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Costa Concordia: El diario íntimo del comandante Schettino

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Lía

Sociedad

Francesco Schettino, comandante del Concordia, la nave del grupo Costa que naufragó el pasado 13 de enero a pocos metros de la costa de la isla de Giglio, se enfrenta a arresto domiciliario acusado de homicidio múltiple, naufragio y abandono del barco.

A la espera de que los jueces dicten sentencia, imaginamos cómo sería robar una página de su diario íntimo en el que el comandante habla de su pasión por el Titanic, de su complejo de inferioridad respecto al capitán Smith y de cómo el incidente se debió a un simple acto de galantería. Leer para creer.

“Adiós a todo el mundo, me iré con mi barco”. Cuántas vueltas he soñado con decir esta frase, con la cabeza bien alta y el corazón lleno de orgullo. Sí, a mí también me hubiera gustado hacerlo, como el comandante Edward Smith, al timón de su Titanic, pocos segundos antes de que el océano se tragase su maravilloso gigante de hierro hasta el fondo y formara parte de la historia. Pensaba en él todos los santos días: por la mañana, cuando estaba sentado en los bancos del barco, en Piano di Sorrento; por la tarde, cuando pasaba horas y horas entre libros, intentaba leer algo sobre aquel transatlántico y en su legendaria tripulación. Como podría olvidar la descripción de ese heroico capitán, su larga y blanca barba, su mirada lucida y severa, su dignidad. Pero yo no soy el capitán Edward Smith. Solo soy Francesco Schettino, de 52 años, de Castellammare di Stabia. Aunque mi barco se hundiera, sigo vivo. ¿Debería entonces sentirme culpable?

Algunas personas siguen sus sueños durante toda la vida. Sin embargo, muchos de ellos mueren pronto, pero con la esperanza en el corazón de que, de un modo u otro, esos sueños se podrían habido realizar; seguros de haber hecho todo lo posible por conseguirlo. A mí, que he tenido la suerte de haber tenido entre mis manos mi propio Titanic mucho antes de tener barba blanca, con poco más de cuarenta años y, sin embargo, objeto de envidia de muchas personas: ya sé que moriré con la conciencia intranquila por haber desperdiciado una oportunidad más única que rara.

Es verdad, mi barco se llama simplemente Concordia y probablemente no habría conseguido atravesar nunca el Atlántico. Pero poco me importa, estoy orgulloso de ser el comandante, y todos, en mi Castellammare, se sentían orgullosos de mí. Pero durante poco más de diez años he podido acariciar la vida de miles de personas, mostrándoles las imágenes de algunos de los lugares más increíbles del mundo; les he ayudado a olvidar los problemas de la vida cotidiana durante algunos días y a apreciar las cosas bellas de la vida. Durante más de diez años, sobre el puente de mandos, he visto como nacían historias de amor y otras acabar, matrimonios e infidelidades, llantos y risas.

“Sabíais que allí, inmerso en el oscuridad de la noche, estaba yo, no vosotros”

Eran mis pasajeros, los mismos que había visto beber champán, regalándose miradas, bailando hasta el alba, haciendo el amor, mientras que a nosotros nos costaba sangre y sudor. Y mientras tanto, yo, metido en ese uniforme rígido, intentado que ese país de la gominola siguiera su curso. Aquellos pasajeros, los mismos que ahora se acuerdan de mí y me apuntan con el dedo, que me acusan y me quieren en la cárcel o incluso muerto. Y después están todos los demás, que me dicen que estoy loco y piensan que mi vida es una película. ¡Como me gustaría que hubieran estado en mi lugar! Cuántos de ellos hubieran sido valientes y habrían dado ordenes desde el puente de mando, en la litera o habrían insultado al prójimo cómodamente sentado delante de la pantalla. Bah, sabed que allí, inmerso en la oscuridad de la noche, mientras una nave de trescientos metros con más de cuatro mil personas e inocentes que se estaban hundiendo, estaba yo, no vosotros.

Hoy, solo está claro que tuve la culpa: la culpa de ir demasiado deprisa. La culpa de ser un viejo sin escrúpulos como el comandante Smith, un hombre que no tenía nada que perder. Mi culpa porque todavía soy joven y paciente, que tengo una mujer que me ama y con la cual puedo hacer el amor no más de una vez al mes y una hija de tan solo quince años que aquella noche me esperaba en casa para darme un beso. Y si, por una vez he pensado en mí, en toda una vida pasada bajo las órdenes de los demás. ¿Pero se puede saber de qué me acusan? Solo he quería hacerle un tributo a nuestra maravillosa tierra y a aquella mujer que me estaba embrujando con su mirada llena de admiración. Quería cogerle una flor, un lirio blanco, para rendirle honor a sus ojos. Y así, por una vez, ese barco se ha convertido en mi barco, y como si se tratase de mi mano, he conseguido acercale a mi mujer esa flor maravillosa. Castigado, pero no por una montaña de hielo que ningún mapa náutico pudiera señalar, sino por una pequeña roca, como de las que mi hija suele tirarse al agua en verano con una sonrisa en los labios.

No, yo no soy el viejo Edward Smith. Solo soy Francesco Schettino, de 52 años, de Castellammare di Stabia. Y aquel no debería ser mi último viaje, porque también yo quiero tener el derecho de llevar a mi familia a un crucero algún día. “Adiós barco, yo no quiero morir”.

Fotos: Portada (cc) Yann Seitek/flickr Texto (cc) nephelim/flickr; lipsiadesign; vídeo: tg1/youtube

Translated from Lui sogna il Titanic, la nave affonda: diario intimo del comandante Schettino