Cataluña, un futuro lleno de fantasmas
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Lo vivido en Cataluña el domingo bien podría recordar a un espectáculo circense, si no fuera porque en las carpas no hay porras ni cargas policiales. El uno de octubre abre un nuevo panorama en la política española, pero trae consigo viejos fantasmas.
Estos días, en las calles de Madrid la gente no hablaba de otra cosa. Si te acercabas a un grupo de personas en un bar, un restaurante o un parque, de sus bocas siempre salía la palabra Cataluña. Unas veces para comentar que el referéndum era una estupidez y que los políticos catalanes han izado las velas de un barco que ni siquiera ellos saben a dónde se dirige. Otras para criticar al Gobierno de Rajoy, acostumbrado a no dar la cara como debe y a mirar para otro lado cuando se le plantean cuestiones difíciles y concretas. Algunos intentaban esbozar una solución en alto, allí entre aceitunas y tintos de verano, mientras que otros aprovechaban para arremeter contra los catalanes por arrogantes, separatistas e insolidarios, aunque ya se sabe, personas hay muchas y afortunadamente, los estereotipos no siempre se sustentan.
Al final, ese 1 de octubre que tantas páginas había ocupado en la prensa, durante meses y meses, tuvo lugar. Y acabó mal. Las imágenes de los antidisturbios dando palos con ese rencor que nadie entiende de dónde nace, y que tanto les caracteriza, dio la vuelta al mundo. Muchos ministros europeos despertaron de su letargo y criticaron la acción del Gobierno español, que hasta ahora no había sido objeto de mucho debate por considerarse un asunto "interno". La violencia volvió a convertirse en la solución más fácil ofreciéndonos escenas dignas de obra de teatro escolar en la que no falta nadie: la abuela, los niños, los policías discutiendo con policías, los que lanzan flores, los que recuerdan la Guerra Civil, los que tiran piedras, los que cantan consignas fascistas, los que pasaban por allí…
Y algunos se preguntarán, ¿quién tiene la culpa de todo esto? ¿Los que quieren independizarse o los que quieren quedarse como están? La respuesta es nadie y todos. Resulta difícil creer que los problemas no tengan solución. Siempre la tienen, pero ésta no suele satisfacer a todo el mundo. Llegará un momento, si no está aquí ya, en el que este tira y afloja en el que nadie se entiende y nadie se escucha será insostenible y lo único que generará es odio entre unos y otros, provocando que lo que era un conflicto político ahora ya sea puramente social. Sobre todo para quienes viven en Cataluña y tienen puntos de vista diferente. Ahí está el verdadero peligro.
Las redes sociales comparten comentarios para todos los gustos. Desde el "no quiero que Cataluña se independice pero sí que tenga derecho a decidir"; al "despedir a la Guardia Civil que parte a Cataluña al grito de '¡A por ellos!' y abrirle la cabeza a porrazos a la gente para decirle que en España se les quiere, que no se vayan…Eso sí que es un acto de amor y patriotismo"; pasando por el "si haces algo ilegal, te expones a que te pasen cosas así". La opinión está dividida y la reacción del Gobierno no ha hecho sino aumentar aún más esa brecha. Pero no hay que olvidar que ni todos los españoles cantamos la cara al sol en Cibeles, ni todos los catalanes odian todo lo que suena a castellano. Si bien es cierto que el referéndum había sido declarado ilegal por el Tribunal Constitucional y la decisión del Gobierno catalán de seguir adelante es irresponsable, aun sabiendo lo que podía ocurrir y por enfrentar a sus propios ciudadanos, también es verdad que el sentimiento independentista no es nuevo, viene de muy lejos y ha crecido con el tiempo. En algún momento habrá que sentar a los dos partes y dejar que hablen, ¿no? ¿O es que pensamos que hay otra forma de acallar a aquellos que piensan diferente?
Ahora que el Presidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont ha anunciado que en unos días declarará la declaración unilateral de independencia, ¿qué piensa hacer Mariano Rajoy al respecto? ¿Mandará a los antidisturbios otra vez? ¿Comenzaremos otra guerra? Mientras tanto, algunos se preguntarán cómo se puede resolver una situación donde un grupo de políticos, apoyados por millones de personas (aunque no por la totalidad de la comunidad catalana), se toma la justicia por su cuenta. Si ellos no cambian de opinión, qué quedan, ¿las armas?
La situación es muy vergonzosa. Pero también triste, por ver cómo una vez más los políticos han decidido por nosotros. Tanto por el lado catalán, celebrando un referéndum que ha enfrentado a unos y otros; como por el lado del Gobierno central, que lejos de manejar una situación tan complicada como ésta con una ejemplaridad a la altura de las consecuencias, ha decidido levantar un muro en el que no hay posibilidad de asomarse al otro lado. La violencia, desde luego, lo ha empeorado todo.
Hay que ser valientes y darse cuenta de que los tiempos han cambiado y con ellos las sociedades. Como escribió Neruda en una ocasión, "nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos". Dejemos por una vez la vehemencia que tanto nos caracteriza, enfrentémonos a esto y busquemos soluciones. Decía el periodista Iñaki Gabilondo que "la fractura de Cataluña es un hecho, la ruptura con España es un hecho, los interrogantes son enormes, las incertidumbres máximas y el dolor tremendo”.
Hablemos con nuestros fantasmas del pasado. Antes de que sea demasiado tarde.