César debe morir
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Se encienden las luces, los actores interpretan la última parte de la tragedia, el público les aclama. Inmediatamente después el espectador entiende que no se trata de una representación cualquiera. Tras el espectáculo los actores son conducidos a sus celdas. Estamos de hecho en la cárcel romana de Rebibbia donde los detenidos ponen en escena el Julio César de Shakespeare.
Con un salto atrás en el tiempo (evidenciado por el paso al blanco y negro) vemos cómo, seis meses antes de la representación, el director de la cárcel presenta el proyecto teatral y comienzan así las pruebas para asignar los papeles principales. En este punto el drama shakespeariano se entrelaza con las emociones reales de los presos, emociones en las que quizás se profundiza poco; los directores de la película de hecho nos proporcionan solo momentos esporádicos en los cuales los protagonistas salen de la representación; las pruebas y la obra parecen ocupar todo su tiempo, lo único que ciertamente no falta a los carceleros.
A los hermanos Taviani no les interesa mostrar el drama real de los protagonistas (presos reales de Rebibbia), sus historias y su vida cotidiana en la cárcel. Quieren echar un vistazo a estas vidas y hacernos asistir a la transformación de los presos en actores, de la cárcel en teatro, aunque sea por un muy breve periodo de tiempo. Solo al final de la película se muestran los nombres de los presos, el motivo por el cual están en la cárcel y los años de condena que aún les queda por cumplir.