Del hacha al portafolios: Viena y los Señores del Danubio
Published on
En los últimos treinta siglos, los habitantes del Danubio han pasado de pelear por las minas de hierro a ser burócratas impecables que cooperan en foros regionales. Ya no llevan barbas largas y sucias, sino patillas recortadas y gafas de diseño; y en vez de una espada marcada por sangre seca, blanden con agilidad un iPhone y un portafolios.
Bajo su dominio todo es suave y efectivo, limpio, en línea recta, como si hubiesen alcanzado la cumbre de la civilización centroeuropea. Retrato de un río y sus guardianes.
Viena, 29 de junio: Danube Day. 54 trabajadores públicos y de empresas subcontratadas (Aguas de Viena, Vía Donau, la asociación AQA) van a pasar el día liberando el Parque Nacional Donau-Auen de especies invasoras. Pese al sol abrasador, nos desplegamos por el bosque para cercenar plantas espinosas y acumular sus cadáveres en la parte de atrás de varios todoterrenos. El ambiente es ingenuo y puritano, como de cristianismo primitivo. Cuidar la naturaleza denota un desinterés comunitario sin dobleces aparentes, por eso muchos ecologistas tienen sonrisa de monja. Nos sentamos a almorzar en un hermoso prado, rodeados de insectos y hierbas altas. Después toca sembrar especies benignas en un terreno recién arado.
¿Cuál es el objetivo concreto del Danube Day? Susanne Brandstetter, del Ministerio de Medio Ambiente y una de las organizadoras, recuerda el eslogan de la campaña: Get active to the river. “Hay que conectar a la gente con las ideas y necesidades. Para eso contamos con este y otros proyectos como Generation Blue, para concienciar a la ciudadanía”. El Danube Day conmemora la firma de la Convención del Protección del Danubio, en 1994. Es la parte simbólica de una compleja estructura burocrática con muchos actores y un protagonista líquido que toca media Europa.
La pirámide danubiana
En torno al Danubio se ha levantado una pirámide de poder con tres escalones: en la base hay una red de empresas, lobbies y ONG’s que estudian y planifican presas, canales y centrales hidroeléctricas; que limpian, estudian e informan. Por encima están los ministerios de 14 países bañados por el río, que valoran las ideas de la base y aportan los medios. Y en el tercer escalón, coordinando la estrategia global, está el ICPDR (Comité Internacional de Protección del Río Danubio), situado en un imponente edificio de Viena y financiado por la Comisión Europea a través de la Danube Strategy.
Sentado en la cúspide hay un hombre alto y distinguido, el secretario ejecutivo Philip Weller, que no para de suspirar y frotarse los ojos como si necesitase ya un buen verano. “Nuestro trabajo es unir a los países y juntar esfuerzos, discutir proyectos, dar una perspectiva internacional. Suena un poco abstracto. Se trata de lograr que los países cumplan sus compromisos”. ¿Qué papel juegan las empresas privadas? “Tenemos la iniciativa ‘Business friends of the Danube’, en la que las compañías se comprometen a combatir la contaminación, reducir el consumo de agua y financiar actividades de comunicación como el Danube Day. Cada país es un caso diferente: Coca Cola colabora en Austria, Siemens en Budapest…”. ¿Y qué reciben las empresas a cambio? “Publicidad y las ventajas de colaborar con la comunidad. No se trata de buscar el beneficio a corto plazo”.
Su responsable de comunicación, Benedikt Mandl, presente en la entrevista, se pone de pie y señala un mapa lleno de ramificaciones. Quiere despedirme con una nota épica: “El Danubio es el río más internacional del mundo”, declara con extrema seriedad. “Alcanza (con sus afluentes) 19 países con muchas lenguas y culturas; representa una diversidad tremenda. Mucha gente dice que el agua, al ser un recurso limitado, puede generar conflictos. Pero no tiene por qué ser así… En el caso del Danubio el agua unifica. Fuerza más a la cooperación que a la guerra”. Todo parece positivo, transparente y funcional. ¿Y los vertidos tóxicos? ¿Y los oscuros tentáculos empresariales?
¿Dónde está la suciedad?
El profesor de la Universidad BOKU y presidente de la asociación Academia Danubiana, Werner Kvarda, de ojos claros y barba blanca, es una de esas personas donde la sabiduría se hace carne. “Lo más importante es cambiar el estilo de vida a través de la educación. Aquí vivimos en Austria, y me gusta, pero es una isla. Tenemos que hablar de lo que pasa en otros países”. Según él, el Danubio también simboliza desigualdades regionales: “En Austria el agua es de alta calidad; podemos ir con nuestros nietos a nadar al río. Pero a medida que descendemos hacia el sur de Europa, hacia los Balcanes, las sensibilidades cambian y el agua pierde calidad”.
Phyllus Rachler, especialista en aguas limpias de la ONG WWF, no tiene gran cosa que denunciar. “No nos oponemos a la navegación, pero apostamos por adaptar los barcos al río, y no al revés. El Danubio está también para la gente, no todo se puede medir en dinero”.
“Hay que saber diferenciar los distintos trechos de Danubio. Por eso la Danube Strategy ha fracasado; es un catálogo descoordinado de ideas que no encajan unas con otras”
A diferencia de otros ecologistas, Wolfgang Rehm no exhibe una sonrisa de monja; quizás porque su militancia se formó en piquetes y campamentos asediados por la policía. Su taller es tan destartalado y pintoresco como la ONG que dirige: Virus, que, pese a su nombre apocalíptico, trabaja con humildad y casi ningún presupuesto. Wolfgang tiene un aire de Quijote centroeuropeo. “Hay que saber diferenciar los distintos trechos de Danubio. Por eso la Danube Strategy ha fracasado; es un catálogo descoordinado de ideas que no encajan unas con otras. Por ejemplo: no supo identificar ni neutralizar las amenazas potenciales que existían en Hungría y que terminaron en catástrofe el año pasado”.
Hainburg o la Batalla del Danubio
El Parque Nacional Donau-Auen, que se extiende desde Viena a Bratislava, es hoy un lugar donde hacer picnic o bañarse entre nenúfares, y también un símbolo de concordia política. Pero en el crudísimo invierno de 1984, esa espesa vegetación a orillas del Danubio alojó los campamentos donde se forjó el ecologismo austríaco. El Gobierno quería construir en la localidad de Hainburg una central hidroeléctrica que, según los críticos, dañaría el ecosistema danubiano; así nació la movilización. Wolfgang Rehm lo cuenta en primera persona: “Yo ayudaba a guiar a la gente a través del bosque, a suministrar comida y sábanas a las tiendas de campaña y a quienes dormían alrededor de las hogueras”. Me muestra una foto en blanco y negro donde aparece con dieciocho años, gafas de sol y pelo. Está al frente de una manifestación. “Éramos unas seis o siete mil personas establecidas en ocho campamentos; estábamos muy bien organizados, ¡a veces hasta tuvimos que alimentar a los policías que luchaban por echarnos!”. El Gobierno proclamó una tregua de Navidad, pero los campamentos se mantuvieron. Al final cancelaron el proyecto. “Fue un gran éxito”, afirma Wolfgang con una sonrisa de orgullo.
Los habitantes del Danubio ya no se dedican a rastrear minas de sal; no pelean por territorios medievales, ni tragan barro en las trincheras de una guerra mundial. Ni siquiera se lanzan al bosque para protestar por algo. El Danube Day 2011 queda zanjado con una visita oficial: la ministra de Transporte austríaca y otros altos representantes políticos vienen a fotografiarse plantando un arbolito. Ella demuestra su poder de tres formas: llega casi veinte minutos tarde sin que nadie proteste, estrecha treinta manos en tres minutos y es la única en llevar traje de chaqueta y tacones. Detrás de la foto hay un cartel que dice: I love Danube.
Este artículo forma parte de Green Europe on the Ground 2010-2011, una serie de reportajes realizados por cafebabel.com sobre el desarrollo sostenible. Para conocer mejor el proyecto, Green Europe on the Ground.
Fotos: portada (cc) snywell/flickr; texto: página oficial Danube´s Day; vídeo/youtube