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Del chador a la minifalda: ¿quimera o realidad?

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Default profile picture laura sali

Mientras en Estambul las costumbres de occidente calan en las mujeres turcas, el Este mayoritario sigue sujeto al modelo de opresión. ¿Podrá Turquía liberar finalmente a sus mujeres del yugo machista?

La vocación europea de Turquía se ha traducido en los últimos dos años en una avalancha de reformas pro democracia y derechos humanos que superaron con creces las efectuadas en los 80 años anteriores. Sin embargo, la reforma legal más importante de toda la historia turca data de 1926 cuando Atatürk, el fundador de la república de Turquía, promovió el Código Civil, copia del homólogo sueco. Así y todo, más aún en el Este del país, las mujeres aún viven en un estado de opresión más propio de la Edad Media que del siglo XXI. ¿La minifalda llegará a reemplazar al chador en Turquía alguna vez? Difícil, pero no improbable…

En efecto, la letra de la ley que impera en Turquía indica que existe una igualdad efectiva de los dos sexos y que, desde principios del siglo pasado, está prohibido que la mujer sea sometida –por una tradición anclada en una conservadora interpretación del Islam-, a la voluntad del padre, el marido o los hermanos. Para “Mujeres para los Derechos Humanos de las Mujeres” (quizás la más activa de las organizaciones feministas turcas, liderada por Pinar Ilkkaracan) éste ha sido un logro histórico, aunque aún reste mucho por hacer.

Dentro del mundo musulmán, Turquía es un caso de excepción ya que se trata de un estado secular, donde la religión y el estado van por caminos separados. El Corán no es parte de la ley, como sí lo es en Arabia Saudí, y la poligamia está prohibida, aunque se ejerza en pueblos y aldeas. A caballo entre oriente y occidente, entre Europa y Asia, también lo está entre el Islam y el mundo laico.

¿Ilusión óptica?

Caminando por las calles de Estambul –la gran ciudad bicontinental de 8 millones de personas-, los turistas que esperan ver los símbolos clásicos del mundo islámico se topan con otra realidad. Allí hay más probabilidades de observar chicas en minifalda y con vestimenta occidental que con el velo islámico o chador, claramente de uso minoritario. Por otra parte, a simple vista, la relación de mujeres y hombres no parece tan distinta a la cotidiana de occidente. Pero la situación de las grandes ciudades no es extensiva a la del resto del país, y ahí radica uno de los problemas más difíciles para el gobierno turco.

Existe una diferencia notable entre las mujeres oriundas de Estambul, por ejemplo, y las emigradas de aldeas y pueblos del Este, que aún conservan una actitud de subordinación. En efecto, en la parte oriental del país aún está vigente la consigna de que la mujer es propiedad de los hombres de la familia y, por tanto, carece de cualquier derecho.

Por eso podría parecer una simple ilusión que, en este país musulmán, con la mayoría de su territorio en el continente asiático, se logre en el corto plazo un cambio radical en la situación en la que se encuentra la población femenina del país. Para ello habría que reconciliar de algún modo la tendencia tradicional y religiosa, con la postura laica y modernizadora que intenta el actual gobierno.

Ciudadanas de segunda

¿Hasta cuándo? Es la pregunta más formulada por todas las organizaciones en defensa de los derechos de las mujeres en este país. Y es que pese a la imagen de cambio que intenta dar Turquía de cara a su voluntad de entrar en la Unión, la mayoría de las mujeres turcas siguen siendo ciudadanas de segunda dentro de su propio territorio. Es generalizado el concepto de que las mujeres deben depender de la voluntad de los hombres de la familia, lo que deja fuera de juego cualquier capacidad real para decidir sobre su destino.

Pese a las reformas introducidas por el Código Civil a principios del siglo pasado, décadas después de estas reformas, “las costumbres y las leyes religiosas siguen exigiendo el control de la sexualidad de las mujeres y mantiene el desequilibrio de poder en las relaciones sexuales”, según Ilkkaracan (1). Si se tiene en cuenta que en el Este se vive en una situación semi-feudal, tradicional y de economía primaria, la realidad para las mujeres se torna aún más difícil.

La desigualdad en cifras

Una cosa es la voluntad del gobierno turco de occidentalizarse y modernizarse. Y otra muy diferente, los datos que reflejan que aún queda un largo camino para que esta política se plasme en la realidad cotidiana. Asimismo, hay que diferenciar la oleada transformadora de la capital, del anclaje a la edad de piedra del resto del país.

Actualmente, aún la mitad de las mujeres del Este de Turquía son analfabetas, comparado con la tasa del 21% de los hombres que no saben leer ni escribir. En el oeste, la diferencia es menor, pero igualmente desequilibrada: 20% de las mujeres contra el 7% de los hombres son analfabetos. Otro dato a tener en cuenta: en el Este, todavía existe un 90% de mujeres que trabajan para la economía familiar sin salario alguno. En el extrarradio de las grandes ciudades turcas, la maternidad prematura sigue siendo la realidad constante y el uso de anticonceptivos apenas roza el 40%. (1) Aún más llamativo para un país puesto a modernizarse es que en estos días si se le pregunta a una madre por la cantidad de hijos que tiene, sólo menciona a los hijos varones. Las niñas no cuentan.

El cuerpo de la novia: una mercancía. Así se sigue viendo a la mujer en el Este de Turquía, donde aún persiste el pago de la dote por parte del hombre antes de contraer matrimonio. Esto simboliza el control del hombre sobre la mujer y sobre sus capacidades productivas y reproductivas. Por otra parte, pese a que la poligamia está prohibida por ley, una de cada diez mujeres conviven con las “otras esposas” de su marido. ¿Cómo encaja esta situación? Los hombres se casan legalmente con una mujer y “por la ley religiosa” con las otras, pese a que está prohibido por el Corán que haya desigualdad entre las esposas de un mismo hombre.

La capacidad de elección también permanece bajo la sombra patriarcal. Apenas 1 de cada 4 casamientos son decididos por los propios cónyuges y, en el resto de los casos, son arreglados por las familias. Dada esta situación, Turquía se enfrenta ahora al reto más difícil de poder establecer una justicia práctica –y no sólo teórica-, entre hombres y mujeres, si es que quiere realmente convertirse en un miembro de la Unión y en la puerta de acceso entre Europa y Asia. Pese a que la situación no sea fácil, todo parece indicar que existe, al menos, una voluntad política para que el cambio deje de ser una quimera.

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(1) P. Ilkkaracan. “Islam and women’s sexuality”. Rutgers University Press, 2001.

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