Cuestión de silencios
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Escrito por Cristina Parapar A veces es cuestión de silencios. Lánguidos, amargos, expresivos y enérgicos. Ludovico Einaudi desentierra féretros de pasiones sepultadas. Decenas de personas, sin saberlo, se han puesto de acuerdo para cerrar los ojos. Ludovico Einaudi despierta la humanidad entre vivos y la pasión en aquellos que parecían muertos.
El sonido roza y se escapa entre montañas y arrecifes en el mar. Elegante, pulsante, rittenuto tras rittenuto , susurra, a media voz. Coquetas y heroicas figuras se dirigen hacia la soledad más absoluta. Repetitivos pasajes esbozan la esclavitud de la monotonía. Como en “El viejo guitarrista” de Picasso ahora plicas y manchas danzan entre caminos largos y horizontes difusos. Mientras las notas se adentran en el puerto entre popas y proas. Y mar en calma. Un pianista minimalista y experimental que compone con elegancia, dibuja discretas negras y corcheas que se cruzan en compases binarios. Le acompañan un violonchelo, viola, violín, piano, percusión y guitarra. Heredero de Aaron Copland, Philip Glass o Hans Zimmer, también instruido con los clásicos, Ludovico Euinaudi consigue conjugar lo bello y lo concreto de la música popular con la grandiosidad de las sinfonías. En este concierto distorsiona el sonido con efectos, pero la tecnología no se interpone. Esta vez es la pureza de las teclas, sin perversiones. La costa catalana arropa lamentos de chelos y penurias de violines y violas. En temas como “Nuvole bianche” se recrea en la riqueza de los modos mayores y menores, en cimbreantes líneas curvas. Entre paredes, muros y murallas grupos de tresillos se ahogan, se quedan sin aire. La melodía crece y derriba los fuertes, la cuerda le acompaña. Fiel soporta la nostalgia del pianista, se consuela con notas largas, vehementes, ardientes e infinitas conducen a espirales y laberintos de recuerdos que se arremolinan.“I giorni” es tristeza en modo mayor. Como aspas las semicorcheas chocan contra el vacío. Melodías que se responden, se aconsejan y se confiesan. Sus manos sobre un teclado infinito. Necios que se conjuran en compañía de un pianista solitario. Son sutiles acordes que renacen de entrañas, fecundas notas que acarician el vientre con disonancias. En “Diviniere” la mano izquierda incentiva, ayuda a la derecha a pasar los días. Si no la impulsa muere, se pierde entre rocas y asfalto. Ahora en pianissimo los momentos íntimos se convierten en blancas con puntillo. Segundas octavas protegen del miedo, ¿qué guardan las teclas negras? Entre pergaminos raídos y tesoros escondidos se deslizan las manos que alimentan la llama de vidas anónimas. Se conocen y nos conocemos. De libertades que no existen y la música libera. Tristeza alegre, exasperante, nostalgia aún viva de esperanza ya muerta.