De Argelia a la tierra prometida
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¡Ya son diez años en España! Cómo cambia la visión de Europa según el lado en el que se coloque una. Desde el otro lado, lejos, es la mitificación, es como “el sueño americano”.
Todos los jóvenes sueñan con cruzar el charco porque la vida parece más plena, próspera y feliz allí. La orilla norte del Mediterráneo parece llamar con sus cantos de sirena que le turban a una, le invaden y le obsesionan. Yo, como todos, pensaba en ello, en cómo sería vivir en Europa. Esa vida soñada se parecía a aquellas retratadas en las películas. Algo inocente y pueril, me imaginaba mi vida como una fiesta constante, riquezas ilimitadas, deseos cumplidos…
Con los pies en la tierra
Una vez aquí, la visión de las cosas cambia. La vida en Europa no fue del todo lo que esperaba y el cambio no fue tan drástico como temía y deseaba a la vez. En el fondo, la migración sólo supuso un cambio de contexto en el desarrollo de mi itinerario vital. Cierto es que algunos aspectos de mi vida sufrieron un cambio positivo, una mayor relajación y paz en mi cotidianidad, pero las metas y luchas seguían siendo las mismas: estudiar, formarse para el futuro, buscar un trabajo donde pueda sentirme realizada, etc. En definitiva, metas que ya había diseñado en mi Argelia natal, salvo que ahora tenía que conseguirlas en una sociedad de bienestar y de consumo, con todo lo que esto conlleva. Mis necesidades cotidianas han ido variando, ahora “necesito” más cosas de las que podría haber necesitado en Argelia.
Arreglar la miopía europea
Ahora estoy en Europa, tierra del Renacimiento, tierra del conocimiento. Una Europa que emite diariamente opiniones y juicios sobre la región de la cual provengo, creando una imagen sobre parte de lo que soy que es errónea. Por ello, en mi día a día, siento la necesidad de clarificar, relatar y exponer a mi alrededor quién soy, cuál es mi historia y la historia de los míos, y cuál es mi presente y el presente de aquellos que dejé al otro lado. Acepto esta labor de difusión con agrado porque yo también soy y debo ser parte de la construcción de Europa. Su realidad es la mía y sus dificultades son las mías.
Me veo en una Europa que trata de unirse cada vez más, sin tener en cuenta la diversidad de sus ciudadanos. La creación y consolidación de la Unión se está basando principalmente en intereses y criterios económicos. Esto hace que el debate sobre lo que podría y debería ser Europa se lleve a cabo sólo en determinadas esferas, principalmente ligadas al poder, dejando a un lado a todos los ciudadanos.
Una Europa aletargada
Los europeos “de nacimiento” parecen recobrar la conciencia a ratos. Se aprecia en ellos, en ciertas ocasiones, un espíritu de reivindicación y lucha por lo que quieren que sea su futuro. Supongo que lo aconsejable es cambiar la apatía y la aceptación por una mayor implicación y exigencia de participación de sus dirigentes.
Como europea “de adopción”, no siento que se me incluya en los debates abiertos. Se habla de mí, de la inmigración, pero en términos de “problema” y de “mano de obra”. La búsqueda de una vida mejor en la inmigración implica algo más que el trabajo no cualificado. La vida tiene un aspecto político que algunos países niegan a su población inmigrante.
Por otro lado, el laicismo europeo es a menudo un mito, la libertad de culto o de no culto es cuestionable para todos, inmigrantes y no inmigrantes. Las relaciones sociales se distorsionan por el crecimiento del individualismo, que se aplica en todos los ámbitos de la vida, y por el uso y abuso de las nuevas tecnologías. Hemos de implicarnos más allá de nuestro trabajo diario y pensar a largo plazo, no padecer Europa sino contribuir a su construcción, teniendo siempre en cuenta que el desarrollo de una región no puede llevarse a cabo con independencia del desarrollo de las demás.