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Cuando los balcanes dan la espalda a europa

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A pesar de que la UE apoye las eco­no­mías balcánicas en pre­vi­sión de una fu­tu­ra am­plia­ción, el sen­ti­mien­to an­ti­oc­ci­den­tal allí to­da­vía es fuer­te y ex­ten­so. Ser­bia afron­ta una de las re­ce­sio­nes más duras del con­ti­nen­te, mien­tras que Croa­cia, re­cien­te­men­te ad­mi­ti­da en la Unión, lucha por re­cu­pe­rar­se pese a re­ci­bir fi­nan­cia­ción a rau­da­les. Reportaje

So­la­men­te en el Con­se­jo Eu­ro­peo de Sa­ló­ni­ca de 2003, Ro­ma­no Prodi – por aquel en­ton­ces Pre­si­den­te de la Co­mi­sión Eu­ro­pea – tuvo la osa­día de in­cluir a los Bal­ca­nes en una po­lí­ti­ca eu­ro­pea de am­plio es­pec­tro. Antes de eso, de­bi­do a la frag­men­ta­ción de Yu­gos­la­via y las gue­rras, la pe­nín­su­la se con­si­de­ra­ba más una es­pe­cie de Far West y un campo de ba­ta­lla entre los in­tere­ses de eu­ro­peos, rusos e ira­níes. Pa­re­ce que, aún hoy, nadie ha ga­na­do la par­ti­da.

LEJOS DE EU­RO­PA

El pri­mer lo­go­ti­po de la UE en Bel­gra­do (Ser­bia) lo veo casi de ca­sua­li­dad, ocul­to por un car­tel gi­gan­te con la ban­de­ra na­cio­nal y la rusa que se mez­clan entre sí: una ce­le­bra­ción de la her­man­dad es­la­va en nom­bre de su san­ti­dad Gaz­prom. Otros car­te­les no son más que mar­cos aquí y allá, entre las pier­nas de al­gu­na arre­ba­ta­do­ra mo­de­lo y la pan­ta­lla en la que apa­re­cen los re­sul­ta­dos del fút­bol. No es que vaya mucho mejor en Ucize. Una placa me in­di­ca que en el cen­tro hay una ofi­ci­na en­car­ga­da de ges­tio­nar los fon­dos eu­ro­peos (pro­ba­ble­men­te aque­llos des­ti­na­dos al man­te­ni­mien­to de la me­se­ta de Zla­ti­bor, uno de los bu­ques in­sig­nia del tu­ris­mo de los Bal­ca­nes), pero re­sul­ta di­fí­cil leer las le­tras des­co­lo­ri­das por el óxido. En cam­bio, en Bos­nia no hay ni si­quie­ra una señal, a duras penas algún lo­go­ti­po al final de todo de los car­te­les que anun­cian algún pro­yec­to en mar­cha desde hace 10 años.

La cosa me­jo­ra sus­tan­cial­men­te una vez se llega a Mon­te­ne­gro.  La pro­pa­gan­da eu­ro­pea apa­re­ce por todas par­tes: desde la co-fi­nan­cia­ción de pro­yec­tos para la res­tau­ra­ción del pa­tri­mo­nio am­bien­tal y ar­tís­ti­co, hasta la mera pre­sen­cia de men­sa­jes pro­mo­cio­na­les de la UE. Sin em­bar­go, tam­bién aquí es más fácil ver el ros­tro son­rien­te de Milo Dju­ka­no­vic, líder de la coa­li­ción que ganó las elec­cio­nes en otoño de 2012, y sus pro­cla­mas para un nuevo Mon­te­ne­gro. Pro­ba­ble­men­te se trate de los úl­ti­mos co­le­ta­zos de un pri­mer mi­nis­tro en de­ca­den­cia des­pués de 23 años en el poder de un país que atra­vie­sa una grave cri­sis eco­nó­mi­ca (aun­que menos grave si se com­pa­ra a la del resto de la zona), una na­ción que en parte debe su in­de­pen­den­cia de Ser­bia a Eu­ro­pa.

Por el di­ne­ro

"No hay mucho que decir. A no­so­tros nos in­tere­sa vues­tro di­ne­ro, no vues­tra po­lí­ti­ca.", ad­mi­te con fran­que­za Tsen­ka , una de mis guías. "Las vie­jas ge­ne­ra­cio­nes to­da­vía no se fían de la UE. Es cier­to que sin los fon­dos pro­ce­den­tes de Eu­ro­pa y los Acuer­dos Marco no ha­bría­mos lle­ga­do de­ma­sia­do lejos, pero tal vez nos las po­dría­mos haber apa­ña­do igual­men­te sin vues­tras mi­sio­nes de paz", añade Bran­ko, su com­pa­ñe­ro. Me per­mi­to se­ña­lar­le que, desde la caída del ré­gi­men, no se han ne­ce­si­ta­do cas­cos azu­les para traer el caos al país y que Ser­bia, el país de la zona más afec­ta­do por la cri­sis, ha re­ci­bi­do una fi­nan­cia­ción de 3000 mi­llo­nes de dó­la­res por parte del FMI (Fondo Mo­ne­ta­rio In­ter­na­cio­nal). La res­pues­ta es siem­pre la misma, desde Vir­pa­zar a Sre­bre­ni­ca: Oc­ci­den­te no es un in­vi­ta­do de­ma­sia­do que­ri­do. Sobre todo desde la ad­he­sión de Croa­cia a la UE, un acon­te­ci­mien­to que marca aún más los lí­mi­tes entre la de­no­mi­na­da Bal­ka­nis­che Mit­te­le­uro­pa (la parte sep­ten­trio­nal de los Bal­ca­nes) y el resto de la pe­nín­su­la. A pesar de en­con­trar­se ro­dea­dos, los an­ti­guos es­ta­dos de la an­ti­gua Yu­gos­la­via no quie­ren ceder de­ma­sia­do a Bru­se­las.

En­ton­ces, lo de la ruta aérea Char­le­roi-Pod­go­ri­ca inau­gu­ra­da hace poco, ¿es sólo una coin­ci­den­cia? “No, tal y como ya hemos dicho, aun­que que­ra­mos man­te­ner nues­tra iden­ti­dad, es­ta­mos obli­ga­dos a ren­dir cuen­tas con vues­tro ex­pan­sio­nis­mo", ad­mi­te Bran­ko.  Fra­ses que oigo re­pe­tir tam­bién a des­preo­cu­pa­dos es­tu­dian­tes de se­cun­da­ria y uni­ver­si­ta­rios. Aun­que re­sul­te di­fí­cil en­con­trar a al­guien que no apre­cie las ven­ta­jas que ofre­ce Eu­ro­pa (su­pre­sión de gran parte de los vi­sa­dos y la po­si­bi­li­dad de via­jar tan sólo con el carné de iden­ti­dad desde 2010), la de­fen­sa de la iden­ti­dad es muy fuer­te. Para en­ten­der la re­la­ción entre esta tie­rra y Eu­ro­pa, más de una per­so­na me re­co­mien­da ver la pe­lí­cu­la 70 dana (70 días). En el lar­go­me­tra­je, un in­dó­mi­to joven se­cues­tra a una abue­la para sus­ti­tuir a la suya, re­cién fa­lle­ci­da, y poder se­guir así co­bran­do su pen­sión de gue­rra. Se­gui­da­men­te, toma un tren hacia Za­greb por­que está can­sa­do de Ser­bia.

entre dos gi­gan­tes

Iróni­ca­men­te, las voces más eu­ro­peís­tas son las de aque­llas per­so­nas que poco tie­nen que ver con la cul­tu­ra bal­cá­ni­ca. "Si fuera por el go­bierno cen­tral, Cat­ta­ro aún se­gui­ría sin estar arre­gla­da: ahora es una joya", con­fie­sa un miem­bro del grupo po­lí­ti­co local de na­cio­na­li­dad ita­lia­na que, sin em­bar­go, pre­fie­re per­ma­ne­cer en el ano­ni­ma­to. "Desde que Eu­ro­pa nos re­co­no­ció como mi­no­ría le­gi­ti­ma en 2008, hemos dado pasos de gi­gan­te", me dice mien­tras me mues­tra las an­ti­guas es­truc­tu­ras ve­ne­cia­nas. A pesar de que haya sido pre­ci­sa­men­te el ca­mino de la in­de­pen­den­cia mon­te­ne­gri­na lo que haya per­mi­ti­do des­blo­quear los fon­dos, mi in­ter­lo­cu­tor con­si­de­ra que no han sido Roma, Pod­go­ri­ca o Bel­gra­do las que han dado a Cat­ta­ro (nunca dice Kotor, el nom­bre en ser­bo­croa­ta) una se­gun­da vida, sino Ve­ne­cia. Egor, un ruso que ha en­con­tra­do tra­ba­jo en Mon­te­ne­gro como em­plea­do de te­le­co­mu­ni­ca­cio­nes de una pe­que­ña em­pre­sa, se mues­tra más so­se­ga­do. "De­cían lo mismo de no­so­tros hace 10 años (cuan­do Putin hizo llo­ver sus rublos sobre los Bal­ca­nes para man­te­ner­los fuera de la ór­bi­ta eu­ro­pea). Ahora es más fácil para los de mi edad en­con­trar tra­ba­jo aquí en Pod­go­ri­ca que en Rusia. Abri­rán las puer­tas a Eu­ro­pa en cuan­to se den cuen­ta de que no son ca­pa­ces de arre­glár­se­las eter­na­men­te solos entre dos gi­gan­tes".

Translated from Quando i Balcani danno le spalle all'Europa