De Sarajevo a Copenhague: la voz de los refugiados, 25 años después
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Sylvie Corpas TelloPara los refugiados bosnios que llegaron a Dinamarca en los 90, el debate sigue girando en torno a su identidad. Integrarse en el "país más feliz del mundo", choca con las restrictivas políticas migratorias del Gobierno. 25 años después de la Guerra de los Balcanes, ¿qué expectativas tienen aquellos que dejaron atrás la ex-Yugoslavia?
"Le pregunté a mi hermano por qué hacíamos las maletas, ya que no teníamos pensado ir de vacaciones este verano". "Vamos a pedir asilo político a Copenhague". "¿Y eso qué es?". "Pues algo como ir a la costa croata, sólo que más al norte", le explicaron a Vladimir Tomić, un tímido chaval bosnio, que en ese momento tenía 12 años. "Más vale el mar en Copenhague que un sótano en Sarajevo", se dice ahora Vladimir para sí mismo. Él, su madre y su hermano Goran llegaron a Copenhague en 1992, junto a quienes también dejaron atrás los horrores de la guerra en Bosnia Herzegovina.
"Comparando historias"
Como ocurre actualmente en buena parte de Europa, Dinamarca hace frente a una nueva crisis migratoria provocada por el conflicto sirio. A principio de año, se comentó mucho su decisión de restablecer los controles en las fronteras o la confiscación de los bienes a los solicitantes de asilo para cubrir los gastos de acogida.
El contexto de las dos crisis es distinto, señalan los refugiados de los años 90 que ahora viven en Copenhague. Sin embargo, el número de personas que ha llegado, es el mismo. En 2015, el país danés censó a 21.000 solicitantes de asilo. "En 1993, 20.000 bosnios llegaron a Dinamarca", dice Nermin Duraković, un artista bosnio de 36 años que trabaja en Copenhague. "Este país es bastante homogéneo, más pequeño que Suecia o Alemania, y para la sociedad danesa, gestionar semejante flujo de personas representó un auténtico reto". Sin embargo, en 1992 muchos países abrieron sus fronteras, "la mitad se ubicaba al norte de Europa, no sabíamos si se trataba de Suecia, Finlandia o Dinamarca". Por entonces, Escandinavia acogió a alrededor de 100.000. Muchos pensaban quedarse sólo un tiempo y regresar pronto, pero la guerra tardó en acabar tres años más.
Dinamarca se percibe hoy como país de tránsito. "Conseguir un trabajo y un permiso de residencia es más complicado que en Suecia", destaca Mirzet Dajić, otro ex-refugiado de Srebrenica. "Puedes esperar hasta 3 o 5 años para recibir una respuesta", continúa. "Además, la gente acogía a los refugiados con más indulgencia porque sentían la proximidad de la guerra de los Balcanes. Estaba en el umbral de Europa". Ahora, el "país más feliz del mundo" intenta desanimar a los recién llegados recortando el 50% de los subsidios para los solicitantes de asilo, o comprando espacio publicitario en los diarios libaneses para avisar que "No vengan a Dinamarca", tal y como hizo el propio ministro de inmigración.
De los Balcanes de ayer a la Dinamarca de hoy
Nermin Duraković tenía 13 años cuando su familia dejó Trebinje [una ciudad situada en el sureste de Bosnia, nota de la editora] en 1993. Este artista analiza las políticas que el gobierno danés lleva a cabo en materia de inmigración: "Los centros de acogida para refugiados se ubican en las afueras de la ciudad, como ocurría en 1993, por ejemplo, en Avnstrup, a 50 km al oeste de Copenhague. Estaban aislados, como si los vecinos no quisieran verlos en la calle". Con una óptica crítica a la vez que aséptica, Nermin reinterpreta los conceptos de asilo e identidad, aplicándolos en su exposición, Northern Insularity, en la que muestra las frías habitaciones de los centros de acogida en los que él también vivió .
Las fronteras que atraviesan los migrantes "se han movido", apunta Nermin. "Hace veinte años, el 'límite' aún podía situarse junto a la ex Yugoslavia", si dejabas Bosnia, Kosovo o Albania. "Hoy en día, los Balcanes son un territorio de tránsito para los migrantes. Esto suena casi a paradoja para mí, ya que de niño, tuve que marcharme de allí". Veinte años más tarde, el norte de Europa se aleja bastante de la idea de El Dorado. "Surgen brotes de populismo político, y la xenofobia no es un problema menos presente o peligroso por ser Dinamarca", declara Nermin. En las últimas elecciones, un 21,1% de daneses votaron a favor del Partido Popular danés, una formación política nacionalista fundada en 1995, cuya postura va en contra de la inmigración (en 1998 eran un 7%). "Mientras los liberales y los socialdemócratas resultan cada vez más intercambiables, ellos se basan en una propaganda impensable en los años 90. Ahora, algunos discursos racistas están aceptados politícamente", concluye Nermin.
Sagrada identidad
Sanja se toma una cerveza con sus amigos en un pub de Nørrebro, un barrio multiétnico y popular, con bares y cafeterías repletos de gente. Nos cuenta su vida entre muros rojos decorados con fotos en blanco y negro, y música roquera de fondo. Sanja tiene 49 años y ya era una mujer adulta cuando llegó a Dinamarca en 1992. En torno a su mesa del bar, se encuentra toda la ex-Yugoslavia: hay una chica de Macedonia, otra de Bosnia como ella, de Montenegro, y también dos amigos de Belgrado que viven en Malmö. "Me siento como el resultado de una mezcla. Tengo amigos daneses y bosnios, pero también serbios, eslovenos y croatas que viven aquí".
El historiador danés Jeppe Wedel-Brandt, escribe: "A los refugiados se les pedía que dijeran que eran croatas, serbios, o bosnios. La identidad 'yugoslava' no era aceptada por parte de las autoridades danesas, cuando justamente ése era el motivo por el que se habían marchado". Por encontrarse a muchos kilómetros de Sarajevo, los recién llegados más jóvenes se sumieron en esta 'nueva' identidad, llevándose el recuerdo de una Bosnia de posguerra. Dino Ibrisimovic sólo tenía dos años cuando dejó Brčko para afincarse en la península de Jutlandia [perteneciente a Dinamarca, nota de la editora]. Hoy estudia ingeniería química en Copenhague.
Dino, de 25 años, es el presidente de la sección local del BUF (Asociación de jóvenes Bosnios en Dinamarca). Conoce su país de origen sólo por veranear allí. Al visitar a su familia, este joven tiene el sentimiento de haber vivido siempre entre dos mundos, entre la identidad danesa y la bosnia, sin encontrar una respuesta. Sin embargo, tiene las ideas claras. "No estoy de acuerdo con el hecho de luchar contra el sentimiento de patriotismo, porque la identidad es importante: sólo puedes respetar a los demás si sabes respetarte primero a ti mismo". Por este motivo, muestra escepticismo ante la idea de una Unión Europea que "borre todas las fronteras y forme un solo pueblo", por lo menos de momento. Dino cree que es justo ofrecer un techo para los refugiados, siempre y cuando no sean migrantes económicos: "Conozco bien a los daneses, son realmente abiertos, pero conviene adaptarse a la cultura local. Los bosnios han sido capaces de hacerlo, pero puede resultar más complicado para otros".
La vida va mucho más allá
En Copenhague también existe un centro cultural bosnio, relacionado con la SBHUD, la Unión de Asociaciones bosnias en Dinamarca. Una soleada mañana de domingo, en Nørrebro, una barbacoa anima el ambiente de los allí presentes. Los niños bailan al ritmo pop de I Love It. Más allá, se ha dedicado una zona del salón al rezo, con alfombrillas e inscripciones islámicas por la paredes. La mayoría de los bosnios de Dinamarca pertenece a la cultura musulmana, aunque no practican necesariamente la religión. Mirzet Dajić coordina a los padres que organizan las actividades para los niños. Este hombre, que aparenta más que sus 39 años por las canas, nos explica: "Las últimas generaciones son más danesas que bosnias, nuestros niños son fruto de matrimonios con daneses. No creo que desconocer su lengua y cultura de origen sea una pérdida, sino una oportunidad desaprovechada, ya que aquí nadie experimenta vergüenza por el origen de sus padres. Creo que estamos bien integrados por dos motivos: el buen nivel de educación, y el hecho de que practiquemos nuestra religión del mismo modo que los daneses: de forma privada".
Vladimir Tomić, aquel niño que preguntaba a su hermano Goran lo que era el asilo, ha crecido en Copenhague y se ha labrado un futuro gracias a la Academia real de Bellas Artes. Hoy, con 36 años, es director de cine. En su documental Flotel Europa, presentado en la Berlinale, lo relata todo: cómo en 1992 su familia vivió durante 3 años en los camarotes de hierro del Flotel Europa, una nave convertida por la Cruz Roja en centro de acogida para los refugiados.
"Viajamos a bordo del Flotel Europa y atracamos en el canal de Christiania. Hoy la nave está convertida en uno de los mejores restaurantes del mundo, el Noma. Era invierno, miraba fuera y lo veía todo tan grís, tan frío, pero también todo me parecía tan nuevo" recuerda Vladimir, con una taza de café en la mano. Entre los centenares de refugiados, algunos tuvieron la idea de grabar cintas de VHS para mandarlos a los que permanecían en Bosnia. Fueron precisamente esos archivos privados los que le permitieron a Vladimir realizar su película, un relato autobiográfico sobre su recorrido personal y la condición universal del asilo. Un vacío humano por donde "mirábamos a los daneses haciendo una vida normal, desde el otro lado del canal".
Ahora que las guerras parecen quedar lejos, los problemas y los solicitantes de asilo en Europa son más numerosos, según Vladimir. "Son personas como yo, cuando era un pequeño en apuros: sólo intento contar historias, ponerle rostros a lo que significa ser un refugiado. Ojalá la gente sepa hacer un buen uso de estas informaciones. Tengo miedo de que tomen peores decisiones que las que se hicieron en el pasado. Espero que no sea así, pero es mi sensación", concluye.
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Este artículo forma parte de nuestra serie de reportajes EUtoo un proyecto que busca contar la desilusión de los jóvenes europeos, financiado por la Comisión Europea.
Translated from Da Sarajevo a Copenaghen: le voci dei rifugiati, 25 anni dopo