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Conexión latina

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Dejar su país para probar suerte en España se ha convertido en algo habitual para numerosos europeos del Este. Romeo Vieru, un rumano de 41 años, ha apostado por cambiar de vida.

“Vine en 2002 con un visado de turista (máximo de tres meses), para conocer el país, antes de instalarme”, comienza Romeo en un castellano preciso. Estamos en un pequeño bar-restaurante típico, a una hora de Valencia, sentados ante una cerveza y un surtido de jamón y queso. “Cuando llegué a la estación de autobuses de Valencia no traía gran cosa conmigo y no hablaba ni una palabra de español. Sin embargo, ¡había aprendido inglés, alemán y francés!”, dice riendo. “Al final, aprendí la lengua solo; si se practica diariamente el castellano no es difícil”. Su máxima prioridad: encontrar trabajo. “Empecé cogiendo almendras en un pueblo. Las primeras noches dormía al raso porque no disponía de los medios para pagarme una habitación de hotel.”

Al regresar a Calasari, el pueblo del que proviene, a 120 km de Bucarest, Romeo le cuenta a su esposa los contactos que ha conseguido y las oportunidades para el futuro que ofrece España. Ya ha tomado la decisión: volverá a la Comunidad Valenciana. La situación profesional, muy incierta en Rumania, justifica dar ese paso. “Y yo deseaba ofrecer otro futuro a mi familia”. En la Rumania postcomunista, el sueño se construye mirando hacia el exterior.

Tolerancia

De vuelta en la Península Ibérica, Romeo se dirige a las personas a las que conoció durante su primera estancia y obtiene rápidamente un trabajo en la viña. “En España nunca he estado en paro. Menos mal, porque no tenía ningún derecho, ni siquiera el de estar aquí…”. Con el tiempo, conoce a un agricultor que busca a una persona de confianza, capaz de vigilar sus gallineros y de asegurar el mantenimiento de su granja. Romeo deja la viña, cambia de pueblo y se instala en Titaguas. Su salario pasa de 650 a 950 euros al mes y se beneficia de un alojamiento por su puesto. “Era un trabajo agotador. Debía ocuparme de los ventiladores a cualquier hora del día o de la noche, ya que los pollitos no aguantan bien las altas temperaturas”.

“La acogida de los habitantes siempre ha sido agradable”, precisa. “No he tenido que esconderme y nunca he sufrido discriminaciones desde que llegué a España”. Algunos meses fueron más duros que otros… Destinaba la mitad de su salario a su familia, que se había quedado en Rumania. “Mi mujer, aunque trabaja, tiene dificultades para llegar a fin de mes. Tengo un hijo de mi primer matrimonio al que debo pagar los estudios para garantizarle un futuro. Además, mi padre es diabético y los cuidados son caros; los que se han quedado no pueden hacerles frente financieramente”.

Una bocanada de aire

Romeo cambió su estatus durante la regularización llevada a cabo por el gobierno español que se realizó el año pasado. Su empleador aceptó hacerle un contrato de trabajo y el clandestino pasó a ser “residente”. “Una bocanada de oxígeno”, suspira. “Ahora mis proyectos se empiezan a concretar. Puedo ir a Rumania libremente, mi mujer vendrá dentro de poco para ver cómo vivo y cómo podemos establecernos aquí juntos”. Se siente español, aunque mantiene lazos en Rumania.

Pero, sobre todo, tiene los mismos derechos que todos. “Puedo reconstruir una vida como la que tenía en Rumania: tener un coche, un apartamento, etc. Ahora soy fontanero. Las condiciones son menos duras, mi jefe es un amigo. Incluso me he unido a un grupo de música; soy el batería.”

Híbrido y púdico

¿Hay alguna cosa en España que le guste menos? “Las lenguas regionales son complicadas para los extranjeros y una verdadera barrera para la integración”. Suspira y continúa: “Una vez me paró la Guardia Civil y me puso una multa de 450 euros por no tener el permiso de conducir convalidado. Les dio igual que estuviera en situación irregular, pero no que no tuviera el carné en regla”. Visiblemente, Romeo no desea extenderse sobre el tema y critica a su país de acogida: “Creo que he tenido mucha suerte en mis aventuras”, deja caer con pudor. “Las cosas son mejorables, como en todas partes, pero sé de dónde vengo”.

En 2007, Rumania entrará en la Unión. Para Romeo, “el país está reconstruyéndose y dejando atrás el trauma del comunismo. Faltan muchas infraestructuras, la entrada en la Unión puede resultar beneficiosa, como para España hace veinte años”. Pero lamenta “haber perdido el contacto con la realidad del país allí. Hace ya cuatro años que soy un híbrido rumano-español”. En realidad, ¿por qué escoger España? “Los rumanos y los españoles somos latinos; nos comprendemos fácilmente y eso no tiene precio”.

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