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Desintoxicación digital: Mis vacaciones sin URL

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cafébabel ES

Lifestyle

Hace unos días, el señor-con-quien-comparto-mi-vida y yo discutíamos acerca de nuestras próximas vacaciones. Una semana junto al mar, lejos del estrés cotidiano y de la contaminación de la ciudad, con el sonido de las olas como único acompañamiento sonoro.

Fue entonces cuando soltó LA bomba: "Pongo una condición: No te llevarás tu móvil, ni tu ordenador, ni tu tableta. No es cuestión de consultar tu correo, ni de dejar que Twitter, Facebook y las noticias de Europa invadan nuestras vacaciones".

¿QUÉ? ¿Una semana sin teléfono? ¿Sin Internet? ¿Sin leer un comunicado de prensa, ni saber si Schäuble y Tsipras han acabado por aniquilar la Eurozona? ¿Estaba de broma o qué?

Bueno, es verdad que yo soy un poco (véase muy) adicta. Cuando no estoy delante de mi ordenador, es mi smartphone lo que tengo pegado a la mano. Y por la noche, incluso delante de la tele, lo consulto cada media hora. Pero aún así, una semana...

Al fondo del "me gusta"

Viendo que yo ya estaba al borde de una crisis de angustia, el señor que sugirió que recordara nuestras últimas vacaciones. Aquellas durante las cuales yo misma decidí desconectarme de mis aparatos. No era possible, ¿eso hice? Mi espíritu de adicta a la tecnología debía de haber omitido ese recuerdo.

Pero después de reflexionar, es cierto que el verano pasado pasé una semana entera sin tocar mi teléfono, ni mi PC. Tras un año particularmente intenso, expresé efectivamente mi necesidad de "desconectarme" durante todo nuestra estancia. Esto se volvió especialmente cierto cuando me di cuenta de que hacía las fotos imaginando el número de "me gusta" que recibirían. Obsesionada con la idea de capturar EL cliché, me olvidaba de ver realmente lo que estaba fotografiando. Aquella fue una señal de alarma. Debía dejar de concentrarme en lo virtual para focalizarme en lo real. 

Fue un verdadero alivio. Sentí desaparecer esa obsesión constante en mi vida, como un zumbido que se encontraba detrás de todo lo que hago. Sin el estrés que suponía la idea de perderme una información o un email, la verificación febril del número de visitas en mi blog... Me sentí liberada.

Empecé a ver las cosas por cómo eran realmente y no por cómo quedarían en una foto. He aprovechado de nuevo el momento sin preguntarme cómo formularlo para Facebook. Me reconecté a esas sensaciones identificadas erróneamente como insignificantes, ya que son esenciales para sentirnos vivos. Saborear el sonido de las olas, los olores traídos por el viento, la caricia del sol, el calor de la arena cuando nos tumbamos sobre ella, el placer de pasar las horas sin hacer nada que no sea respirar, observar, sentir, vibrar... ¡Existir!

Un directorio y tarjetas con chip

Me dejé llevar por las trivialidades. Leer revistas femeninas, hacer los estúpidos tests que proponen, reír con el señor, pasear de la mano sin rumbo fijo, ni prisas o miedo por llegar tarde... Hablar de cosas realmente importantes, como nuestro futuro, o por el contrario de tonterías, como la ropa de algunos turistas. Reconectar con los otros por intercambios concretos y no por motivos impuestos.

Durante una semana, no pensé en el trabajo, en la actualidad, en mis emails, en Internet... Estuve liberada de esa perpetua inquietud de saberlo todo permanentemente y lo más rápido posible (¡hasta he buscado un número en un directorio!). Tuve la impresión de convertirme de nuevo en un ser humano, con sensaciones humanas. Y no en una máquina. Siempre creemos que las máquinas mejoran nuestros intercambios, pero es falso. Hubo un momento en el que si quería recibir noticias de una amiga, simplemente iba a su casa. Ahora le envío un sms. Y si no responde, le mando un email. De manera que cuando la vea y me encante su nuevo corte de pelo, ella me diga que ya hace tres semanas que fue a la peluquería...

La tecnología nos priva del contacto real y del calor humano. El espacio que dejamos a estos instrumentos les permiten convertirnos a nosotros también un poco en máquinas.  Y siempre queremos correr más rápido para llegar antes. La sociedad Epicenter ha propuesto a sus empleados que se implanten un chip para sustituir su tarjeta de acceso, hacer fotocopias, pagar en la cafetería o hasta enviar información a su médico. De ahí a alimentarnos de electricidad no hay más que un paso. Yo no soy ni una paranoica, ni una adepta a las teorías del complot, pero estamos cuanto menos cerca de tener una sociedad dirigida por máquinas. Los Wachowski puede que supieran algo cuando crearon Matrix...

Mientras tanto, yo me preparo para renovar la experiencia de las vacaciones desconectadas. No estoy tranquila al 100% (¿y si me pierdo una información importante?), pero mi cerebro necesita esta burbuja de oxígeno para reemplazar a todas esas ondas que absorbe permanentemente... Y como dice el señor: "No te preocupes, ¡la Unión Europea aún seguirá ahí cuando vuelvas!".

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