Cómo desenredar el Tratado de Lisboa
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El Tratado de Lisboa cumple su primer año de vigencia el 1 de diciembre, pero lo hace en silencio, casi como si no existiera; ante la lejanía de los reglamentos y para entender el peso del texto en sus pequeños detalles, proponemos un mini-manual instantáneo.
El Tratado de Lisboa no es ni la panacea mundial ni el mal encarnado, sino una simple reforma al estilo de los viejos Maastrich, Ámsterdam o Niza. ¿Qué significa esto? Pues que seguimos teniendo dos tratados, el de la Unión Europea (TUE) y el de Funcionamiento de la Unión Europea (TFUE); el Tratado de Lisboa no los sustituye (como iba a hacer la difunta Constitución), sino que simplemente introduce modificaciones, por eso es más difícil de leer...
¿Por qué se dice que el Tratado de Lisboa aumenta la protección de los derechos humanos?
Porque desde ahora, cuando se aplique la legislación europea, se tendrá que respetar la Carta de los Derechos Fundamentales. Un ejemplo reciente: cuando la Comisaria de Justicia, Viviane Reding, inició un proceso contra Francia por la expulsión de romaníes, lo hizo con una razón en la mano: la Directiva 2004/38 sobre la libre circulación de ciudadanos. Algo que antes de Lisboa no hubiese sido posible.
¿Por qué se dice que da un mayor peso a los ciudadanos?
En primer lugar por la aparición de un nuevo instrumento legislativo, la iniciativa ciudadana, pero especialmente debido a la mayor importancia del Parlamento Europeo, los Parlamentos nacionales y los regionales. Al principio, el PE era sólo consultivo, luego ha ido ganando más poder y con el Tratado de Lisboa culmina este proceso; ahora la gran mayoría de leyes han de ser aprobadas también por los parlamentarios y no sólo por el Consejo Europeo (incluidas decisiones de presupuesto y política exterior). Así, alguien a quien hemos votado directamente está decidiendo realmente la legislación que se nos aplicará. Y más cerca todavía: tanto los Parlamentos nacionales como los regionales podrán alzar una tarjeta roja si consideran que la UE se está adentrando en sus competencias.
¿Afrontaremos mejor los retos globales?
La eficacia y el alcance de esta estrategia es discutible, pero el hecho es que se han creado dos puestos destacados para la diplomacia europea. Uno es el Presidente del Consejo Europeo (que en este momento ejerce Herman Van Rompuy), y el otro es el Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores (Lady Catherine Ashton). Ni Van Rompuy es el Presidente de la UE, ni Ashton está logrando ser un interlocutor deseado por todo el mundo, pero ambos cumplen su función. El tener un presidente estable en el Consejo Europeo asegura continuidad y coherencia; en realidad él no es el presidente de 27 países, sino de 27 personas que no suelen estar muy de acuerdo entre ellas; cada uno intenta barrer para su casa, y está bien que haya un adulto que los llame al orden. En cuanto a la baronesa Ashton, aunque su personalidad no sea resplandeciente, está desarrollando el ejército diplomático más grande con el que ha contado nunca la Unión; démosle tiempo.
Por lo demás, el Tratado de Lisboa, como los anteriores, respeta las competencias nacionales; ni se ha legalizado el aborto, ni se privatizarán los sistemas de seguridad social; es sólo un instrumento más para seguir avanzando, despacito pero esperemos con buena letra, en el proceso de integración europea.
Fotos: portada: (cc) wonderbjerg/ Parlamento EU: (cc) European Parlament/Cortesía de Flickr