Cine: 'La Sapienza' o los barroquismos de la verdad
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Toda la filmografía y el mundo privado de Eugène Green confluyen en La Sapienza (2014) una cinta acerca de cómo el ser humano y la sociedad han caído en ciertas imposturas, pero también en la liberación a través de esa misma artificialidad. Gracias a un estilo único, la película es uno de los estrenos más interesantes de la temporada.
Decir que una película es “de autor” suele espantar desde el principio a una gran cantidad de espectadores. Según la creencia extendida, este tipo de películas (como otras manifestaciones de arte contemporáneo) es difícil de digerir, las cintas son aburridas y artificiosas. Los defensores a ultranza, sin embargo, en muchas ocasiones se escudan en una respuesta simplista: se ha de tener un “paladar” educado para apreciar el arte. En La Sapienza, Eugène Green (1947, ESTADOS UNIDOS) demuestra a ambos grupos su equivocación. La película sin duda podría ser calificada “de autor” con todos los prejuicios asociados a ello, pero su mayor virtud es su simpleza, las depuradas líneas con las que se construye la obra.
El argumento gira entorno a la figura de Alexandre (Fabrizio Rongione) arquitecto entrado en la cincuentena, que recientemente ha conseguido una posición de prestigio profesional. Entre él y su esposa Aliénor (Christelle Prot Landman) existe una relación cordial pero carente de pasión, ambos se encuentran en una posición acomodada y al mismo tiempo son infelices. Debido a esta melancolía, Alexandre decide retomar un proyecto de su juventud, un estudio sobre el arquitecto barroco Francesco Borromini. Para ello se embarca en un viaje que le llevará de Stresa, (lugar de nacimiento de Borromini) a Turín y Roma. Aliénor le acompaña en su viaje y todo transcurre sin incidentes hasta el encuentro con Livinia (Arianna Nastro) y Goffredo (Ludovico Succio) dos jóvenes hermanos que acompañarán a la pareja por separado, aportándoles una nueva perspectiva acerca de sí mismos.
En esta ocasión, para hablar de la criatura, es necesario recurrir al creador, pues para mayor redundancia con su calificación, La Sapienza es la película que el escritor, dramaturgo y director francés (se nacionalizó en 1976) ha estado esperando toda su vida. Su pasión por la época barroca sin duda llega a la obsesión, como lo viene demostrando de una manera u otra en sus películas anteriores. Esta fascinación, unida a un fuerte interés acerca de la construcción lingüística de los idiomas, así como la influencia del lenguaje y sus distintos registros en la comprensión del mundo, (debate por excelencia entre filólogos) se han convertido en las dos señas de identidad de su filmografía.
Bajo el artificio se esconde la luz
En La Sapienza, Green utiliza los mismos métodos de años anteriores, pero ya con la habilidad que le otorga la experiencia. Si bien el argumento no es complicado, sí lo es la construcción de los personajes y la dimensión metaficticia de la cinta. Desde el primer minuto sorprende la aparente opacidad de los protagonistas, su lenguaje forzado y exacto, junto con la gestualidad pulcramente trabajada. No es un mundo carente de emociones, pero sí uno donde estas son dibujadas, expresadas de manera casi pedagógica.
La artificialidad de la obra es patente, rechaza la complicidad con el público y ambiciona su constante atención. Para explicar este proceso hay que acudir a Le Pont des Arts (2004) donde una frase revela al espectador la clave del universo cinematográfico de Green: "el arte barroco, pese a las apariencias, es siempre una expresión de la verdad[1]". La artificialidad aparente del barroco realza todo lo que hay bajo el excesivo ornato, sirve como indicador hacia lo real y lo verdadero. Green intenta hacer lo mismo con sus películas, provocando en el espectador más una reflexión que una emoción, esperando inducir esta última a través de la primera.
Los personajes, por lo tanto, resultan ajenos al público, pero no sus expresiones: donde existe un hueco, quien vea la película colocará por sí mismo el sentimiento adecuado. Esa es la “magia” de la película, sin duda más difícil que un blockbuster, pero si bien en cintas anteriores Green no tenía todavía las herramientas adecuadas para conseguirla, en La Sapienza se consagra como un autor maduro capaz de conseguir el resultado deseado.
Aunque posiblemente a estas alturas del artículo ya se intuya, además del trabajo de guión y dirección de Green, el éxito de la película radica en la interpretación de los actores, sobresaliente en sus 4 protagonistas y cuya preparación no debió ser, se intuye, nada fácil. Estos personajes, más que arquetipos son las distintas facetas de un todo, y sólo encontrarán su “estado ideal” cuando la conexión entre ellos sea completa. Todos se necesitan entre sí sin saberlo, y esa es la clave temática de la película, : la interrelación de los seres humanos, el enriquecimiento a través del contrario, pero también la necesidad de conciliar los distintos aspectos de uno mismo; en otras palabras, la construcción del individuo.
La Sapienza no es una película para ver tranquilamente un domingo por la tarde, pero sí cuando el espectador tenga ganas de algo distinto. El código formal en el que está construida es lo suficientemente sencillo e intuitivo para ser disfrutada por cualquiera; y sin duda la historia, gracias a esa peculiar manera de ser contada, desvele a cada cual alguna de sus imposturas privadas, pues muchas veces lo artificial señala de manera directa la verdad.
[1] Traducción del autor. "L'art baroque, malgré les apparences, est toujours une expression de la verité".