de Leman. En 1987, se le condenó como jefe de la revista antecesora, Limon, a una pena de prisión de tercer grado. Y el gobierno actual ya ha denunciado también al redactor jefe de la publicación sucesora, Leman: la revista ya ha tenido que pagar dos veces desde que se emprendió el proceso. Sin embargo, Akgün no quiere ceder a la presión que sufre cada vez con más fuerza: “Seguiremos trabajando como hasta ahora y trataremos los problemas sociales en nuestros dibujos”, entre los que se encuentran los llamados asesinatos por honor —la relación de los curdos con la extendida violencia doméstica contra las mujeres—.
Esta independencia tiene su precio: para poder seguir hablando de estos asuntos espinosos, Akgün renuncia a colocar publicidad y hace, como hoy, un turno de noche dominical. Por otro lado, su centro de trabajo —y en esto se diferencia de muchas otras revistas— no está escondido en absoluto: fácilmente visible, cerca de la principal calle comercial del barrio y accesible para cualquiera, la cafetería Leman Kültür se encuentra bajo las dependencias de la redacción.
Entre estas paredes, tapizadas con varias capas de tiras de viñetas y ediciones antiguas de Leman, son bienvenidos los aficionados a los cómics, los que piensan de forma distinta, los activistas de izquierdas y los críticos de Erdoğan. Aquí pueden entablar juntos un coloquio o simplemente disfrutar en calma de la lectura de las ediciones más recientes. Pero ¿qué pasaría si algún chalado pasa por aquí con un mechero o algo peor en la mano? “¡Va!”, dice Tuncay Akgün mientras se lía un cigarrillo, “¿Es que no lo sabes? Dios protege a los niños y a los dibujantes de cómics”.
Este artículo forma parte del proyecto Orient Express Reporter II, la segunda edición de una serie de reportajes coordinados por cafebabel.com y realizados por periodistas de la Unión Europea que viajan a los Balcanes y viceversa.
Imágenes: portada, © penguen.com; texto, © Jens Wiesner.
Translated from Zeichnen gegen Erdoğan: "Gott beschützt kleine Kinder und Comiczeichner!"