Crea, mezcla, pincha: estás en Berlín
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Ana AguileraEl arte callejero como el de Welcome to Schwabylon está por toda la ciudad de Berlín. El nombre de Schwabylon se acuñó originalmente en 1973 para un centro comercial; sin embargo, este término tuvo el mismo escaso éxito que el otro concepto que los alemanes inventaron en los setenta: multikulti.
En la actualidad, se intenta construir una sociedad multicultural que siempre resultó fallida y a la que Angela Merkel renunció: seguro que no se refería a uno de los escenarios musicales más excitantes y progresistas de Europa.
La fiesta nunca para en Berlín. Es una ciudad vibrante, sin complicaciones y llena de gente interesante. A nadie le importan tus pintas ni tampoco tu lugar de procedencia. Por si fuera poco, las palabras mágicas son dos: alquiler barato. Al parecer, eso es todo lo que la creatividad necesita. ¿Quién pasa por aquí últimamente y por qué? “Todo el que pueda”, asegura Stefan Goldmann, pinchadiscos y productor berlinés de origen búlgaro. “Lo que más se ve son dos grupos: niños de clase media que reciben el sustento de sus padres y, a menor escala, gente al margen de la sociedad. El primer grupo se muda a la capital porque ha oído que es una fiesta, mientras que el otro lo hace porque es un lugar importante del oeste de Europa. Lo sorprendente es que no ves la diferencia si estás rodeado de gente de clase media. Todos hablan inglés, se visten igual, escuchan el mismo tipo de música y fingen que no tienen una cultura distinta al resto. Así que no se advierten influencias culturales propias de la migración”.
El correcto multiculturalismo de 1994
La carrera de la disyóquey turco-alemana Ipek Ipekcioglu despegó por casualidad y de forma un tanto mordaz. “El promotor de un bar me preguntó si era lesbiana y turca antes de rogarme que trabajara allí, diciendo que en los próximos tres días iban a tener una fiesta oriental de ambiente y buscaban una DJ turca. Todavía no sé cómo aquello funcionó, ya que solo tenía cintas. Nunca se me había pasado por la cabeza dedicarme a la música o ser disc-jockey”. Esto ocurrió en 1994, cuando la idea del multiculturalismo y las llamadas cuotas culturales le hicieron a Ipek un favor. Durante un tiempo, fue la única que tocaba música no americana en escena, con sonidos turcos, mediorientales y árabes que después mezclaba con electro. Ahora es solicitada internacionalmente y proclamada como una de las productoras culturales más importantes.
Quedé con ella en una cafetería situada entre los aburguesados barrios de Kreuzberg y Neukoln (atención: a esta zona ya no está de moda llamarla Kreuzkoln). De ahí, a su casa. En la mesa del cuarto de estar se halla el DVD de Tokyo Godfathers (Satoshi Kon, 2003); en su pared, algunos pósteres indios y una foto enorme de Estambul. “A veces es difícil salirse del cliché étnico, ya que también hago música electrónica”, dice. “La gente me pide música árabe y les digo: '¡Pero esto ya es árabe!'. Lo que pasa es que no es a lo que están acostumbrados. A menudo la gente quiere cosas tradicionales, pero les tienes que enseñar nuevos sonidos o moverles por otros ámbitos”. Ipek estima que apenas hay cinco o seis artistas como ella, así que siempre está observando a su alrededor, buscando recién llegados que toquen música étnica a los que apoyar.
En general, parece que ámbitos musicales como el beat balcánico no son aptos para mezclar. “No tienen nada que ver con los sonidos de Berlín, simplemente se tocan”, dice Théo Lessour, francés afincado en Berlín y autor del libro Berlin Sampler. Otros estilos rellenan huecos gracias a los medios y las distribuidoras discográficas, como es el caso del reggae. A veces, se dan situaciones verdaderamente revolucionarias, como la causada por Nordic By Nature. Estas dos chicas suecas promocionan la música escandinava en Alemania, tienen su propio programa de radio en la cadena BLM.FM y organizan conciertos y fiestas como el Festival de Verano de Berlín.
Vladimir Kaminer también tuvo bastante éxito con su Russendisko, pero eso fue lo único que llegó lejos, según Stefan. “La gente solía emborracharse de vodka y bailar a Vyotskiy, pero eso era todo”. Aún así, cree que la buena música viene de los guetos étnicos: “Cuando los alemanes escuchan música gitana, se decantan por las bandas de Rumanía, pero nunca el rollo synth que los gitanos escuchan en sus propios bares. Está todo ahí, pero lo que escuchan pasa desapercibido”.
Tan lejos y, a la vez, tan cerca
“La influencia étnica en la música a menudo es usada en las mezclas como condimento”, asegura Andreana Slavcheva, antigua editora de la radio en línea Aupeo.com. “A los disc-jockeys en realidad no les importa la esencia”. De hecho, cree que es simplemente un intento de ser creativo, exótico u original. Para confirmar su teoría, recurro de nuevo a Théo Lessour, quien me habla de una fiesta a la que asistió recientemente: “El chico solo tocaba música de Malí, de un sello africano de los ochenta. Era blanco, como la mayoría de los asistentes. No es que haya muchos africanos en esta ciudad. Fue una fiesta moderna con música africana barata hecha con un mal equipo”.
“No hay presión social para tener éxito en Berlín. Es como una pequeña isla donde, por un tiempo, crees que el capitalismo no te consume día a día”
Por otro lado, el último tema techno de Goldmann tiene partes compuestas y tocadas por él en un estilo muy popular, tradicionalemente despreciado por el género musical balcánico, búlgaro y turco, también conocido como chalga. “El mundo está más que preparado para el chalga”, asegura. “Lo he tocado en todas partes, de Italia a Japón. En Sofía también está rompiendo el hielo. Lo toqué en Nochevieja en Kino Vlaykova y la gente se dio cuenta de lo fantástico que es. La música electrónica moderna viene de ahí, es algo por lo que nadie en Berlín, Nueva York o Londres puede competir ahora. Su potencial es enorme en lo que a modernidad se refiere. Me ocupo de que así sea”.
El éxito en Berlín
Tim Thaler, cofundador y editor jefe de la cadena BLN.FM, además de profesor de Periodismo, se encuentra en el encantador y ligeramente decadente edificio Mitte, donde se alberga su radio. Nos sentamos fuera, en la acera, y pronto se nos une de manera algo intimidante la experimentada DJ y promotora musical, Barbara Hallama, quien paseaba por los alrededores en su bici. “Creo que nunca he visto a ningún músico o disc-jockey tener éxito en Berlín”, afirma. “Se mudan aquí, intentan tener éxito durante un año, ven que no puede ser y se marchan”. “El escapismo radical es la esencia”, concluye Théo. “No hay presión social para tener éxito aquí. Es una pequeña isla donde crees que el capitalismo no te consume día a día. Pasas desapercibido. La gente aquí piensa que vive de forma distinta”.
Pese a haber alrededor de 50.000 disc-jockeys en la ciudad, es imposible seguir la ruta de los clubs si no conoces a la gente adecuada. Además, en ocasiones es difícil y absurdamente caro conseguir entradas para conciertos en bares de menor tamaño. Según Tim, uno puede montar su propia fiesta, pero tampoco suele funcionar. Se requiere mucha disciplina para mantenerse centrado, tal y como afirmaba en un programa de radio de Spark FM el editor musical de la revista Ex-Berliner, David Strauss: “mis ambiciones intelectuales se han sumergido en mi deseo berlinés de simplemente ir tirando”.
Este artículo forma parte de Multikulti on the Ground 2011-2012, una serie de reportajes sobre el multiculturalismo realizados por cafebabel.com en toda Europa.
Fotos: portada, cortesía de © la página oficial en Facebook de Ipek Ipekcioglu; texto, cortesía de © Nordic By Nature.
Translated from Berlin's multicultural music mix: subsuming Berlin