Con el Kalashnikov por los Campos Elíseos
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El fundamentalismo islamista es ya algo tan europeo como la bandera de estrellas. El Islam tranquilo es el único antídoto.
Un día de octubre de 1999, el alemán Said Bahaji bailaba feliz al son de la música. No era para menos, celebraba su propia boda y estaban presentes muchos de sus amigos. Entre ellos Mohamed Haydar Zammar, animando a los invitados con palmas, y Mohammed Atta, su compañero de piso, demostrando sus dotes rítmicas. Incluso estaba el cariñoso Abu Ilyas, alemán como el novio. Una reunión de amigos en una mezquita de Hamburgo. Una fiesta más, si no fuera porque Zammar reclutó posteriormente a los pilotos suicidas del atentado contra las torres gemelas y Atta era uno de los conductores de los aviones. Abu Ilyas era jefe de Al Qaeda en Alemania, siempre en contacto con su amigo español Abu Dahdah, responsable de la célula fundamentalista desarticulada por el juez Garzón en 2001.
Miles de europeos islamistas
En efecto, algunas mezquitas -casos excepcionales- se han convertido en lugar de reunión de fundamentalistas, como la citada Ouds en Hamburgo o la inglesa de Finsbury Park. Esta última, en el norte de Londres, se reabrió en agosto después de 18 meses de cierre decretado por propagación de mensajes extremistas. El imán radical del templo, el británico Abu Hamza, fue detenido por estar considerado el embajador de Al Qaeda en Europa. En mayo de 2004 también se arrestó a Mahamri Rashid, imán de la mezquita de Sorgane en Florencia, por aleccionar a cuatro jóvenes para inmolarse en un gran centro comercial italiano.
Ejemplos inquietantes que constatan una realidad. Los fundamentalistas no se esconden entre los europeos. No vienen de lejanos desiertos a golpear a Europa. Los fundamentalistas también son europeos, en muchos casos incluso de segunda generación. El servicio de seguridad alemán (BKA) afirma que en el país germánico viven 41.000 radicales islamistas. El ministro del interior italiano Giuseppe Pisanu calcula unos 15.000. En España, en los últimos ocho años, se han detenido 120 extremistas, vinculados, entre otros, al Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC), una escisión del argelino Grupo Islamista Armado (GIA). Y la planificación de varios atentados suicidas fallidos en Bélgica (cuartel general de la OTAN), Francia (catedral de Estrasburgo) e Italia (la embajada en Roma de EE UU) también se hizo en la Península Ibérica. Datos que casi dejan en anécdota el asesinato del cineasta Theo Van Gogh (a manos de un holandés) y el ataque con granadas de dos terroristas a la policía el pasado día 2 de noviembre en Holanda.
Las grandes organizaciones terroristas presentes en Europa, como el GSPC-GIA y Takfir wal Hijra (Anatema y Exilio), comenzaron su frenética actividad conjunta, principalmente en Francia, a raíz de la acción policial tras los atentados de 1995. El Hexágono se convirtió así en uno de los viveros del fundamentalismo islamista en Europa, como demuestran los centenares de franceses que pasaron por los campos de instrucción de Bin Laden en Afganistán.
A los grandes se ha unido una constelación de nuevos grupúsculos islamistas surgidos al rebufo de la guerra de Irak. El misterioso Grupo de Unificación Islámica trae en jaque a la policía de los Países Bajos, las Brigadas de Abu Hafs Al Masri amenazan a Italia y el líder espiritual de Ansar al-Islam, grupo autor de numerosos atentados en Irak, fue detenido en Noruega.
Romper la netwar europea
La base ideológica de nuestro terrorismo islamista es el salafismo jihadista, acostumbrado al trabajo en red, la denominada netwar. Sin estructuras jerárquicas piramidales y conectados a través de las nuevas tecnologías. Compartiendo orientación estratégica pero con independencia táctica. Una netwar europea consolidada que cuenta con una holgada financiación proveniente de los petrodólares wahhabitas y del tráfico de drogas. Aunque basten 10.000 miserables euros para asesinar a casi 200 personas y dejar 1500 heridos, como sostiene el coordinador de la UE para la lucha contra el terrorismo, Gijs de Vries.
El filósofo Josep Ramoneda afirmó con acierto que “Europa siempre ha descubierto demasiado tarde los peligros que amenazaban su libertad. Tardó años en reconocer la barbarie estalinista, no supo ver el peligro nazi y siempre ha visto antes la paja en el ojo americano que la viga en el ojo de cualquier dictador periférico.”
Esta vez la sangre de Madrid ha hecho reaccionar a la Europa despistada y han llegado las detenciones. No obstante, las inabarcables cifras parecen dejar clara la imposibilidad de enfrentarse al nihilismo islamista solamente con la fuerza legítima de los Estados. La UE debe dar el salto definitivo al renacimiento político. Atacar las causas. El terrorismo es doméstico y no vale la estrategia del avestruz que se empleó frente a la masacre de Chechenia o a la diseminación del fundamentalismo en Argelia.
Pensemos global y actuemos local, buscando en cada país el compromiso real de los intelectuales musulmanes liberales en la revolución laica del Islam, en la separación entre el poder civil y el poder religioso. Y que el Islam tranquilo acalle el islamismo radical en las mezquitas. Impulsando una solución categórica para Palestina y la guerra de Irak. Cuanto antes, porque los radicales islamistas están y son de aquí, aunque no los veamos. Porque un terrorista europeo deja el kalashnikov en casa para ir a por el pan.